Revista Cultura y Ocio

Festivales de cine contra las cuerdas

Publicado el 09 julio 2018 por María Bertoni
Festivales de cine contra las cuerdasLas salas del cine Gaumont dejarán de estar disponibles para los festivales de cine más chicos.

Según la fecha que figura en la esquina superior izquierda, data de mediados de abril de 2017 la última actualización de la página web que el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales les dedica a los festivales de cine realizados en nuestro suelo. Sin embargo, del contenido allí alojado, el más reciente es el catálogo de los festivales que se llevaron a cabo en 2015. De hecho, son de 2012 el spot embebido desde Vimeo y de 2014 la Resolución INCAA Nº 1494 que establece las modalidades de ayuda económica para los “festivales cinematográficos nacionales e internacionales que se realicen en la República Argentina” y para la “promoción en el país y en el exterior de actividades que concurran a asegurar la mejor difusión, distribución y exhibición de las películas nacionales”.

La falta de información actualizada parece confirmar la advertencia que circuló sotto voce en el agasajo a los periodistas que asistimos a la presentación oficial del primer Festival de Cine Colombiano en Buenos Aires: en manos de la alianza Cambiemos, el INCAA se resiste –cada vez más– a seguir financiando la realización de festivales de cine en nuestro territorio. El ajuste anunciado tras la solicitud de un préstamo al Fondo Monetario Internacional se convirtió en argumento principal para avanzar con el desmantelamiento de las políticas destinadas a estimular la producción nacional de bienes culturales y a democratizar el acceso a la oferta que asoma por fuera de la industria estadounidense de entretenimiento audiovisual.

Al menos en Internet, cuesta encontrar alguna norma que modifique o derogue la Resolución INCAA Nº 1494/2014, pero sí está disponible la Resolución Nº 1640-E/2017 que “adecúa la ayuda económica para la participación de la producción nacional en eventos de mayor relevancia” y “actualiza los montos de los apoyos a los distintos tipos de festivales y mercados”. Firmada a fines del año pasado por el actual presidente del INCAA, Ralph Douglas Haiek, esta Resolución ni amplía el segundo punto ni presenta algún artículo que podamos relacionar con otro trascendido que circuló antes de la presentación del primer Festival de Cine Colombiano en nuestra ciudad: el cine Gaumont dejará de prestar sus salas para ciclos, muestras, festivales chicos; a lo sumo cederá alguna únicamente para la función de apertura.

La decisión empuja a los organizadores de estos eventos contra las cuerdas de la invisibilización ya que, del circuito de salas porteñas off, el Gaumont es el complejo con más butacas: alrededor de 1500. Tras esta quita de apoyo institucional, el INCAA redobla los golpes que propina cada vez que demora el pago del dinero estipulado en concepto de “ayuda económica”.

En un contexto de crisis profunda, suena a nimiedad la amenaza de extinción que se cierne sobre nuestros festivales de cine. A algunos compatriotas les resulta lógico –incluso saludable– que el Estado interrumpa el aporte económico a eventos que carecen de la capacidad de convocatoria del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata o del BAFICI. En general estos coterráneos desconocen, no sólo el rol que las muestras de menor envergadura juegan a la hora de diversificar –y por lo tanto enriquecer– la formación cultural de la ciudadanía, sino la suerte de faro que la actividad cinematográfica de nuestro país representa sobre todo en América Latina.

Tanto los organizadores del primer Festival de Cine Colombiano en Buenos Aires como, el año pasado, aquéllos de la segunda edición del Festival de Cine Ecuatoriano manifestaron en sus respectivas conferencias de prensa el interés de sus países en montar una industria cinematográfica propia, a partir del “modelo argentino”. Unos y otros se refirieron a los convenios firmados con el INCAA para llevar adelante proyectos de capacitación y coproducción.

Estas expresiones de admiración dejan un sabor amargo en los argentinos que también reconocemos nuestro liderazgo regional en materia cinematográfica y la estrecha relación entre este posicionamiento y la implementación de ciertas políticas culturales (justo en abril de 2017, Sergio Wischñevsky publicó una buena síntesis en Nuestras Voces). Al mismo tiempo, nos alientan a seguir defendiendo la convicción de que nuestro Estado debe fomentar la producción nacional y la exhibición de cine para evitar la imposición absoluta de los criterios temáticos, estéticos, ideológicos de los grandes fabricantes de entretenimiento masivo.


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