“No les tengo que contar el coraje que implica que todos ellos juntos vengan y toquen frente al otro (…) y, aunque nos halaguen diciendo que esta es la orquesta de la Paz, déjenme contarles que sabemos que per se no traerá la paz, (…) lo que sí puede traer la paz es la paciencia, el coraje, la curiosidad de escuchar la narrativa del otro, todos tenemos la posibilidad de expresarnos libremente, y lo que es tal vez mas importante, la posibilidad de escuchar la versión del otro…(…) de eso se trata este proyecto porque el sentido de bienestar, justicia, y felicidad de uno, será el del otro”. Estas palabras pertenecen a un discurso de Daniel Barenboim luego de un concierto de Ramallah el 21/8/2005 presentando a la West Eastern Divan Orchestra. La Orquestra, en su página web se presenta como “un taller de trabajo Israelí, Palestino y otros músicos árabes que se reúne en Weimar, Alemania para materializar la esperanza de reemplazar la ignorancia con educación, conocimiento y entendimiento, para humanizar al otro, para imaginar un futuro mejor”.
Por estos días la West Eastern Divan Orchestra con Daniel Borenboim nos visita por Buenos Aires y fue muy natural tener su mensaje de Paz muy presente. Porque… curiosamente quiso el destino que sea también por estos días que tuviéramos todos el enorme impacto emocional del encuentro de Estela de Carlotto con su nieto, hijo de su hija brutalmente asesinada por el terrorismo de Estado. Pensé en su entereza, su alivio al saber que cumpliría su sueño luego 37 años de empeño. También en el joven privado de su identidad por tanto tiempo, en lo que deben estar sintiendo los padres que lo criaron, en sus vidas dando a partir de esta semana un giro insospechado.
Este círculo que parece cerrarse en las vidas de Estela de Carlotto y su nieto me recordó también al de la historia de Philomena Lee, la católica irlandesa que luego de 50 años se animó a contar que fue abandonada por su familia por un embarazo adolescente del que tuvo un hijo al que entregaron en adopción. Luego de una intensa búsqueda logró reencontrarlo pero, penosamente sepultado y mucho más cerca de lo que se imaginaba, en el convento del Sagrado Corazón de Roscrea, de donde los habían separado y al que recurrentemente ambos fueron, tratando de reencontrarse aunque sistemáticamente disuadidos por una jerarquía católica cruel y despiadada.
¿Cuánto dolor se evitaría si ante la diferencia fuéramos capaces de escuchar la narrativa del otro, como propone Barenboim y la fantástica West Eastern Divan Orchestra? Se me ocurre pensar que Estela o Philomena son mujeres que simbolizan la esperanzada lucha por la verdad y por la justicia. Ojalá que sus historias circulares tan duras pero también impecables nos alerten sobre la imperiosa necesidad de un mundo mejor en el que estas atrocidades no se repitan encontrando puntos de encuentro con “paciencia, coraje y curiosidad”. Decía también por 2005 Barenboim al terminar su discurso: “debemos encontrar la solución juntos, encontrar la manera de compartir con el otro lo que se necesita compartir…” (hablando nada mas ni nada menos que de las disputas territoriales entre Israel y Palestina…).
Antes de terminar: las obras de Estela y Philomena están lejos de considerarse terminadas. Abuelas de Plaza de Mayo sigue en su búsqueda incesante de los más de 300 nietos todavía no encontrados en tanto que Philomena lidera un proyecto que busca la apertura de registros que reparen los daños causados por los mecanismos ilegales de adopción en el seno de algunas órdenes religiosas católicas y protesantes (Magdalene Laundries) en Irlanda.