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Factual: El Oscar

Publicado el 24 febrero 2013 por Fimin

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Alfred Hitchcock, Stanley Kubrick, Cary Grant, Charles Chaplin, Marujita Díaz… grandes nombres del séptimo arte con una cacareada condición común: ninguno ganó el Oscar, al menos en su ocupación más reconocida. Un año más, se acerca la gala, tarde de nervios para los asistentes y noche de insomnio para los que la vemos a este lado del charco. Todos hemos jugado alguna vez a ser ganadores, ensayando ante el espejo del baño con un bote de champú (todos lo hemos hecho ¿verdad? ¿no? Maldita sea…), elaborando un discurso ingenioso para pasar a la posteridad y para que la actriz de tus sueños (Natalie Portman) o el actor por el que suspiras (Ryan Gosling) nos ría la gracia.

Es el poder del cine norteamericano condensado en una noche de glamour y oropeles. La dorada estatuilla es uno de los principales símbolos del papel hegemónico de Hollywood a lo largo y ancho del globo, y las películas que se llevan el premio reciben una consideración especial capaz de cambiar (normalmente para bien) la carrera del ganador.

Ni Louis B. Mayer debía imaginarse, allá por 1929, el jaleo que iba a armar con su simpática idea de crear unos premios que reconocieran el trabajo delos profesionales del cine y hermanaran durante una noche a un sector convulso que había conocido desde envidias y disputas personales hasta auténticos tiroteos. Ha llovido mucho desde entonces, pero el poder del hombrecillo desnudo, castamente tapado con una espada, sigue más presente que nunca. Aunque a más de un integrista norteamericano le daría un pasmo si supiera que el perfil de la figura pertenece a Emilio “El Indio” Fernández, un actor y director mexicano. Sí, el Oscar es mexicano, la primera muestra de internacionalidad de un galardón que traspasa todas las fronteras, físicas y mentales. Qué cosas. ¿Hacemos un pequeño viaje por las interioridades de tito Oscar? Hay mucho que escoger, y muy variado. Pasen y vean.

 La primera

La primera gala de los Oscar tiene lugar en el Hotel Roosevelt de Los Ángeles el 16 de mayo de 1929. Hay sólo 15 estatuillas y los nominados compiten por el conjunto de películas estrenadas en un periodo de dos años. El número de contendientes es menor (apenas tres) y las categorías se pueden dividir en drama y comedia, además de los consabidos premios honoríficos que van a parar por méritos artísticos a El circo (1928), y por méritos técnicos a El cantor de jazz (1927). Por cierto, Chaplin se agarra un buen rebote cuando ve cómo la recién creada Academia de cine saca su nombre de todas las categorías a las que compite para concentrarlo en un miserable premio honorífico. Encima los invitados tienen que pagar una entrada de cinco dólares para asistir al almuerzo y ni siquiera sienten los nervios de la velada: hasta 1930 los ganadores se anuncian con meses de anterioridad. Menuda fiesta.

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¿Y quién se lleva el premio gordo? Una historia de amistad y de guerra, de amor y de rivalidad, que aúna todos los elementos que caracterizan la superproducción clásica norteamericana, teñida de melodrama. La mejor película de la primera edición es Alas (1927), cine de alturas ambientado en la I Guerra Mundial y con un reparto que incluye a la prehistoria del star-system hollywoodiense. De hecho, es la única película muda en lograr el máximo premio hasta The Artist (2012). William A. Wellman dirige con buen pulso una película que hoy en día permite dos lecturas: la que se desprende del propio relato y la que le atribuye el hecho de ser la primera, la que da el pistoletazo de salida. El primer Oscar a la mejor película.

