Revista Arte

Entrevista a Gilles Lipovetsky

Por Alejandra De Argos @ArgosDe

 Autor: Elena Cué

  

Giles Lipovetsky
 

En sus libros el pensador francés Gilles Lipovetsky (Paris, 1944), más que juzgar, lo que hace es una descripción de nuestra realidad para que reflexionemos sobre ella. Profundiza en las características de nuestra cultura actual: el hedonismo comercial, el hipercapitalismo causa de la mundialización económica, el individualismo narcisista, la trivialización de la sexualidad y su uso como reclamo comercial... Pero también cómo ha afectado al arte. ¿Existe un nuevo concepto de cultura?, ¿vivimos la época del capitalismo artístico?, ¿qué papel juega el comercio en nuestras emociones?... Sobre estas cuestiones nos habla el filósofo, autor entre otros libros, de La Estetización del mundo, y que acaba de publicar un libro con el sugerente título de Plaire et Toucher (Gustar y tocar). 

En su libro, afirma usted que en la época del capitalismo artístico los valores económicos predominan sobre los valores estéticos, ¿cómo ha afectado esto al arte? 

Es un tema complicado. Desde el siglo XIX hemos establecido una separación tajante entre los valores del arte y los valores de la economía: el arte era una cosa pura, desinteresada y no comercial; por otro lado estaba el negocio, lo comercial, la búsqueda de dinero. Y entre esos dos mundos no había puente, no se podían vincular. Además, críticos de arte inteligentes como Baudelaire o escritores como Flaubert y luego los de las vanguardias artísticas detestaban el capitalismo. Y el capitalismo consideraba el arte como un tipo de decoración; era algo bonito, y poco más. Era como una bailarina. Existía al margen del mundo de la economía.

¿Cuándo cambiaron las cosas?

Creo que las cosas cambiaron desde hace medio siglo, aproximadamente. Andy Warhol comprendió bien ese punto de inflexión. Parece que el capitalismo es cada vez más capaz de integrar la dimensión artística. Basta con mirar el desarrollo de las marcas donde hay un trabajo de diseño hasta en los objetos más sencillos. Es evidente en el desarrollo de las tiendas, la investigación estética, la mercadotecnia, los escaparates; se busca una valoración estética de los productos comerciales que demuestra que el límite entre la economía y la estética es mucho más difuso que antes. Incluso en las marcas que no son de lujo. Por ejemplo, Zara en España ha tenido éxito vendiendo productos poco caros pero en tiendas muy bonitas. De este modo, la decoración, las cosas bellas están al alcance de todos.

Hoy en día los productos se distinguen por su diseño.

Y el éxito de Apple, por ejemplo, se debe en gran parte a su diseño.  Por otra parte, con la considerable producción industrial de hoy en día, la competencia económica está impulsando una enorme inversión en este aspecto. La dimensión estética, la dimensión del estilo, ya no es una cosa marginal; está en el centro del funcionamiento del capitalismo. Por eso he hablado de un capitalismo artístico, es decir, un sistema económico que incorpora la dimensión del arte de forma permanente y le otorga un peso considerable. Hoy en día las industrias culturales como la música y el cine son formas artísticas comerciales; son comerciales, pero son arte de todos modos y tienen un peso enorme. Anteriormente el arte era un mundo pequeñísimo que no tenía peso en la sociedad, pero hoy día es considerable. Cabe señalar que en los Estados Unidos, las industrias culturales, sobre todo el cine, las series de televisión y la música, generan más beneficios que Boeing. Son la primera exportación de los Estados Unidos; la creación estética se ha convertido en un motor económico.

Se crean nuevos valores...

En mi opinión, no son los valores los que importan, es el mundo que se construye lo que es importante. Lo importante es que el mundo en el que vivimos ha sido estetizado por una máquina económica; el capitalismo ha sido capaz de producir un mundo de arte, películas y música con una diversidad notable, y que ahora crea empleo, permite el crecimiento y las exportaciones. Igualmente es el mercado hoy el que transforma nuestro entorno colectivo con la calidad de los objetos que nos rodean, sobre todo el diseño. Solo hay que ver la diferencia entre los cafés y los restaurantes de Madrid en los años cincuenta y los bares y restaurantes de ahora, tan chics, con mucha decoración y en espacios muy atractivos, y sobre todo muy diversos.

