En la despiadada sabana africana, una madre leopardo y un joven macho antílope luchan por sobrevivir. Ella deberá encontrar sustento para sus crías y él deberá encontrar el camino de vuelta a su manada antes de ser pasto de los buitres. Cuando sus caminos se encuentren, quedará patente que la vida es territorio exclusivo del más fuerte y que la supervivencia de unos conlleva siempre la muerte de otros.
Existen, a grandes rasgos, dos tipos de buena literatura: la que es buena “a pesar de ser comercial” y la que es buena “porque no es comercial”. Esta, la vida pertenece a la segunda categoría y, consecuentemente, cuenta con todas las ventajas y desventajas que ello conlleva. ¿Ventajas? Que tiene valor literario demostrable y que por ello gustará a los entendidos, o por lo menos se verá ensalzada por prácticamente todo aquel que la lea, tenga criterio o no. ¿Desventajas? Que juega en la liga de los grandes y por desgracia eso significa que, en el Gran Esquema de las Cosas (categoría en la que esta obra quiere entrar aunque sea a mordiscos), se queda corta. Lo intenta, pero en última instancia pelea en una lucha que le viene demasiado grande. Eso sí: el mérito que tiene por intentarlo, que lo intenta, es indiscutible. Pero bueno, quietos todos un momento, mi Pedantómetro está a punto de estallar: ¿de qué va esta novela?, ¿a quién interesará?, ¿merece la pena? Vale, de acuerdo, me explico. Esta, la vida es un documental de La 2 hecho poesía, y por tanto gustará a cualquiera al que le gusten los documentales de La 2 y la poesía. Una mamá leopardo y un joven antílope tratan de sobrevivir en una sabana que no merece otro calificativo que el de “nido de muerte”. Hay sangre, hay cadáveres, hay vida, hay ternura y hay crías devoradas por los buitres. La historia que se nos cuenta es bestial (en el sentido de “hala, qué bestia”), pero además es bestial “de verdad”: todo el sufrimiento que se describe es necesario y para nada parece gratuito o fuera de lugar. No se va a la lágrima fácil. De hecho, lo mejor de esta obra es que no va a lo fácil, sino que se juega el cuello y sale de su zona de seguridad para intentar decir algo más; se percibe un interés verdadero por parte de Mónica Rodríguez y Gonzalo Moure en ir a por los Grandes Temas de la Vida, dejando además que los propios hechos que se relatan sean los que hablen por sí mismos, sin necesidad de palabras rimbombantes y desvaríos acerca del Gran Misterio. Esto es bueno, y tiene su mérito, y sería perfecto… si se mantuviera a lo largo de toda la obra. Porque sí, amigos, por desgracia hay momentos en los que los autores flaquean en su oficio y ceden a la tentación de dejar de narrar. Dejan de narrar y, de pronto, el lector nota que le están cogiendo por el cuello para que se esté quieto porque Se Lo Van a Explicar. Son este tipo de cosas las que hacen que Esta, la vida se quede atrás; estos breves momentos de debilidad en los que la historia pasa a un segundo plano. Breves destellos de lirismo barato que si no funcionan en ninguna buena novela menos lo hacen en ésta, porque una historia acerca de animales por fuerza se tiene que basar en el movimiento. Quítale el músculo a lo que estás contando, aunque sólo sea por un instante, y todo se va al carajo. Así de difícil es la segunda categoría.
Y aun así me gusta. Me gusta porque me gustan los animales y de niño me tragaba todos los documentales de La 2. Me gusta porque es una obra con agallas que intenta ser algo más, algo importante, algo trascendente. No lo consigue… pero ahí, ahí se queda, a un solo tropezón de la línea de meta. Esta, la vida es una obra que apuesta por lo mejor y tiene la calidad suficiente como para ser digna de todo mi respeto. Gracias a los escritores y suerte con la siguiente si la hay.