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Aunque a decir verdad, hay un premio otorgado anteriormente. El Oscar al mejor actor recae en Emil Jannings, intérprete suizo que se labra una solidísima carrera en la UFA alemana de los años veinte. Jannings gana el premio por El destino de la carne (1927)y por La última orden (1928), pero la noche de la ceremonia se encuentra viajando de regreso a Europa, así que la Academia se lo entrega unos días antes. Así de simple. El intérprete ejemplifica el devenir de las primeras y convulsas décadas del siglo XX. De actor de éxito en la alegre, fecunda y frágil Alemania de Weimar en los años veinte a estrella internacional consagrada en la cada vez más potente industria de Hollywood… y de allí al abismo. Jannings se convierte en uno de los palmeros del nazismo, para el que actúa en insufribles panfletos del Tercer Reich. Él, que había trabajado con Ernst Lubistch y con el pobre Kurt Gerron, da la espalda a sus damnificados compañeros. Tras la guerra los medios norteamericanos lo “indultan”, pero es condenado al ostracismo, un estado que aún se mantiene hoy en día si tenemos en cuenta que en las antológicas de la Academia rara vez se le nombra. A nadie le entusiasma pensar que el primer Oscar al mejor actor es para un nazi de tomo y lomo.

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 ¡Nominados!

Los Oscar son un paripé. Una fiesta que se cuece meses antes, un baile de nombres que genera expectativas, donde la contienda estalla antes de que se anuncie la lista de nominados. Hay un complejo engranaje que catapulta a una película al escenario del Kodak Theatre pero nadie sabe exactamente cuándo se pone en marcha. Puede que sea en el instante mismo en el que un tipo con gafas de culo de vaso se sienta en una mesa de su diminuto apartamento de Los Ángeles y se pone a teclear, con la gala en mente, una historia que se ajuste a los cánones oficiosos establecidos por 85 ediciones de los premios. O puede que las ruedas empiecen a girar durante el rodaje, cuando un cásting de rostros premiados y una producción de muchos ceros garantiza una parcela de notoriedad en todos los medios y esa consabida expresión, repetida hasta la náusea, de que esto “huele a Oscar”. O puede que sea Harvey Weinstein, especialista donde los haya en fabricar ganadores desde hace quince años con su amplia y compleja influencia sobre la industria. ¿Cómo se fabrica un ganador? Nadie lo sabe exactamente. En cualquier caso, más te vale salir bien en los medios, resultar simpático, tener un personaje que te obligue a engordar o a adelgazar, poner un acento “raro” (que para los norteamericanos es cualquiera que suene más allá de sus fronteras) o simplemente encarnar a una figura histórica, o no vas a rascar nada. Y ni se te ocurra llamarte Lars Von Trier.

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De todo esto, del sainete que precede a la designación de los nominados, habla con tanto talento como mala sombra el inefable Christopher Guest en uno de sus trabajos más ácidos. Nominados (2006) retrata las alharacas, esperpentos  y vanidades de la industria de Hollywood, desde la fauna que puebla el paisaje de los grandes estudios hasta los fuegos de artificio y el cartón piedra que convierte a los cineastas en armas de autopromoción frenética y desaforada. Guest no deja títere con cabeza ni tiene ningún problema a la hora de estereotipar a sus personajes, auténticos engendros capaces de sumar en sus patéticas figuras todos los vicios y las trampas de una profesión de egos y necios. El cine, parece decir, es algo más que lo que se respira aquí, pero en el universo de Hollywood todo se banaliza y se reduce a una pieza de consumo rápido, a un circo de cuatro pistas donde los artistas van sobrecargados de maquillaje y si enciendes las luces verás que los animales están famélicos, los equilibristas no se sostienen de pie y toda la carpa se cae a pedazos. La película de Guest es histérica y cruel, un muestrario de mezquindades propio de la patética condición humana en el Hollywood más risible, pero también el más escalofriante. Todo el engranaje nos aboca en una misma dirección: el ridículo.