La España de los años cincuenta era la época de la austeridad.

Por supuesto, y en Francia era igual. En el pasado, la estética era para los ricos. Por supuesto que existían el arte, los salones, pero para un mundo muy reducido. En el campo no había nada, no había ninguna investigación estética. Hoy en día el capitalismo ha permitido que la estética esté en todas partes. La gente tiene objetos bonitos, escucha música en sus teléfonos o en sus iPods, se viste con ropa de calidad. Algo ha cambiado profundamente.

Otra evolución muy interesante es la de los museos.

Desde el siglo XVIII el museo no tenía nada que ver con la economía. El museo era el lugar para las obras maestras, la rentabilidad no era un objetivo. Hoy sí, los museos tienen ahora una función económica. Una vez más el capitalismo ha sido capaz de introducirse en un mundo que anteriormente era puro. Hoy se espera que los museos tiren económicamente de toda una región: en Bilbao construyeron el Guggenheim y gracias al museo la ciudad de Bilbao ha podido renacer; el museo ha transformado la ciudad, que se ha convertido en el segundo destino turístico de España. Los museos tienen un impacto enorme sobre la vida económica.

También ellos han manifestado un cambio significativo.

Antes existía el mundo del arte por un lado y, por otro lado, el mundo de los negocios, la banca, el gran capital, etc. Pero en la actualidad es muy distinto, como demuestra el caso del museo: la ciudad invierte en un museo porque esperan beneficios, consecuencias económicas para la región, para el desarrollo del turismo cultural que aporta mucho dinero. Es más, el turismo se basa en la dimensión estética; los turistas quieren ver cosas nuevas y bellas.

Otro fenómeno sería la explosión del mercado del arte.

Es un fenómeno a tomar en cuenta; algo que pone de relieve cómo el capitalismo, poco a poco, se ha interesado en la dimensión del arte. En treinta o cuarenta años el mercado del arte ha adquirido dimensiones considerables y se ha convertido además en un lugar de especulación. Durante largo tiempo era un mundo de aficionados, de pequeñas galerías, era un mundo muy reducido. Pero hoy el mercado del arte es muy importante, los artistas llegan a ser ricos en poco tiempo. Ahí también los valores económicos han podido inmiscuirse en el mundo del arte.

Es díficil que no se entremezclen en nuestra época.

Creo que asistimos a la hibridación del mundo del arte y del mundo económico. Antes los dos mundos estaban separados. Pero cada vez más nos encontramos en entornos donde existen vínculos y mestizajes entre esos dos mundos que antes estaban separados. Antes mencioné a Andy Warhol, y él en los años sesenta marcó esa transición escribiendo una frase muy interesante: decía «I am a business artist» (soy un artista comercial). A partir de entonces algo cambia. La vanguardia, a la que pertenecen Andy Warhol y el Pop Art, ya no es un mundo separado del dinero, sino que reivindica el dinero. Warhol lo reivindica, lo afirma. Dice que el artista hace negocios, y que el negocio es arte. Se trata de un desarreglo, de algo totalmente nuevo que construye un mundo bastante interesante.

Entonces, ¿no es muy pesimista al respecto?

No comparto la visión pesimista de los que dicen que ahora no hay nada más que el dinero y el mercado y que, por lo tanto, la creación artística ha muerto. Godard decía eso en relación con el cine, decía que ya no existía el cine, que solo quedaba la televisión. Pienso que es completamente falso. Claro que existe un cine comercial, pero en la actualidad hay una multitud de creaciones diversas en la música, en la moda, en el cine que ponen de manifiesto una riqueza enorme en la creación. Y no vivimos en sociedades sin creatividad, es más bien lo contrario. Las creaciones son menos espectaculares que antiguamente, pero porque son tan numerosas y porque el mercado hace que todo desaparezca muy rápido. Pero no hay que tener una visión apocalíptica sobre esto. Una vez más, la ley de la hipermodernidad es la mezcla de mundos que antiguamente se encontraban separados: existía el mundo del arte y el mundo de los negocios. Hoy en día, los negocios utilizan el arte. Y el arte se ha convertido en un modo de vida; no hay que ser un artista pobre y maldito como Van Gogh. El mundo del arte ya no es así.

  

- Entrevista a Gilles Lipovetsky -                       - Alejandra de Argos -


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