Autor: Elena Cué
La valentía, esa virtud entre los mortales, es la que yo destacaría del Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa (Perú, 1936). El escritor vive entregado a todo tipo de actividades con un espiritu crítico. Destinado a una forma de vida disciplinada, como la que exige la literatura, no duda cuando las circunstancias le requieren pasar a la acción. Por ejemplo, cuando presentó su candidatura a la presidencia de Perú en 1990. Entonces creyó su deber moral participar activamente en la vida pública, y, como demócrata, denunciar a los gobiernos autoritarios allí donde existan. Lo mismo que subirse a un escenario para actuar por amor al teatro y, en fin, para qué hablar de otras muchas cosas...
Trabajando en su escritorio, rodeado de libros, encuentro al Premio Nobel que alza la cabeza a mi llegada con una sonrisa y ese tono de voz tan agradable de los limeños. ¿Cómo estás?
¿Por qué no empezamos hablando de su última novela, Cinco Esquinas que presentará mañana? ¿Qué significado tiene esta novela en este momento de su vida y en su trayectoria literaria?
Pues mira, esta novela, como prácticamente todas las historias que he escrito, nació de una manera para mí misteriosa. Yo tenía una idea, que era contar una historia sobre el periodismo amarillo, el periodismo de escándalo, que creo que es una de las características de nuestro tiempo. Creo que el amarillismo, es algo que florece por todas partes, tanto en el mundo subdesarrollado como el mundo desarrollado. Y es un tipo de periodismo que tuvo una significación muy especial en la época de la dictadura de Fujimori, pues la dictadura utilizó el periodismo de escándalo para intimidar a los opositores, para tratar de atajar a los críticos con la amenaza de un escándalo – un escándalo que no tenía que ver con su profesión, sino con la vida privada, que muchas veces eran simplemente artificiales, inventados, calumnias para hundirlos en el ridículo y en el desprestigio. Y esto es algo que la dictadura utilizó de manera sistemática con sus críticos.
El libro empieza con una situación erótica no convencional...
Creo que es el tratamiento de lo erótico lo que es determinante para que lo erótico sea elegante o vulgar, para que sea sutil o crudo. Es el tratamiento, son las palabras, la manera de concebir toda la escena... De por sí, el erotismo supone un cierto grado de civilización. Yo creo que en una sociedad o pueblo primitivo no existe erotismo. El sexo es un desfogue de unos instintos. En el sexo prevalece más lo animal que lo sensible, que lo formal. El erotismo surge en un momento de la civilización en el que se va desanimalizando el instinto sexual y se va enriqueciendo con aportes generalmente del arte, de la literatura. Surge toda una teatralidad en torno al hecho amoroso. Y eso es el erotismo. Cuando esto se degrada o se envilece –por la pobreza de su factura, por la torpeza, la falta de destreza de quien lo describe o lo pinta–, entonces aparece la pornografía. Pero yo creo que el erotismo tiene que ver con la civilización, con el cuidado de las formas, con una cierta cultura, que es lo que sublima realmente el puro instinto sexual.
Entonces debemos hablar de Freud... ¿Está de acuerdo en su concepto de la sublimación de las pulsiones sexuales en la creación artística?
Sí, sin ninguna duda. Y creo que en eso él fue muy acertado, y creo también que fue muy acertado en el sentido de darle al sexo una función primordial en la vida. Pero no excluyente, no exclusiva. Cuando, por ejemplo, en la literatura o en el arte en general, el sexo prevalece de tal manera que llega a abolir el resto, se convierte en algo muy artificial, algo que no representa realmente lo que es la vida real. No creo que sea indispensable la perspectiva del sexo para entenderlo todo. A esos excesos llegó el psicoanálisis, llegó Freud, y ahí hay que tomar alguna distancia con su genio, que es indiscutible.
¿Puede la imaginación sublimar de tal manera una experiencia erótica que llegue a ser superior a la real?
Yo creo que la imaginación, la sensibilidad, la cultura pueden enriquecer extraordinariamente la experiencia erótica, pero llevarla más allá de la realidad no lo creo. La realidad es lo más rico que hay, es lo más importante que hay. Ahora, con la imaginación nosotros vivimos una vida artificial que es maravillosa, riquísima, pero creo que ningún artista se atrevería a decir que el artificio puede superar a la vida real.
Foto: Oscar del Pozo
¿Se ha sorprendido a veces al releer lo escrito preguntandose como ha salido de usted?
