Revista Arquitectura
El revuelo que se está generando estos días sobre Eurovegas me genera muchas preguntas, que intento responderme lentamente. Sheldon Adelson aterriza en una España en venta y anuncia que quiere crear un complejo de juego y congresos y turismo y yo qué sé qué más. De repente, todo el mundo se pone en contra, con un sentimiento de dignidad ofendida que me provocó recelos desde el primer día. Este corriente de indignación me parece la enésima expresión del “no somos así” y del “son los otros” tan característico de este país: es indudable que Eurovegas cuenta con soportes políticos poderosos. Es indudable que parte de la opinión pública está a favor.
Teniendo en cuenta el impacto que un proyecto como este, de llegar a materializarse, provocaría en el país (económico, físico, de cambio de paisaje) no me parece banal plantear un referéndum. Que plantearía, rápidamente, la cuestión del grado de preparación de la población para opinar sobre un tema tan delicado. Una cuestión que va paralela a otra: el grado de preparación de nuestros políticos. Reaccionar contra Eurovegas es ponernos en contra de nuestros representantes. En estos momentos Cataluña está gobernada por un CiU que roza la mayoría absoluta y no tiene una oposición vertebrada como tal. En Madrid (el otro escenario posible), el PP tiene una mayoría absoluta arrolladora. Hace 35 años que tenemos democracia. ¿Qué hemos votado? ¿Quién hemos dejado que nos gobierne? Detecto (con miedo) un corriente que trata los políticos de “ellos”. Pues no. No hay “ellos”. Los políticos somos nosotros. Somos todos. La política es la expresión ética de la sociedad. Si tenemos los políticos que tenemos, ¿Qué somos como sociedad? Sólo hemos empezado a reaccionar contra los políticos cuando las cosas han empezado a ir mal. Antes, sociedad pasiva. La responsabilidad social sobre este tema es absoluta. De todos. Y está muy, muy mal digerida. Sencillamente, nuestra cultura democrática es pésima. Y todo lo que está sucediendo no hace otra cosa que ponerlo de manifiesto.
Eurovegas, se haga o no se haga, tiene una respuesta legal muy fácil: se presenta un proyecto. Se informa. Se visa y se acaba concediendo, o no, un permiso de obras y una licencia de actividad. En estos momentos, Eurovegas es ilegal.
¿Por qué estamos tan preocupados, pues? En este país las leyes se ponen y sacan a ritmo de la alternancia política. Muy, muy pocas veces se pactan entre gobierno y oposición, de modo que la sociedad se ha acomodado a un marco legal cambiante. ¿Qué el Delta del Llobregat es un parque natural? Se recalifica y listos. ¿Qué no se puede fumar, que el juego está prohibido a los menores? Ningún problema. Revoltillo y adelante. Todo está en venta. Qué poco nos creemos nuestras propias leyes.
Todo esto tiene una derivada respecto de nuestra profesión importantesima: Los arquitectos hemos negligido nuestro marco legal. De hace tiempo. Y de modo temerario. Oigo contar (y he comentado en el blog) muchos proyectos que fuerzan la normativa al límite. O que, sencillamente, la incumplen. Muchas veces, con buen criterio. ¿Cómo puede ser que hayamos creado un marco legal que ilegaliza muchos pueblos españoles enteros? ¿Que fuerza, pieza a pieza, independientemente de su contexto, usos no permitidos? ¿Cómo es que nos hemos acostumbrado a operar al margen de este marco sin cambiarlo? ¿Por qué tenemos un Código Técnico que todos dicen que no funciona? ¿Por qué hemos permitido promotoras públicas como GISA, con libros de estilo donde se impone a los arquitectos proporciones, estilos, materiales, estructuras enteras, a veces con criterios tan equívocos como puedan ser el gusto personal de determinados directivos? Ejerciendo en contra de unas leyes que no nos gustan, nos quejamos por vicio pero no las cambiamos. O, si realmetne queremos hacerlo, somos unos fracasados. Desde hace décadas. El debate sobre Eurovegas es, en estos momentos, un debate sobre el marco legal de la profesión. De una profesión en crisis, en estos momentos prácticamente parada. De una profesión que, antes, lo firmó todo: desgracias urbanísticas como Seseña llevan la firma de un arquitecto. El aeropuerto de Castellón, todos los grandes proyectos de equipamientos fallidos. Todo firmado por arquitectos. Y esto afecta a la profesión entera.
Otra consideración: ¿Qué hemos hecho respecto del territorio amenazado? Se quiere construir Eurovegas en el Delta del Llobregat. Razonemos por reducción al absurdo. Si hubiesen pedido la Ciutadella la gente habría quemado la Plaza de Sant Jaume. Si hubiesen pedido Collserola, ídem. O hasta el Delta del Ebro. ¿Cómo es que se está debatiendo la construcción del complejo en el Delta? Legislar es fácil. Pero no se trata de imponer, sino de convencer. Hemos planificado mal. Hemos negociado peor. O, mucho me temo, no hemos negociado. Igual, después de escribir esto, se me empieza a hablar de iniciativas desde el Colegio o las universidades para proteger el Delta. Todas han fracasado. Sea como sea. La propiedad del suelo, atomizada. Su gestión, dudosa, en el mejor de los casos. La definición de sus límites, nula: infraestructuras machacándolo, el Aeropuerto extendiéndose como una mancha de aceite, las ciudades limítrofes sin una fachada clara. ¿Qué hemos hecho?
Los arquitectos hemos negligido gravemente nuestra profesión. Incluso hoy en día se la identifica con la construcción. Se sigue despreciando a los que no lo hacen, que se ven tratados como arquitectos de segunda. Hay poca tradición de planeamiento. De reforma de normativa. La vertiente política apenas existe. Pero está claro: los políticos son ellos, no nosotros. La difusión, la participación, están bajo mínimos y se ejercen mal, siempre al margen de la política, que es (o tendría que ser) quien aporta la representación ciudadana legítima.
Y ahora hemos hecho tarde. El debate sobre Eurovetas es reactivo. No propositivo. Hemos dejado que vengan, nos pillen dormidos, y sólo entonces hemos empezado a hablar. Teniendo en cuenta que nuestra profesión es propositiva, el error es imperdonable. Fatal. Y cuanto más nos quejemos a posteriori menos se nos va a entender, porque nada de lo que digamos podrá borrar el hecho que no estábamos cuando se nos necesitaba.