 Multipremios

A los aficionados a las listas y a las quinielas les gusta hablar de los “triunfadores de la noche” en cada gala de los Oscar. Generalmente este honor recae en las películas que más premios han arramblado, especialmente en aquellas que han conseguidos algunas de las cinco principales categorías (película, director, actor, actriz y guión), aunque no siempre son un pasaporte directo para la memoria común. ¿Quién se acuerda hoy en día de La vida de Émile Zola (1937),de La barrera invisible (1947) o incluso deGente corriente (1981)? Sea como sea, a la Academia le gusta lucir de vez en cuando un ganador incontestable, un trabajo que se ha llevado el gato al agua en la mayoría de las categorías. Películas como El último emperador (1987), que concentran en sus 163 minutos toda la espectacularidad de una cuidada producción, sumada a una narración que nos adentra en terrenos históricos y exóticos para el espectador común, y un director de renombre capaz de imprimir todo su incontestable genio y consagrarse a ojos de Hollywood. Bernardo Bertolucci salda cuentas con la Academia y lo hace por todo lo alto, con uno de esos trabajos que (éste sí) debería quedar fijado en la memoria cinematográfica de las generaciones venideras. Y lo hace pulsando todas las teclas que le exigen los estándares de selección de los Oscar. Nueve Oscar se lleva por delante. Lo dicho: un genio.

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En la misma senda, y también galardonada con nueve estatuillas, El paciente inglés (1996) cuenta una historia de pasiones desatadas, ubicadas en el seductor e inhóspito desierto del Sáhara en los años 30 y en la Toscana del final de la Segunda Guerra Mundial. El destino como hado cruel, el amor por encima de todo, los grandes parajes y los movimientos de masas, una dirección impecable (si bien muy académica) y un reparto perfectamente conjuntado. A los de Hollywood les encanta,  aplauden a rabiar y jalean al omnipresente Harvey Weinstein, el productor cuyo nombre se repite año tras año, gala tras gala, por su habilidad para colar entre las nominadas títulos de similar pelaje, así como por ser uno de los principales valedores de Quentin Tarantino. Con todo ello, El paciente inglés es un ganador seguro, pero hay años en los que la Academia se permite alguna sorpresa. Traffic (2000) le arrebata el Oscar al mejor director a Ridley Scott, que tiene que conformarse con ver a Steven Soderbergh recoger una estatuilla que a él se le escapa un año más. Ni con gladiadores le basta. Algo parecido pasa con Crash (2004), que se cuela inesperadamente en una gala que debía monopolizar Brokeback Mountain (2005). Hasta Jack Nicholson se sorprende al leer el nombre de este drama coral, que habla del problema del racismo en la ciudad multiétnica y deshumanizada de Los Ángeles, y que acaba la noche con tres estatuillas.

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A veces, en cambio, los Oscar se consagran a leyendas que no necesitan ser alimentadas, pero que suman con este premio un eslabón más que parece legitimarlos definitivamente. Es el caso de Clint Eastwood, que empieza su idilio con la Academia a raíz del éxito de Sin perdón (1992) y lo rubrica definitivamente con la bellísima Million Dollar Baby (2004), donde la amistad entre una joven boxeadora y su entrenador se dispara en direcciones insospechadas, capaces de levantar debates en el seno de la sociedad sin necesidad de convertir la narración en un panfleto al uso. Eastwood capta como pocos la luz en la penumbra de un cochambroso gimnasio, que apesta a sudor, donde todas las ilusiones están irremisiblemente abocadas a estamparse contra la lona. La Academia premia con cuatro de los principales Oscar a este retrato a la vez triste y esperanzado, a esta historia de perdedores unidos por un amor filial que demuestra su fortaleza cuando se pone a prueba en la más difícil de las decisiones.

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Este año entre los nominados habrá viejos conocidos. Tom Hooper repite con Los miserables (2012) tras ganar la partida hace dos años con los cuatro Oscar de El discurso del rey (2010). La historia de la relación entre el rey Jorge V y su logopeda durante la terapia para mejorar su tartamudez encandila a público y académicos por su tono agradable, el talento de su equipo y un aire british que destila litros de clase y buen hacer. Hooper no podrá repetir el Oscar al mejor director, básicamente porque no está nominado. Lo mismo le ocurre a Kathryn Bigelow, que se ha quedado fuera de esta categoría tras ganarla con En tierra hostil (2008), un potente drama sobre un equipo de desactivadores de bombas norteamericanos que intenta sobrevivir un día más en la rutina del Irak en guerra. Con seis Oscar a su favor la película derrota al Avatar (2008)de James Cameron y logra un triunfo histórico: es el primer Oscar a la mejor directora ganado por una mujer. Tampoco está Ben Affleck, el director del año a juzgar por la ristra de premios que lleva con Argo (2012) y que ya apuntaba maneras (¡y qué maneras!) con su debut en Adiós pequeña adiós (2007). El que sí se ha colado es David O. Russell, quien se dio a conocer en los círculos de Hollywood con Flirteando con el desastre (1996) y últimamente se ha convertido en un habitual de las listas de nominados.

