Los homenajes son sencillos. Reúnes los méritos, hablas bien del occiso y se acabó. Unos meses después nadie lo recuerda. Excepto a los dioses, y Daniel era un dios, perdón, un Dios. La prueba de su divinidad serán las miles de reproducciones que tendrá Les Luthiers dentro de 20 años. No es una predicción arriesgada. Mozart, Beethoven, ¿hace cuánto murieron? Y ahí están. Para usted puede ser una comparación descabellada, para mí es la realidad.
Les Luthiers, no digo solo Rabinovich porque sería injusto, hicieron arte a partir de una serie de espectáculos donde además de visitar múltiples géneros musicales, siempre con una burla y sorna tan delicada que evitaban cualquier tipo de alusión, dispararon a todo lo jodido en este mundo, a veces a través de un simple chiste, otras, un show entero, como Bromato de armonio, una genial lección de historia, o quizás sea mejor decir reconstrucción de la historia por parte los políticos. En otras ocasiones les bastó unos versos: “… para hacer el mal no hay por qué ser diferente. Usted puede ser criminal, o ministro o presidente”. Pero hablar de política siempre es sencillo, y eso es lo menos que hace Les Luthiers. Sí, hablo en presente de ellos porque la muerte de Daniel solo significa que pasan de ser un quinteto a un cuarteto, como dijo Carlos Núñez.
¿A qué no le ha canto Les Luthiers? ¿Qué estilo musical no ha cantado Les Luthiers? Es una pregunta difícil, por toda la cantidad de espectáculos que deben visionarse para no cometer errores a la hora de responder. En lo personal, San Ictícola de los peces (tarantela litúrgica) siempre me impresionó por tomar un tema tan puntual y folklórico, y a su vez universal, como la veneración de santos en los poblados más remotos. Y si queremos ir un poquito más allá con respecto a sus genialidades ¿hay algo más impresionante que el Rapsody in balls (handball blues) de Jorge Maronna y Carlos Núñez? Quizás solo el tarareo conceptual.
Daniel desapareció físicamente, pero yo, y muchos otros, aún sonreiremos cuando escuchemos a alguien hablar de epistemología, del merengue, de la vinchuca y del cuclillo, jamás le diremos a nadie “perdónala” cuando nos hable mal de su novia, ni tendremos que fingir ignorancia ante los poemas de Torcuato Gemini, gracias a él sabemos qué es el dubi dubi du, que la vida es hermosa, chalalalá, que estar en el campo es maravilloso, pero sobretodo, nos enseñó a no interrumpir jamás a alguien con incontinencia verbal. Esa era la mayor virtud de Rabinovich, enlazar una y otra idea sin la más mínima relación. Por eso, Esther Píscore es hoy una suerte de seña y santo para todos los amantes de Les Luthiers, la cúspide del monólogo, la carcajada del abdomen adolorido sin motivo aparente.
Tal vez alguien lo recuerde como Ramírez, a pesar de ser uno solo. Sean sinceros, antes de Rabinovich, ¿alguien oyó hablar alguna vez de una vieja leyendo ebria? Cuatro palabras para dejar una imagen imborrable. ¿Y cómo lo hizo? Haciéndose pasar por tonto. Daniel lo llamaba humor inteligente, pero lo de él era un talento monstruoso para meter la cuchareta fuera de sitio, un oportunismo tan bien sincronizado que uno dudaba si todo estaba planeado o si se le había ocurrido en el escenario. La cara de Mundstock cuando dice “This is the pencil of Esther Píscore” es de estupefacción. ¿Qué carajos acaba de ocurrir? Daniel sonríe y toma las riendas. “Wait a moment” le dice al público cuando comienza a aplaudir. Es en serio, acaba de pedirles que no aplaudan, él no ha terminado. ¿Quién hace eso? ¿Qué humorista pide al público no aplaudir? Daniel Rabinovich.