Últimamente parece que, sin premeditación, cae cada dramón en mis manos que casi se le quitan a una las ganas de escribir sobre ellos. No trato de poner en duda aspectos de calidad indudable en Precious, Nacidas para sufrir o Fish Tank, que he visto seguiditas, una detrás de otra con el paréntesis entre las dos últimas de Pájaros de papel, otra originalísima revisión de la postguerra, solo apta para incondicionales de Amar en tiempos revueltos o Cuéntame… Con sus innumerables diferencias, y obviando el aterrizaje de Aragón en el mundo del largometraje, historias todas intencionadas para revolver los ánimos del sufrido espectador, a pesar de tratar temáticas muy diferentes.
Pues bien, la película británica de moda, Premio del Jurado en el pasado Festival de Cannes, entre otros galardones, y que ha visto aplazado su estreno en España para finales de abril (ya está en DVD tras los Pirineos) trata de nuevo el tema de la adolescencia, el retrato de la sexualidad y la vulnerabilidad en los años más jóvenes desde un punto de vista, en mi opinión, nada novedoso, aunque esta vez nuestra protagonista no esté inmersa en la oscuridad de las drogas o la prostitución (me vino a la cabeza recurrentemente Thirteen, fíjate) sino que, por el contrario, la muchacha huye del desatento mundo que la circunscribe a través de lo único que tiene sentido para ella: bailar hip hop. El escenario: el extrarradio de una ciudad británica moderna, con sus deteriorados edificios iguales y sus ventanas rectangulares, hábitat típico y tópico del semi-proletariado urbano europeo que da al film un aire mucho más social. Cómo no podía ser de otro modo, la pobre muchacha se haya sin el cariño de nadie, pues su madre, mujer negligente consigo misma y con sus hijas, para más inri alcohólica (Kierston Wareing, la de En un mundo libre), organiza fiestas en casa con cuarentones aspirantes a clase media cachondos y frustrados, listos a lanzarse con avidez a cualquier posible vía de escape mientras muestra un total desafecto hacia ella, a quien regala frases tan maternales y tiernas como ¿Sabías que estuve a punto de abortarte? Con semejantes perspectivas (no he dicho nada de la hermana menor, unos siete años, adicta a la sidra y a sustancias fumables) nuestra protagonista logra encontrar un referente del que acaba enamorándose (como era previsible y como lo hace una adolescente, claro): el varonil y reciente novio de su madre, un magnífico Michael Fassbender que se mueve a lo largo de la película entre instintos paternales y sexuales. Su primera indiferencia se convierte para ella en un poderoso objeto de atracción, y comienza a visitarle en su trabajo y a escuchar ocasionalmente sus consejos. El culebrón se desata por completo cuando una noche, él borracho y ella, tras una sensual escena bailando a lo Nueve semanas y media pero sin streap-tease y con California Dreamin de fondo, caen en brazos uno del otro (esto también se veía venir) y todo tiende a complicarse. Da, a partir de aquí, la sensación de no existir un guión definido, un final claro en torno al que giren los acontecimientos, cuando ella le sigue, o descubre que es padre de una criatura, pues los hechos se desarrollan mientras nada parece tener sentido lógico ni coherencia con el final de la película, que hubiese sido seguramente el mismo sin todo el proceso rocambolesco que la envuelve desde el meridiano. El título se supone simboliza esos años en los que uno se encuentra atrapado en un sinfín de angustias y contradicciones. Esos años en que como peces en acuario desconocemos que el océano existe fuera de cuatro paredes de cristal. Lo que no sabemos es qué mundo nos espera cuando salimos al exterior y nos enfrentamos a la vida. Y la conclusión de la película, que bien podría haber firmado papá Loach, es que todo cuanto hay por descubrir supone una amenaza para nosotros mismos. Un estudio social típico, tópico y bastante, muy desolador, en el que cabe destacar la buena actuación de la protagonista y, por supuesto, el trabajo de sacar de donde no hay realizado por la directora; teniendo en cuenta el presupuesto y que la chica, una excelente Katie Jarvis, pocas veces se había puesto tras una cámara y fue seleccionada por su fuerte carácter cuando peleaba a voces y puñetazo limpio con su novio a la espera del casting, según dicen las entrevistas. La banda sonora tampoco mata; esto lo dice mi amiga, que entiende hip hop. Y yo la creo.