Sí, siempre me llevo muchísimas sorpresas cuando escribo. Y te diría incluso que los momentos más excitantes, más estimulantes de escribir una historia es cuando surgen cosas imprevistas. Por ejemplo, en Cinco esquinas. Hay un personaje que, cuando yo concebí la estructura de la novela, iba a ser un personaje bastante menor, un personaje más bien secundario. Y sin embargo, como me ha ocurrido otras veces, ese personaje se me fue imponiendo, se fue creciendo mientras contaba la historia, como si hubiera sido iniciativa suya el tener cada vez una presencia mayor. Yo creo que esos son los momentos más fascinantes. De pronto un personaje cobra como vida propia...
Y ¿Qué resistencias tiene que vencer en su proceso creativo?
Bueno, quizá la resistencia mayor es la inseguridad. Tú sabes que, contrariamente a lo que uno piensa, el hecho de pasar mucho tiempo escribiendo, de publicar muchos libros, a mí no me da seguridad, sino al contrario, aumenta mi inseguridad. Quizá porque el espíritu autocrítico es mayor, quizá la ambición es mayor. Pero la inseguridad que yo siento cuando empiezo una historia, sea una novela, sea una obra de teatro, sea incluso un ensayo, creo que es muchísimo mayor que la que tenía cuando escribí mis primeros textos. Ahora, ya sé que con la perseverancia, con el trabajo continuado, voy venciendo esa inseguridad.
Parto de la base de que para un escritor, escribir es un modo de vida. Observa y analiza la vida de una manera distinta al resto, ¿Cuales cree que son esas diferencias?En tu pregunta hay una expresión que yo creo que es muy semejante a algo que escribió Flaubert, que decía «escribir es una manera de vivir». Yo creo que eso es absolutamente exacto. Aunque las maneras cambien de escritor a escritor, por supuesto, sí creo que hay un tipo de dedicación, de entrega, que hace que el escritor lleve siempre consigo una especie de espía, que al mismo tiempo que lo está viendo –participando de la realidad, con amistades, con amores, con frustraciones–, alguien está dentro de él observándolo todo y viendo qué provecho puede sacarle para su trabajo de escritor.
En su caso, ¿Qué ha sido más fértil para su inspiración literaria: el sufrimiento o la felicidad?
Yo creo que la felicidad es maravilloso vivirla. No creo que sea una materia prima, por lo menos en nuestro tiempo. Quizá en el pasado, en ciertas épocas, pero en nuestro tiempo creo que la literatura, el arte, la creatividad se siente muy estimulada mucho más con lo adverso, lo negativo, con el miedo, con el dolor, con el rencor, con el sufrimiento, mucho más que con el entusiasmo, la ilusión, la felicidad... Creo que por eso el arte de nuestro tiempo tiene un sesgo más bien dramático, trágico. No es un arte y una literatura del contentamiento, de la aceptación del mundo tal como es. Al contrario, pienso que hay un espíritu rebelde muy fuerte en todas las manifestaciones del arte de nuestro tiempo, y básicamente es porque lo que lo inspira fundamentalmente es mucho más lo negativo que lo positivo de la vida.
A lo mejor esa creación artística es como una vía que mitiga el dolor, como una canalización de pulsiones negativas...
Exactamente, una manera de expresar un tipo de frustración, de rencor o también de nostalgia de algo que no tienes.
¿Y se puede llegar a sufrir esa liberación a través del lenguaje artístico que sea; la pintura, la escritura...?
El arte es una forma de conocimiento. El arte te hace conocer de una manera más profunda, mucho más intensa la vida que vives, porque no tienes una distancia muy grande con la vida que tú vives. Pero el arte sí te da esta perspectiva, ese horizonte, que te permite mucho más entender el mundo tal como es, las motivaciones, los mecanismos que están detrás de las conductas. Ese tipo de descripción de esa realidad secreta te la da el arte, mucho más que la historia, la sociología, que cualquier ciencia social.
¿Y puede sentir esa liberación?
Al final es una catarsis, efectivamente. Te descargas de algo que es un gran peso. Pero sólo descubres qué es y cómo es cuando eres capaz de expresarlo, o a través de la literatura, de la pintura o de la música o de cualquier manifiestación creativa. Porque tú puedes sentirte muy mal pero no saber por qué. Y creo que una de las maravillas del arte es que te permite formular aquello que para ti es incierto, confuso, una fuente de angustia terrible. Pero qué cosa es lo que ves cuando el arte le da una forma y lo hace comunicable. Muchas veces esa sensación, esos estados de ánimo, no sabes a qué se deben. Son unos estados de ánimo que padeces, pero la explicación profunda no la tienes. Y yo creo que sólo eso es claro, cuando la literatura o el arte te lo pone a la distancia y te permite apreciarlo con todos tus sentimientos, tus instintos, tus intuiciones. Creo que es una de las grandes funciones del arte: hacer un retrato de lo más profundo, de lo más secreto que hay en nosotros.
