Desde las calles se lanzará el mensaje general de que esto no puede continuar de la misma manera y se enseñará a la gente cómo hacer su propia revolución. Argentina lo entendió a la fuerza con el corralito y desde entonces la gente se fía más de su colchón que del banco para guardar los ahorros. Paulatinamente irán desapareciendo las tarjetas de crédito y por supuesto los créditos bancarios; los chinos dan ejemplo de ello, pues una de sus máximas es "nunca recurrir al banco usurero", se prestan dinero entre ellos y no se cobran intereses. La generación surgida de este caos actual no jugará con las mismas reglas que hemos jugado sus padres, la imposibilidad económica de su acceso a la educación les hará recurrir a otras modalidades de aprendizaje y la mayoría de ellos no estarán adoctrinados con el sistema tradicional para seguir formando parte del engranaje que tan bien les ha funcionado a los ricos desde la revolución industrial; financieramente estarán mejor preparados para no dejarse engañar con hipotecas, y movimientos bursátiles que atienden a la especulación antes que a la realidad; el comercio lo harán por internet, y no sucumbirán tan fácilmente a las demandas de la moda y la presión publicitaria, se moverán, no tendrán un empleo estable, ni un piso, ni una ciudad, el mundo entenderá que es una pérdida de tiempo solicitarles su procedencia y su documentación, al fin y al cabo es difícil que vengan de otro planeta, simplemente valorarán su aporte a la sociedad. La revolución no empezará en las calles ni terminará en las calles, empezará en las mentes y continuará en las mentes hasta que la mayoría absoluta esté compuesta por esa nueva generación ni ni: ni hipoteca, ni cuenta bancaria, ni esclava del sistema tradicional. Los hijos de los licenciados y diplomados que hoy están en el paro o en una pizzeria, sabrán muy bien que los títulos universitarios no son nada mientras siga existiendo esa delgada capa que mantiene ahogada al resto de la población.