 

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Best foreign language film…

…O lo que es lo mismo: esa pequeña parcela que la Academia destina a recordar que, miren ustedes por dónde, resulta que también se hace cine allende las fronteras norteamericanas. Todas las galas de premios alrededor del mundo han copiado el modelo de Hollywood, que se inicia en 1947 con un premio especial a El limpiabotas (1947) de Vittorio de Sica pero que no se convierte en sección competitiva hasta 1956. En este espacio multilingüe han coincidido países de todo el mundo, y títulos del calado de El manantial de la doncella (1960)Trenes rigurosamente vigilados (1966)El tambor de hojalata (1979) o Todo sobre mi madre (1999). En ocasiones la Academia ha incluido una película extranjera en otras categorías tradicionalmente  reservadas a la producción norteamericana. Es el caso de 8 y medio (1963), con cinco nominaciones, de La noche americana (1973), con cuatro, o de Fanny y Alexander (1984), con seis (¡de los que gana cuatro!).

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Lo más curioso del Óscar a la película extranjera es que el premio no se concede a un artista en concreto, sino al equipo que integra la película, como un premio que evalúa el trabajo de todo el conjunto en una dirección parecida (aunque no equivalente) al Oscar a la mejor película. Así pues, hay cineastas cuyo nombre se repite en las galas gracias a sus trabajos en esta categoría sin que necesariamente estén nominados como mejor director. Entre los habituales encontramos el relumbrón de Luis Buñuel, Vittorio de Sica, Akira Kurosawa o René Clement. Federico Fellini e Ingmar Bergman ganan el Oscar en esta categoría dos años consecutivos: el italiano con La strada (1956) Las noches de Cabiria (1957), y el sueco con El manantial de la doncella y con Como en un espejo (1961). Por cierto, Pedro Almodóvar integra una categoría aún más insólita: tras ganar el premio por Todo sobre mi madre (1999), se lleva el Oscar al mejor guión original y una nominación al mejor director por Hable con ella (2002), pero no entra en la categoría de mejor película extranjera al no ser propuesto por la Academia española.

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 Y el Oscar es para…

Tras 84 ediciones los premios de la Academia norteamericana han cambiado las formas. La tradicional cantinela que precedía al nombre del ganador, la conocida “And the winner is…” ha sido substituida por una más elegante “And the Oscar goes to…”. Han hecho falta décadas para ver a un intérprete negro ganar la estatuilla al actor principal, y aún más para ver a una actriz del mismo color, o a un hispano, pero el premio ha llegado. Y de los 15 premios iniciales hemos pasado a veinticuatro, entregados en una extenuante ceremonia que nunca dura menos de cuatro horas largas. Cada año la Academia intenta reinventarse, pero podemos asegurar que habrá bromas, habrá música, habrá parodias, y también risas y lágrimas. Y vestidos de noche en una alfombra roja de la que se hablará tanto como de los premios. Seth MacFarlane se encarga de presentar la ceremonia, en la que quizá sea la jugada más arriesgada en años. Veremos si puede dinamitar el correoso modelo que impera desde hace tanto tiempo, cada vez más criticado, o si deberá plegarse a las exigencias de uno de los espectáculos más televisados del año. Veremos qué pasa, pero lo veremos. Por una noche, mientras dure la gala, veremos el desfile de estrellas y de premiados con pasión de mitómano o con una ceja más o menos arqueada por el escepticismo, pero no nos perderemos los resultados. Han pasado 85 años, pero aunque el guión nos suene a previsible y trillado, los Oscar son los Oscar.


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