Revista Cine

Filmin radar: Sangre sabia - Te querré siempre

Publicado el 23 octubre 2012 por Fimin
Convencido de que el camino más corto nunca es la línea recta, opto por dar un rodeo antes de entrar en materia o, dicho de otro modo, empiezo este texto hablando de cuestiones periféricas, porque algo me dice que no lo son tanto, especialmente tratándose de hablar sobre John Huston. EL PASO DEL TIEMPO La historia del cine apenas tiene cien años, lo que no es nada si la comparamos con la de las llamadas artes clásicas, con unos cuantos siglos a sus espaldas. Sin embargo, se empiezan a notar los primeros efectos del paso del tiempo. Hay dos de ellos que me resultan especialmente interesantes. El primero es la desaparición de parte de las obras. El segundo, el olvido en el que caen algunos creadores. Lo primero es difícilmente recuperable, salvo celebradas excepciones, fruto del hallazgo de negativos en almacenes perdidos de filmotecas o particulares. Lo segundo, es una cuestión de modas, y ésta es una idea que creo merece alguna explicación. Con la siempre discutible credibilidad que otorgan los años (hacerse viejo no es hacerse sabio), la literatura o la pintura se han forjado una historia que no presenta dudas ni resquicios aunque, vista de cerca, esa aparente línea recta se torne sinuosa y discontinua. Como digo, quienes nos cuentan la historia de las artes clásicas nos plantean un pasado esplendoroso repleto de genios creadores, como si en el Renacimiento hubieran ido todos a una: en lo ideológico y lo estético, pero también en lo temporal, adquiriendo técnicas y conocimientos y aplicándolos a su trabajo de manera simultánea. Si uno se descuida, puede acabar creyendo que sólo gentes como Michelangelo Buonarroti o Leonardo Da Vinci produjeron obras de arte. ¿Y los demás? ¿No hubieron otros artistas o, simplemente, se han olvidado de ellos?. Frente a esto se podría alegar que el cine y las artes clásicas no son comparables debido a la diferencia del volumen de producción que tiene un mercado minoritario, como el de la iglesia y la clase pudiente en los siglos XV y XVI, frente a una industria del entretenimiento en el siglo XX y XXI, de carácter popular y por lo tanto, masivo. Pero, sinceramente, creo que semejante argumento no se sostiene: tantos desaparecidos hay en la breve historia del cine como en la largo pasado de las bellas artes. Algunos pensarán que el hecho se deba a un fenómeno similar a la selección natural de la que hablan los evolucionistas: sólo sobreviven en la memoria (histórica) aquellos cineastas dignos de ser recordados. Sin embargo, frente a la historia oficial, siempre descubrimos casos de autores u obras que nos conmueven y nos sorprenden por su originalidad, su enfoque personal o por cualquier otra característica que los hace especiales, merecedores de nuestra atención. Nos preguntamos: ¿Cómo he podido vivir hasta ahora sin ver esta película? ¿Por qué nadie me habló de este cineasta? ¿Cómo han podido pasar desapercibidos a historiadores, críticos y estudiosos? No es, como apuntaba, una cuestión de cantidad. A cada tanto, la historia oficial se enmienda, se tacha y se cambia, como si se tratara de la reescritura de un guión cinematográfico. El que era un genio ya no lo es tanto, el ignorado retorna entre vítores y ovaciones y algún que otro pasa a engrosar la agenda de los malditos, donde permanecerá con suerte algunos lustros o, en el peor de los casos, quedará para siempre en el olvido. Mi idea inicial era utilizar este texto para reivindicar la figura de John Huston y sacarla de esa oscuridad en la que parece haber caído, pero ahora, mientras redacto estas líneas (y sin desestimar mi propósito), me doy cuenta de que lo verdaderamente extraño es que, en su caso, no necesitó que pasaran décadas para ocupar todas estas posiciones.   ESE PERFECTO DESCONOCIDO Pero… ¿Es que es necesario reivindicar a John Huston?, se preguntarán algunos. ¿John qué?, dirán otros. (Hablo por experiencia; en distintas ocasiones me he tenido que enfrentar a ambas preguntas). Resulta inevitable: elaboramos nuestros juicios de valor según la información de la que disponemos, mezclada con algún malsano prejuicio y aderezada por nuestra propia posición en el mundo, (el contexto histórico, político y sociocultural en el que vivimos). Todo el mundo tiene una opinión. El mismo Huston tenía la suya. En el prólogo de sus memorias, escritas cuando contaba más de setenta años, el director se pregunta “de qué va todo esto”. Y, aunque se lo plantee como una interrogación, más bien resulta una afirmación, el reconocimiento de su propia ignorancia. Muy en su línea, la frase no pretende ser metafísica ni tampoco reflejar miedo alguno. Es una cuestión que surge naturalmente cuando se sienta frente al océano y se ve allí, anciano, lejos de su pasado y su vida aventurera. La pregunta nace de la curiosidad, del presente (entendido como conciencia del ahora y también como fruto de la trayectoria que le ha llevado hasta allí). La frase es, a mi entender, Huston en estado puro. De él se había dicho casi todo. Muchas cosas favorables y muchas otras en su contra. Sobre su modo de vida, su manera de hacer y sobre sus películas. Tanto se dijo, que al final es como si no se hubiera dicho nada. ¿Quién conoce a John Huston? Podríamos decir que nadie. Por ignorancia, incomprensión o desinterés, por dificultad, lejanía o por falta de tiempo, creo que todos estamos en el mismo grupo, el de la gente que no le conoce. Y, a juzgar por sus palabras, él mismo habría podido formar parte del club.   