Revista Vino
Una botella de vino, como tantas obras surgidas de la acción conjunta entre hombre y naturaleza, es una caja de sorpresas. Esa es una de las cosas que más me cautiva de este mundo: antes de abrirla, realmente, realmente, nunca sabes qué te encontrarás. Ni en qué estado...Muchas ganas tenía a esta botella, procedente de algunos viñedos en altura de Colomé en Salta (Valle Calchaquí), añada 2006, que mis amigos de Rumbovino me habían obsequiado. Hacía más de un año que no tomaba un buen malbec y la procedencia del regalo y de la uva (mi querida Argentina), añadían dosis de ilusión. En fin...sin entrar en mucho detalle: el corcho había chupado vino, estaba ya húmedo y se iba deshaciendo a medida que el sacacorchos entraba. Cuando me di cuenta, entró el de láminas en acción, pero ya era tarde. No lo salvamos. Tuvimos que hundirlo con rapidez, colar y filtrar a un decantador. El corcho no había hecho su función, pero además el vino tenía la acidez volatil muy alta y, vamos, que no estaba en condiciones. Frustración, decepción: mi homenaje a los amigos, a esa uva emblemática de la Argentina más afrancesada se iba al garete.
Pero...si algo soy es cabezón. No sería con la botella de mis amigos, pero empecé a rebuscar en mi "fondo de armario" (no piensen ustedes...tampoco es tanto: en casa no guardo más de 80-90 botellas) porque seguía teniendo muchas ganas de malbec argentino. Y topé con algo muy, muy interesante. A priori, claro. Leí cosas sobre la Bodega Noemía en mi última estancia en Buenos Aires, me interesó mucho y no paré hasta que encontré una tienda que tuviera sus botellas. Había decidido que algunas de las botellas que viajarían serían de Hans Vinding-Diers, que parece haberse tomado muy en serio al Valle Negro (en la Patagonía argentina), entre los ríos Neuquén y Limay. Biodinámico friki danés trabajando en viñedo de malbec de los años 30 del siglo pasado, con el apoyo de la Condesa Noemí Marone Cinzano y en una bodega en que la única fuerza mecánica es la de la gravedad. Todo el mundo mirando como de soslayo. Y adelante. Hubiera querido darle más años a esta botella, pero la necesitaba ese día. Y la abrimos...con 14%, unos 15ºC y copas de Priorat/Burdeos/Cahors. Las expectativas se confirmaron.
Me gustó tanto desde el primero impacto aromático que, como suelo hacer en estos casos, transcribo literalmente mis notas: "Profundidad. Corazón. Misterio. Místico. Es de una gran mineralidad. Tierra en estado puro. Arcilla. Tierra mojada. Reivindicación emocionante del malbec. Barro y lluvia, aunque ahí cae poca. Alegría del vino bien hecho y la uva bien entendida. Ciruelas negras pasas. Mirto y brezo. Es un vino azul, para la introspección y la nostalgia. Un vino profundo, para pensar y seguir amando a la tierra argentina. Es un vino intenso pero no denso. No pesa en boca. Es un vino que te envuelve por completo. Madera muy bien medida. Te sumerges en él y te vas para la Patagonia de golpe. Espacios libres, frescor, vastedad, lejanía, horizontes, profundidad." Añado que a las 24 horas el vino estaba mucho mejor, con más fruta (arándano negro, mora madura) y recuerdos de la ceniza en el hogar. He pensado en ustedes, amigos. No ha podido ser con su botella, pero la de Bodega Noemía me ha servido también para retomar el pulso a un gran malbec argentino y para compartir una íntima, intensa velada con todo lo que tengo en esa tierra. Que es mucho.