Víctor de la Serna es uno de los poquísimos periodistas especializados en el mundo del vino que ha decidido pasar al otro lado del espejo. Tremenda, peligrosa, arriesgada experiencia, la de estar escribiendo sobre los vinos de los demás durante mucho tiempo (con el consiguiente desgaste y acopio de amigos y enemigos, por decirlo fácil) y en pocos años, decidir que te pones a disposición de esa misma gente para que te beban, analicen y comenten los vinos como tú has hecho con muchos de ellos. No sé si este país está preparado para tal prueba. Sólo por el hecho en sí mismo, tiene Víctor todo mi aprecio, respeto y admiración. Pero, repito, no sé si el país, no sé si él mismo, están preparados para asumir sin complejos ni tonterías una operación de ese calado. Los que inevitablemente saben del poder mediático que tiene Víctor se cuidarán muy mucho de criticarle según qué cosas. Los enemigos que haya ido cicatrizando en años de ejercicio, lo tienen también bien fácil. Quedamos, ahí en la tierra de nadie, unos pocos que hemos leído y aprendido mucho de él; que nos hemos formado en el mundo del vino a base de mucho autodidactismo y mucho escuchar y aprender de los que saben de verdad (él, entre ellos); y que no nos debemos a nadie, porque no cobramos ningún sueldo relacionado con este mundo. Bebemos, poco o mucho valoramos, escribimos y la gente nos lee porque aprecia (creo) la condición que acabo de describir.
Sirva todo esto de preámbulo (innecesario, diréis...) para situar en el lugar que corresponde las notas que ahora publico sobre los últimos vinos que Víctor me ha mandado. Las publico aquí diciendo que no he comprado los vinos. Somos buenos conocidos, tenemos una cierta relación de complicidad y ha querido que pruebe algunas cosas últimas. Hablo de ellas porque esto no es un acto promocional pactado con una empresa X, sino el ejercicio libre de una amistad que se forja en muchas lecturas (mías de sus textos) y en no pocas botellas probadas y bebibas de Finca Sandoval, la bodega de Víctor de la Serna y su esposa en La Manchuela. Me interesa la zona, me interesa lo que hace y, sobre todo, me interesa un tipo que es capaz de cruzar el espejo. He vuelto a probar su Finca Sandoval 2007, un vino con gran presencia de syrah (casi el 80%) y proporciones menores de uvas del país (monastrell y, menos, bobal). 11 meses de barricas de orígenes mezclados, francesas y americanas. Un vino que nace con cierta vocación de Cornas (creo yo), pero que no puede dejar de gritar a los cuatro vientos: ¡soy del Mediterráneo y no tengo río que me ampare! Es un vino que necesita un buen jarreo, una decantación de por lo menos dos horas y una temperatura sobre los 15-16ºC. Las cuatro palabras que primero escribí cuando lo probé (en un día dominado por la tierra y raíz: bueno para este vino): profundidad, oscuridad, densidad, sobriedad. Poco, ¿verdad?, para quien quiere oler el vino a través de mis palabras: bayas de grosella negra. Caja de cedro. Algarroba madura. Es un vino con raíces poderosas, muy anclado a la tierra de la que procede. Tiene un punto de madroño. Jarabe de cassis. Atramentum en su cuenco de madera. Cereza madura. Con dos horas y, más, al día siguiente, sale el frescor de la fruta. Es un vino goloso y zalamero al que unos cuantos años de botella seguirán mejorando. Al cabo de dos días, los terciarios de la tinta azul, del amargor de las variedades autóctonas y del cuero viejo se hacen más presentes. Tiempo y paciencia para este vino, que dará grandes días de gastronomía (* * * ).
De todas formas, puede que la parte de la finca de Víctor que más me interesa, tras probar las otras dos botellas que me mandó, sea la más alta de la DO (a más de 1000 metros). 2,5 ha con plantación de 60 años de bobal y de garnacha de donde saldrán, supongo, los Signo 2009. Probé dos muestras, sin etiquetar todavía, de Signo Bobal 2009 y de Signo Garnacha 2009. La bobal está todavía muy desestructurada en boca, chocolate negro, humo de hogar apagado hace ya horas, de nuevo la algarroba. Es un vino muy varietal pero que sale de la botella que probé con mucha mayor necesidad que la garnacha de volver a ella y pasar un par de años más de oscuridad allí. Necesita afirmar su estructura. Cuando lo hagá será, con probabilidad, una de las grandes bobales, muy con el carácter de la uva (añadamos algo de regaliz de palo oscuro, Juanola, vaya) y con un color violeta-rubí de gran belleza y brillantez (* * ↑). La garnacha es una historia, desde ya, muy distinta. Asoman, casi, aires de Espectacle, con un tanino muy esférico, regaliz y tomillo. La nariz de este vino es fina y espectacular, en efecto, cálida (pero no caliente), poderosa (pero no alcohólica). Es una garnacha que demuestra el carácter de esta uva en altura. No sé la orientación del viñedo, pero denota frescor y norte, temperaturas extremas y cincelado de la uva y del vino con primor. Cerezas y violetas. Oler y beber este vino es construir el panorama de la flor y el matorral silvestre de los montes que asoman al Mediterráneo central. Fina, sutil, delicada pero, al mismo tiempo, tensión y garra. Cuando la botella termine de hacer su trabajo, será ésta una de las grandes garnachas del país que, casi, es tanto como decir del mundo del vino (** ** ).