CUESTIÓN DE ESTILO Volvamos por un momento a las páginas iniciales de “An Open Book”. En ellas se percibe que Huston, aunque se supiera poseedor de un largo pasado, seguía mirando adelante. Ni se aferraba a él ni lo rechazaba: por eso se refugió en Puerto Vallarta, uno de sus lugares favoritos y en donde había rodado “The Night of the Iguana”. Tal vez no se enfrentara al día a día con el ímpetu de antaño, pues en esta época la salud del director ya no le permitía cometer los excesos de etapas anteriores, pero en sus palabras sí se intuye una aceptación del momento presente y del que le sucederá, del transcurso del tiempo como algo natural. La convicción de que el futuro se nos acerca paso a paso, de un modo inevitable. Huston escribesus memorias tras el rodaje de “Wise Blood” y antes de dirigir sus últimos trabajos, que culminarían en la inconmensurable “The Dead”. En su libro habla más de su vida que de su trabajo, al estilo de Buñuel y “Mi último suspiro”, aunque sin dejar de lado su carrera profesional. Como buen narrador, sabe que todo relato es ficción, que recordar es volver a imaginar, que la verdad no existe y que, ante todo, uno se debe a la historia que cuenta, por lo que elimina pasajes de su existencia y películas de las que no le interesa hablar. (Del mismo modo dedica palabras poca agradables para gente que, aunque no aparezca citada con nombre y apellidos, es fácilmente reconocible). Al fin y al cabo, se trataba de escribir sus memorias, y en ellas se permitió ser tan selectivo como lo fue con el resto de su obra (cuando pudo y le dejaron). Una de las cosas que más se le han achacado a Huston es, precisamente, su falta de estilo. Eso, sumado a la imagen pública que se creó (bebedor, jugador y aventurero), ha hecho que a menudo el personaje prevalezca sobre la persona y, en lo que a nosotros nos atañe, sobre el director. Eso también ha ocasionado que resulte más difícil de etiquetar como “autor”, (frente a otros cineastas de su generación que se beneficiaron del título que los críticos de la “Nouvelle Vague” les otorgaron). Y, sin embargo, basta echar un vistazo a su filmografía para darse cuenta de la talla de este cineasta: “The Maltese Falcon”, “The Treasure of the Sierra Madre”, “The Asphalt Jungle”, “The African Queen”, “The Misfits”, “Freud: the Secret Pasión”, “The Night of the Iguana, “Fat City”, “The Man Who Would Be King”, “Wise Blood”, “Under The Volcano”, The Dead”… Y esos son sus títulos más conocidos. La lista se amplía si buscamos aquellas cintas que, aunque no han gozan de la popularidad de las anteriores, tienen un valor intrínseco indiscutible. (Estoy pensando en films como “Heaven Knows, Mr. Allison” “Reflections in a Golden Eye” o “The Life and Times of Judge Roy Bean”). Es cierto que en la filmografía de John Huston aparecen títulos irregulares. En su favor hay que decir que en algunas ocasiones no se puede culpar al director del resultado final. Ahí queda “Picture”, el libro de Lilian Ross en el detalla la lucha desigual que el director sostuvo para lograr que “The Red Badge of Courage” fuera la película que él imaginó (y que nunca veremos). Otros trabajos (me ahorraré las menciones) son menos justificables. Independientemente de la calidad del film, lo que sí parece detectarse (especialmente al juntar varios títulos y leerlos en un mismo párrafo), es una tendencia a contar historias en las que el ser humano adopta el papel central. DOBLE PASIÓN No olvidemos que Huston fue guionista antes que director, y que siendo director siguió modelando los textos, independientemente de que los firmara o no. (Bradbury relató su experiencia irlandesa en “Green Shadows, White Whale”, libro que en el que cuenta su relación con John Huston y cómo escribió el guión de “Moby Dick”). En su caso, además, tenía conocimientos de dibujo y color (él mismo se encargó de los “storyboards” de algunos de sus films y esbozó el “concept art” de las historias que quería rodar), así que el salto de la máquina de escribir a la cámara de cine no supuso cargar con el lastre de un exceso de palabras o una falta de agudeza en la mirada. Es famosa la anécdota