Entonces usted ha podido, a lo mejor, conocerse mejor al expresarse – probablemente eso que dice que no sabe qué es lo que le pasa, que vendrá de lo inconsciente, de una manera un poco instintiva– y ha podido reconocerlo luego.
A veces te llevas grandes sorpresas y hasta sustos. Dices, “¿esto estaba en mí? ¿Lo tenía aquí dentro? ¿De dónde salió?”
Claro, “¿esto viene de mí?”
Son unas autobiografías secretas las obras de arte. Y quizá las literarias más que ningunas, porque son tan explícitas, tan directas. No son tan simbólicas, como en el caso de la música, por ejemplo. Está ahí también, pero todo es tan abstracto. En la literatura no es nada abstracto, es muy explícita, muy concreta. Es una radiografía de lo que es la interioridad humana, la naturaleza humana, la condición humana, que a veces te quedas espantado con los monstruos que pueden salir de ti mismo. Pero sí tienen una función catártica, te libras de ello al mismo tiempo.
Es una manera muy sana de vivir. Como agnóstico, ¿dónde encuentra la espiritualidad que la religión aporta a los creyentes?
Pues yo creo que en la cultura, en el arte, en la literatura. Allí se manifiesta un tipo de espiritualidad. Es algo que saca de ti esa dimensión espiritual que otros encuentran solamente en la religión. Pero yo creo que un agnóstico no tiene porqué ser un materialista en el sentido más estrecho del término. Tú puedes vivir una intensa espiritualidad a través del arte, a través de la cultura, o tener una espiritualidad laica. En todo agnóstico hay siempre cierta angustia, ante esa idea que es tan inconcebible de decir: “bueno, esto es todo lo que hay, y con la vida se termina todo lo demás”. Entonces, resulta casi tan extraordinariamente extraño y sorprendente como la idea de Dios, como la idea del otro mundo. Es muy dificil, utilizando sólo la razón, pensar en el otro mundo, pensar en que hay una dimensión ultraterrena...
Hablando de la idea de la muerte, ¿De que forma se puede combatir con la literatura el pensamiento de la muerte?
Una de sus extraordinarias facultades es que nos hace vivir muchas vidas. Nos saca de nuestra realidad y nos hace vivir realidades extraordinarias, vidas riquísimas, aventuras absolutamente fuera de serie, nos hace pasar por tantas personalidades, psicologías, mentalidades... Entonces, es un enriquecimiento extraordinario de la vida. Ahora, al mismo tiempo, la literatura no te garantiza la felicidad, más bien, en cierta manera, te hace mucho más infeliz porque te hace entender que hay otras vidas mucho más ricas que la que tú tienes. Y eso te puede llenar de una tremenda nostalgia. Darte una conciencia de tu pequeñez.
Foto: Oscar del Pozo
Tiene muchos recuerdos de su infancia. ¿La infancia se recuerda o se reconstruye?
Bueno, yo creo que se recuerda de esa manera relativa, porque la memoria es muy tramposa, muy selectiva. La memoria elimina o añade muchas cosas, porque eso te ayuda más a vivir. No creo que sea absolutamente objetiva la memoria, pero sí creo que es fiel a lo que tú eres, porque incluso las transformaciones, las deformaciones que inflige la nostalgia o la fantasía a la memoria también son un retrato de lo que tú eres, de lo que te falta, de lo que quisieras tener y no tienes... Ese ejercicio de la memoria, por lo menos para un escritor, es fundamental. Bueno, eso lo dijo Freud, que los años que forman la personalidad están en la infancia, en la adolescencia.
¿Qué ha significado el amor en su vida?
El amor es, como la literatura, algo que enriquece extraordinariamente la vida. Creo que es más difícil de comunicar. El amor es algo que se vive en la intimidad. Y esa relación, que es una relación tan intensa –probablemente la más rica de las relaciones que tienen los seres humanos–, requiere al mismo tiempo una gran intimidad, requiere preservar una especie de confidencialidad, porque cuando se hace pública se estropea, se mediocriza, se banaliza, ¿no es verdad?. Pero es la experiencia más enriquecedora que existe. Todo es distinto cuando tú vives una gran pasión: las cosas son mejores, todo es más bello, hay un optimismo con el que tú te enfrentas a la vida, que sólo te da el amor. Entonces es la experiencia fundamental, la experiencia más enriquecedora, y al mismo tiempo también puede ser una fuente de grandes sufrimientos, desde luego. Las tragedias vienen del amor, de los amores desgraciados. Siempre hay una especie de idealización tal de lo que es esa relación que muchas veces te estrellas contra la realidad. Pero aún así, yo creo que nadie estaría dispuesto a sacrificar un amor, pese a saber que el amor tiene también secuelas traumáticas, a veces terribles. Pero nadie. Porque vivir esa experiencia es la experiencia de las experiencias. La más plena, la más intensa, la más absoluta.
