Fernando González Pozuelo
Estudió en las Universidades de Roma y Salamanca; se doctoró en 1986 presentando un estudio sociológico sobre la familia de Badajoz. Es profesor de Sociología de la Universidad de Extremadura desde 1977, donde ha desarrollado su carrera enseñando e investigando y, ha publicado varios libros sobre la sociedad extremeña: Estudio sociológico de la mujer en Badajoz; Los gitanos de Badajoz; Demanda cultural y tiempo libre en Badajoz; Participación ciudadana: tendencias asociativas y vecinales en Badajoz; Estudio sociológico de la situación sanitaria pacense; Jóvenes extremeños: estudio sociológico de la juventud de Badajoz y Cáceres; Juventud universitaria extremeña; Sexismo y violencia de género en la población escolar de Extremadura….
Ha publicado artículos sobre diversos temas sociológicos en revistas especializadas; ha dirigido proyectos de investigación I+D sobre la problemática de la escuela extremeña… en fin, que podríamos seguir en un largo suma y sigue sobre sus logros académicos y profesionales pero no es ese mi propósito.
Seguramente mi caprichosa mira tenga que ver con alguna enrevesada cuestión del subconsciente; quizá porque nunca fui estudiante modélica; o quizá solo sea que mi naturaleza romántica me lleva de cabeza a esos viajes que Fernando, durante varías décadas, ha realizado por los cinco continentes y, sin proponérmelo, y sin ánimo de desmerecer su impecable bagaje académico, sus aventuras viajeras puestas en una balanza, para mí, no tienen rival posible.
Lo cierto es que tampoco es la primera vez que lo comparo con aventureros de cine…hace unos años (¡madre mía, cómo pasa el tiempo!) dije que era nuestro Indiana Jones particular y motivos no le faltan pues a pesar de no llevar látigo para defenderse de los enemigos, ya sean de cuatro patas o de dos, calza botas de montañas con más kilómetros de mundo adosado en sus tapas que las de mi héroe cinematográfico.
Desde hace tiempo, probablemente desde que no tiene que mirar el reloj para cumplir con su cátedra, una vez al año tiene por costumbre citarnos en el salón de actos de la Residencia Universitaria de Caja Badajoz para envolvernos con su plática en alguno de sus innumerables viajes, consiguiendo durante poco más de una hora hacernos creer que tampoco los escuchantes andábamos muy alejados de él. No cabe duda de que tiene facilidad para enredarnos con su labia en leyendas lejanas, en costumbres arcaicas, en paisajes exóticos…
Y es que aunque ha dedicado su vida a estudiar, enseñar y formar, su entrega a la sociología terminó traspasando la frontera de la puerta de un despacho para mirar de frente los ojos de la antropología y escarbar con sus propias manos buscando las raíces más desconocidas, y todo ello, a la edad de veinticinco añitos y con los bolsillos más llenos de aires que de dinero.
Por supuesto que a estas alturas de la vida sus viajes ya tienen poco que ver con aquellas aventuras llenas de singularidades pero privadas de comodidades de sus primeros años de wily fot, cuando, –según sus propias impresiones- a las puertas de su tienda de campaña cayó rendido ante la visión de las pirámides de Egipto recortadas en el horizonte bajo el embrujo de la noche y un hermoso techo de estrella. Entonces, muy probablemente, no imaginaba que terminaría recorriendo los cinco continentes para ver y escuchar de primera mano los relatos más fantásticos y las costumbres más extrañas, casi tanto como estas que practicamos por esos lares y que a fuerza de cotidianidad suelen parecernos corrientes y molientes pero que a ojos de esos otros protagonistas suyos, para los que el exotismo vive aquí, son tan increíbles como para nosotros las suyas; aunque en el fondo no dejen de ser los mismos patrones con diferentes combinaciones de color …en fin, esas cosas de la antropología que en boca de este incansable viajero son muy fáciles de entender pero que ahora, sus versados animismos, en la soledad de mi teclado empiezo a intuirlos como toro bravío al que no sé por dónde echarle el capote.
Dice Fernando que los hombres, en este y esos cosmos lejanos en los que una vez al año suele perderse, somos de costumbres parecidas, de prácticas semejantes, de búsquedas de sueños con finales afines … pero como no sé bucear en el origen de las costumbres, tiraré por la calle del medio -que es por la única que consigo no perderme- y me limitaré a contar las impresiones de algunos de sus innumerables viajes, solo algunos porque hacer alusión a todos requeriría la presencia del propio protagonista para cada una de las líneas.
Lo cierto es que en ocasiones le he preguntado que por qué no ha escrito un libro, o dos, o tres ¡los que fuesen precisos!, sobre sus vivencias, sentimientos, emociones, y sobre todas esas curvas de carreteras difíciles que aparecen cuando uno abandona las comodidades que nos gastamos por aquí…como cuando en no sé qué parte de África se llenó de pulgas, o cuando andando por tampoco recuerdo qué selva, intuían que los pasos del reducido grupo eran silenciosamente observados desde la frondosidad del follaje por un montón de ojos fantasmas.
Nunca ha contestado un no rotundo. Supongo que si no se decide será por falta de tiempo. Jamás por falta de material.
Su primera gran aventura fue en Egipto. Una expedición que llamaron Operación Piraña y que aquí en Badajoz seguramente habrá mucha gente que el nombre les resulte familiar. Bien porque en su momento lo leyeran en prensa, o bien porque vivieran en primera persona aquel episodio en los que la escasez de caudales y de infraestructura estuvo tan presente como la magia de aquella tierra en la que quedaron atrapados. Nos lo contó en una de esas conferencias intimistas, entre fotos de extraordinarios paisajes. Le puso tanta emoción que cuando salimos lo hicimos convencidos de que de aquí a nada también nosotros nos apuntaríamos un tanto.
La luz plateada de la luna, las tiendas de campaña mecidas por el aire cálido impregnado de miles de esencias irreconocibles, las pirámides al fondo, la arena, que se les metía hasta en lo más recóndito del cuerpo; la placidez de la noche rebosando silencios, solo roto de tanto en tanto por sonidos desacostumbrados…terminó embrujando a algunos de los aventureros. A Fernando por ejemplo el hechizo de aquella primera noche le robó el sueño, y cuando por fin le llegaron las ganas, se negó a cerrar los ojos. No quería perderse ni un aroma, ni un sonido, ni un minuto de vívida postal. Al año siguiente, ya sin proyectos conjuntos volvió a viajar…esta vez, solo, y como solía ser en aquellos tiempos que ya empiezan a quedar en la lejanía, con poco dinero en el bolsillo.
Después vendrían más odiseas. Una por cada año y ya con buenos medios. Aunque nunca se ha dejado aburguesar evidentemente con el tiempo sus aventuras mejoraron en calidades, pero también lo hicieron sus relatos y sus experiencias por continentes que no dejan de parecerme que van dos pasos por delante de sus propias leyendas. Su última aventura, la del verano pasado, en Groenlandia…
- María Penís