relacionada con “The Maltese falcon”. Cuando le preguntaron cómo pensaba dirigirla (ya existían dos versiones anteriores del film y se trataba de su debut como director), se limitó a decir que seguiría el libro al pie de la letra. (Aunque la respuesta roza la fanfarronería, es cierto que Hammet, autor del texto original, empleaba un estilo literario seco y descriptivo similar al de un informe policial y con grandes concomitancias con la redacción del guión cinematográfico). Huston era un lector empedernido, y su amor por el medio escrito se dejó traslucir a lo largo de toda su obra. Son numerosas las películas del director que tienen una novela, un cuento o una obra de teatro como base, y la selección de autores resulta espectacular: Herman Melville, Stephen Crane, B. Traven, Dashiel Hammet, W. R. Burnett, Malcom Lowry, Flannery O’Connor, Carson McCullers, Tennessee Williams, Leonard Gardner, James Joyce… (la lista no acaba aquí). No importa tanto si son escritores de novela negra o aventuras o autores de relatos introspectivos que ahondan en las zonas más sombrías de la psique y el alma. La característica común es que todos son relatos que enfrentan al ser humano a las circunstancias que le envuelven y que, a raíz de ese choque, debe lidiar con lo mejor y lo peor de sí mismo. Eso, por lo que respecta a las similitudes. Las características diferenciales son el origen variado de los escritores (sus referentes y sus iconografías) y el estilo literario con el que se enfrentan a sus temas. ¿Qué queda de lo uno y lo otro en la obra de John Huston?. LA EXTRAÑA PAREJA Cine y literatura forman una pareja que se atrae y se repele: son dos medios distintos de naturaleza radicalmente diferente: si la literatura (basada en un fuerte grado de abstracción de las palabras) abre la puerta a la imaginación, el cine, para mostrarse, necesita de la concreción de los objetos del mundo real. Y, a pesar de esa diferencia insalvable, la relación entre ambos medios surge desde el inicio del cinematógrafo y se mantiene hasta nuestros días. Imagino que, en primera instancia, Huston se acercaría al material literario desde una perspectiva estética; siempre es el placer de la lectura lo que nos empuja a seguir. Sin embargo, poco o nada de eso queda en las adaptaciones cinematográficas, pues es la trama lo que perdura cuando una novela se convierte en film. Creo (o quiero creer) que en el caso de este director no es así.   Como guionista, Huston sabía que tenía que mantener un ritmo y una tensión dramática, que había unas normas relativas al discurso clásico cinematográfico que no podía ignorar. No obstante, como guionista (y sobre todo, como director), sabía que no todo está en el guión. Y que es precisamente en esa fractura donde se gana o se pierde el respeto al espíritu de la obra original. “Wise Blood” es una novela de Flannery O’Connor. “Wise Blood” es una película de John Huston. ¿Cuál es el punto de unión entre la escritora católica y el cineasta irreverente?.   EL VIEJO SUR Huston, estoy seguro, sentía un gran amor por la humanidad. No hablo de un amor edulcorado de santurrón corto de vista, sino de un amor que abraza las imperfecciones del género humano como una parte imprescindible de nuestra naturaleza. Este sentimiento puede verse en cada plano de ese maravilloso trabajo que es “Let There Be Light”, un film que documenta los efectos traumáticos ocasionados por la depresión y el stress de combate. Los treinta años de censura que el gobierno americano le aplicó al film ratifican la intensidad dramática del material.(A la postre, se trataba de un encargo de la administración). Medio siglo de rodajes da mucho de sí, y Huston tuvo oportunidad de tocar un amplio catálogo de temas. Más allá de esa corriente subterránea que apunto, o puede que como una manera de plasmarla en una geografía concreta, hay una serie de títulos que retratan de modo fragmentario pero sumamente certero el lado oscuro del sueño americano. Películas como “Reflections in a Golden Eye” (1967) ambientada en un campamento militar,Fat City” (1972) centrada en el mundo del boxeo, o “Wise Blood” (1979), ubicada en el cinturón bíblico, retratan una sociedad que rechaza lo que no se puede mostrar a pleno sol o aquello que contradice los postulados oficiales. Como no podía ser de otro modo, Huston se interesa precisamente por esa cara oculta y por esos personajes en lucha consigo mismos: incapaces de enfrentarse a un entorno que perciben como hostil, finalmente llevan el conflicto al terreno de la intimidad, lo interiorizan y luchan contra sus propios demonios, a menudo con consecuencias trágicas. Las tres obras citadas son adaptaciones literarias, cada una de ellas de escritores muy dispares y al mismo tiempo muy identificables. A primera vista puede resultar chocante que sea precisamente Flannery O’Connor la encargada