¿Y qué sentido tiene el amor a su edad?
Yo creo que el amor no tiene mucho que ver con la edad. Hombre, el amor de un joven es más idealista, más inocente. El amor de un adulto, el amor de un viejo, claro, es un amor que está hecho ya de mucha experiencia acumulada, se enfrenta con mayor sabiduría, con un mejor conocimiento de la realidad. Pero aparte de esas diferencias, creo que la exaltación, el goce, esa sensación de optimismo frente a la vida que te da el amor se vive exactamente como cuando lo vive un adolescente.
Hablemos de su libro La civilización del espectaculo ¿Cree que la alta cultura no aspira ya a cambiar el mundo?
Bueno yo lo que creo es que la alta cultura está desapareciendo. A mí lo que me parece una de las alarmantes tragedias –que es una de las razones por las que escribí este ensayo–, lo que era la alta cultura, pues, es inevitablemente elitista. Es algo que se confina en una minoría, y es una gran ingenuidad pensar que la alta cultura puede estar al alcance de todo el mundo. No todo el mundo tiene ni el interés, ni la curiosidad, ni la paciencia, ni la disciplina que está detrás de la alta cultura.
Pero, digamos, la idea que la cultura llegue a todo el mundo es una buena idea. ¿Quién va estar en contra de esa idea? Ahora, al mismo tiempo, si eso significa –y creo que desgraciadamente en nuestra época ha significado eso– que la cultura, para llegar a todo el mundo, tiene que banalizarse, emprobrecerse, y tiene que convertirse en un divertimento, en una forma del entretenimiento, el resultado puede ser más bien muy negativo.
Y creo que es un gran defecto de la educación de nuestro tiempo. La educación de nuestro tiempo no preserva la alta cultura, incluso la mira con desprecio. El arte de crear o de pensar, hay que mirar hacia el pasado, porque en el presente hay más bien un panorama desértico en este campo.
¿Cree que la cibernética ha ayudado a esa desertización?
Sin ninguna duda. Cada vez el esfuerzo intelectual es menor, porque hay una tecnología que nos ayuda a renunciar a ese esfuerzo intelectual.
¿Qué función cree que deben cumplir los intelectuales en la vida política actual?
Mira, yo pertenezco a una generación que estuvo muy marcada por las ideas de los pensadores existencialistas. Y aunque en muchas cosas yo me he apartado de Sartre y soy muy crítico con él, creo que en su idea del compromiso del escritor y del intelectual con su tiempo, con su realidad, con su sociedad tuvo absolutamente razón. Uno no puede ni escribir, ni pintar, ni componer prescindiendo enteramente de lo que es la problemática del mundo en el que vive, y que es fundamental –precisamente sí crees en la demoracia–, que haya una participación de todos en la búsqueda de soluciones para los problemas: de respuestas para las grandes preguntas que se hace una sociedad, para dar de comer a todo el mundo, para dar trabajo a todo el mundo, para crear un sistema en el cual precisamente cada uno pueda coexistir con los demás, con sus diferencias, con su manera de ser, con sus propios apetitos...
Eso es fundamental, y creo además que la verdadera literatura, el verdadero arte, tiene que ver con esa problemática. El gran problema es que en nuestra época las ideas son menos importantes que las imágenes. Creo que la tecnología pura no es suficiente y que es muy importante la presencia de las ideas en el debate público, en aquello que es el conocimiento de lo que es la problemática humana. Pero en nuestra época eso va siendo relegado, desplazado más por las pantallas, por las imágenes.
Porque requiere menos esfuerzo.
Requiere mucho menos esfuerzo. Pero creo que no tiene que ser así, en absoluto. No hay una ley histórica que oriente a la sociedad en esa direccción. Es una decisión nuestra. Creo que, siendo lo importante que es la tecnología –que nadie lo puede negar–, es muy necesario que las ideas sigan teniendo un rol protagonista en la vida de las sociedades si no queremos convertirnos en una sociedad de robots. Cito otra vez el caso de Orwell, porque creo que fue tan lúcido él imaginando lo que podía ser un mundo controlado enteramente por la tecnología, no sé si en un mundo dictatorial... Como la república de Platón, ¿no es así?
Fotos: Oscar del Pozo
- Entrevista a Mario Vargas Llosa - - Página principal: Alejandra de Argos -