Revista Cultura y Ocio
Poca gente lo sabe, pero el ojo derecho del químico y naturalista británico John Dalton está conservado en un frasco con formol en una estantería del sótano de la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad de Cambridge. Ya nadie le presta la menor atención, pero en una época fue un objeto de gran interés para los estudiantes de esa Alta Casa de Estudios. Ellos miraban el ojo y el ojo los miraba a ellos, era francamente perturbador. El interés radicaba en que Dalton (en vida, claro) no podía distinguir algunos colores -el rojo y el verde, principalmente-, lo que hizo que ese error de percepción acabara teniendo su apellido, transformado ahora en una forma sustantiva, al agregársele el famoso sufijo "ismo" que suele indicar -entre otras cosas- ciertas actitudes extremas. De esta manera, su falla perceptiva se convirtió en un aporte para la ciencia decimonónica, algo que hoy parece ínfimo si lo comparamos con los inmensos problemas que tiene la humanidad para percibir su propia realidad. En fin, a pesar de que pocos lo recuerden por haber captado antes que otros el Modelo Atómico, desde una estantería olvidada en un sótano de Cambridgeshire, el ojo de Dalton nos vigila y continúa esperando una respuesta válida que determine cómo demonios funciona el mecanismo de la percepción de los tonos. Los científicos contemporáneos entienden que han realizado todos los estudios necesarios para explicar este defecto genético, pero a mí lo que me fascina es la persistencia de la pregunta del ojo de Dalton, pues aunque él nunca vea una respuesta satisfactoria, esa insistencia desmedida es mi pulsión, la misma que hace que tenga el placer de disfrutar de la gran variedad de colores que pintan el rostro de mi mundo.