de crear este retrato cruel del mundo de los predicadores, dado que ella era creyente y practicante. Pero si conocemos algo respecto al carácter de esta escritora y el tono de su obra, y echamos un segundo vistazo a la cuestión, descubriremos que esa crueldad es una falsa impresión, pues en realidad se trata de un peculiar sentido del humor. Esa sutileza en el tono de la historia encuentra su reflejo en la dirección del film. Huston aprovecha esa fractura de la que hablaba entre guión y dirección para rescatar la mirada de la escritora y hacerla suya. En “Wise Blood” los sistemas de relación sociales, económicos y afectivos se tiñen de discursos religiosos, plasmados sobre un fondo sureño. La apariencia de las calles, de las gentes, del clima, de la comida y la música, se convierten en el material necesario para poder realizar la película. Y eso es lo que utiliza John Huston para llevar a cabo su adaptación.   EL VIAJE DEL HÉROE “Wise Blood” es un relato articulado en un único acto. Otros podrán distinguir varias secciones, pero yo soy del parecer que la historia arranca con la vuelta del servicio militar de Hazle Motes, el personaje principal, y continúa hasta el final sin detenerse un instante. Aquí, la expresión “ponerse el sombrero” resulta precisa. Hazle elige uno y se lo coloca, y eso le otorga, a los ojos del mundo, la personalidad de un predicador. Es la herencia de su abuelo, interpretado por Huston en persona, y la suya propia, pues su discurso se construye sobre la vehemencia de unas creencias a las que se agarra para no caer en el vacío (los actos de fe). El film se articula sobre una negativa continua por parte de Hazle para reconocer aquello que es, lo que quiere ser y lo que no quiere ser, pues se trata todo de la misma cosa. (De ahí esa soberbia interpretación de Brad Dourif que es capaz de mostrar a lo largo de todo el metraje una excitación contenida que Huston conectaba con la de los soldados de su documental de guerra). La película es, a todas luces, un trayecto de expiación y por lo tanto, más que drama, deberíamos considerarlo tragedia. Que se trate de un vía única no quiere decir que sea un camino recto. El sendero que transita Hazle es tortuoso. Ni el director ni el personaje evitan el destino, simplemente no lo conocen, por lo que se acercan a él a ciegas en un ejercicio de búsqueda de la revelación similar al que viven los personajes de Rossellini en “Viaggio in Italia”. En esta historia no hay giros, sí encuentros. O desencuentros, pues cada personaje vive prisionero de su propio mundo, de su propia visión del mundo, incapaces de actuar de otra manera. “Wise Blood” es una de esas historias en las que no hay buenos y malos, o malos y peores. Todo el reparto, excepcional, ocupa su lugar y juega su papel, apela a sus necesidades como justificación de sus actos y lucha contra un doble discurso (el socialmente admitido, el real) sin lograr encontrar una salida.   EL ESTILO, OTRA VEZ Como decía al principio, se trate de films aclamados o denostados, la aparente falta de estilo de John Huston puede interpretarse como una disposición del director a adaptar los aspectos formales al contenido de la obra. Al fin y al cabo, no tienen la misma intención “The Bible: In the Beginning…” que “Under the Vulcano”. Visto bajo ese prisma, puede que Huston sea uno de los narradores más dotados del cine clásico, dada su capacidad para amoldarse a la naturaleza del relato que está contando. Permítaseme un chascarrillo: se me ocurren infinidad de chistes respecto a cineastas olvidables, pero no consigo recordarlos (ni a unos ni a otros). Y es que no es lo mismo un estilo olvidable que una adaptativo. Es más, probablemente se encuentran en las antípodas. Por poner un ejemplo: ¿Quién recuerda una película de Ron Howard? ¿Quién puede olvidar una de John Huston?. En este sentido, este inmenso director (en lo físico y lo artístico), fue un auténtico “storyteller”, un contador de historias que sabía que el contexto, los paisajes, los objetos, los colores y las formas son parte de lo que se cuenta, lo que resulta extrapolable a la planificación de cámara y a la dirección de actores. Forma y contenido son una misma cosa (la película, al fin), por mucho que nos empeñemos en separarlos. Se dice que lo que caracteriza al ser humano frente a otras especies es su gran capacidad de adaptación. Huston fue un camaleón y un hombre múltiple. Para lograr lo que hizo en una vida otros necesitarían varias y fue capaz de cambiar continuamente para seguir siendo él mismo, al contrario de sus personajes que, al no estar dotados de la capacidad de adaptación de su creador, cayeron derrotados, víctimas de sus deseos o sus miedos. Finales dramáticos aunque no inútiles, pues son un ejemplo catártico para el espectador de la obra.

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