23 de Diciembre del 2012 | etiquetas: Este Cine es Nuestro
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“Señor jefe de estación, es usted verdaderamente ocurrente”, deja caer una de las hermosas mujeres que durante la pieza de Jiří Menzel Trenes rigurosamente vigilados (Ostře sledované vlasky, 1966) pasan por la estación ferroviaria en que se centra toda la historia. Y, en efecto, la cualidad de ocurrencia, de quiebro sencillo, casi ingenuo, después aparecido como gran sentido de humor, atraviesa la película como el resto de obra del checo (Alondras en el alambre, Yo serví al rey de Inglaterra).
Al llegar el protagonista Milos a su nuevo puesto de trabajo como controlador de vías, ya no sólo nos sorprenderá sus aspiraciones respecto al cargo a ocupar (al inicio se nos habrá introducido a modo de diapositivas sobre el historial de los varones de su familia: vivir sin esfuerzo y hacer gala de ello; por ejemplo, un antecesor intentó detener la invasión nazi con el poder hipnótico de su mente). A la vez descolocará el plantel de personajes que frecuentan el lugar, desde el hechizante revisor Hubička hasta el colaborador nazi que no dejará de informar con fervor de la importancia de un ánimo general en velar por el enclave estratégico que es la estación para el poder invasor y la salvación de la humanidad…
Y aquí, en esos discursos entusiasmados que el resto de personajes siempre cuestionan, entre perplejos y desafectados, es donde aparece Preston Sturges y su gran parodia de las estridencias de política y sociedad, ese clamo de ¡lo que hay que ver!, u oír, o vivir, con la que los personajes de Menzel se diría que conviven en ayuda de sus pequeñas ocurrencias.
¿¡Y es que no se le ocurre a otro anciano compañero, tras manejar un tirador roto que le hace caer de culo, comentar que qué maravilloso suena el reloj, que acaba de tocar hora!? Pues sí, ya veis que se le ocurre, o que se encuadre ese beso sin culminar de Milos con su novia, o el sosegado golpe de aliento de Hubička en los sellos oficiales antes de estamparlos. Son como pequeños juguetes compositivos desde una tranquilidad despreocupada, la fuerza de la costumbre en el plano del mismo revisor de espaldas, brazos cruzados, mirando a ver si llega – más que esperando – el siguiente tren. Y cuando estos episodios llegan a conllevar escarceos con la muerte o con la ley, y sigue manteniéndose ese mimo humorístico por hablar antes de los motivos de los personajes que de los motivos de la guerra, la ocurrencia ocurre muy fuerte; nos damos cuenta que el drama funciona aquí por ocurrencia.
En esos momentos podríamos echar al aire uno de esos ¡Qué drama! sinceros y ocurrentes con que contestamos a veces al mundo. Un mundo que Menzel, en el camino que llevaría más tarde a los intrigantes pasmarotes de Kaurismäki (Ariel) – o los del caso particular de La banda nos visita, de Eran Kolirin – pone a actuar unos personajes contemplativos, absortos, como volviéndose hacia sí mismos antes que a custodiar esos trenes rigurosamente vigilados. Que no significa que no expresen sus inquietudes, quizá más bien que lo hagan a su manera, iba a decir a su manera checa, como muy sabedores de qué les interesa expresar sin llegar a desvirtuarse, y de que la imagen de uno de esos sellos oficiales sobre el trasero de la amada, o aquellas ensoñaciones libidinosas en el camarote que proyecta Josef en Sueños de juventud de Jan Svěrák, pueden expresarlo mejor en cine.