Revista Opinión

Extranjeros en tierra propia

Publicado el 31 marzo 2014 por Carmentxu

Si queda algo, poco, de aquel espíritu, juguete roto del 11M, es un slogan que repetimos todos como un mantra hasta hacerse clamor: “No hay pan para tanto chorizo”. Y no lo había, nunca lo hubo, aunque algunos pensaran que, a falta de pan, había pasteles y los sigue habiendo para el rescate postpufo. El caso de la banca ha sido el más sonado. Para el rescate ha sido necesario emprender una campaña de propaganda feroz, inocular el miedo, en la que se ha tildado a la banca de sistémica, como si de los pufos y amiguismos dependiera la continuidad del sistema, de su sistema, un sistema que hace aguas, enfermo terminal, ya con respiración asistida, que no se refundó cuando fue urgente y aún ahora menos que ya es importante. Y que continúa voraz, sediento, en una huida hacia delante desesperada abriéndose entre la maleza a machetazos. Cada recorte, una herida abierta que no cicatriza, que se envenena.

Quizá no es tan descabellado pensar que lo mejor sería dejar que el capitalismo feroz que nos ha traído estos lodos donde se clava la zancada de los cazadores de elefantes muriera con dignidad, como los grandes. Pero no. En su lugar, se ha optado por mantener al enfermo entubado, justificar unas ayudas públicas salidas directamente de nuestros bolsillos sin previo aviso (nunca nos consultan para estas cosas), quitarnos la educación que nos enseñó a cuestionar, la sanidad que nos mantuvo fuertes para seguir luchando, la inversión productiva que nos hizo creer en un futuro más próspero. Y durante todo ese tiempo, en la trastienda, los sistémicos hicieron y deshicieron a las órdenes de políticos sin alma que utilizaron el sistema como máquina casera de hacer dinero. Milagro económico, lo llamaron a los cuatro vientos. Y el viento acabó por arrasarlo todo y dejar las vergüenzas a la vista.

Ahora que la máquina de hacer dinero se oxida en los sótanos del Banco de España y ya esfumado el sueño de que éramos dueños de nuestro destino, solo queda la frontera, ser extranjero en otras tierras después de habernos convertido en eso en la nuestra.


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