Revista Cine
-"¡Ya vi que no aparezco en los fotogramas...!"
Escenas, secuencias, actores, actrices, presencias, música, sonidos, acción... Los mejores momentos de cine que vi durante el 2017 en películas extraordinarias, notables, buenas o francamente mediocres. Porque el buen cine aparece donde sea, como sea y... bueno, ya sabe cómo termina la frase.
Los ineptos burócratas nipones que no saben hacer nada más que organizar juntas en distintas habitaciones en Shin Godzilla.
La melancólica mirada del Kevin niño es idéntica al del Kevin adolescente y luego al del Kevin adulto. ¿Alquimia? Nah: la dirección de actores de Barry Jenkins en Luz de luna.
Los segmentos animados -entre la acuarela y el stop-motion- en Un monstruo viene a verme.
La encantadora fábula animista que resulta ser La tortuga roja.
La discreción de Joel Edgerton, que nunca ha recibido el reconocimiento que merece, en El matrimonio Loving.
La vis cómica de Karla Souza en Todos queremos a alguien.
Las continuas pero necesarias traiciones de Kichijiro (Yôsuke Kubozuka) en Silencio, la cinta más personal de Scorsese en muchos años. Cuando terminé de verla, sentí envidia por la gente que tiene fe. Por lo menos, mi fe en Scorsese sigue firme.
Melanie Lynskey y Elijah Wood con la sonrisa de triunfo después de salir avante en un enfrentamiento con un grupo de pobres diablos en Ya no me siento a gusto en este mundo.
La ojetez proto-trumpesca de Michael Keaton en Hambre de poder.
Las escenas en exteriores de La libertad del diablo. La gran cinta mexicana del 2017.
Hernán Mendoza en Ayúdame a pasar la noche. La vuelta de tuerca del desenlace.
La voz de Rockdrigo González -"Máquina del tiempo"- en los créditos finales de Anadina.
Las interminables conversaciones a señas en la cinta dominicana Carpinteros.
El desenfado típicamente sinaloense de Fernando en Etiqueta no rigurosa.
El final en puntos suspensivos de As duas Irenes.
La viejita centroamericana que da la receta perfecta para llegar a los cien años o más: "¿Sabe por qué nunca me enfermé?: ¡tuve 14 hijos de puta, por eso he vivido tanto!". En Aquí sigo.
La secuencia de créditos iniciales de Big Little Lies con "Cold Little Heart". (Sí, ya sé, es televisión, pero como dijera Lucerito, "¿¿¿¡¡¡yyyyyy!!!???")
La desesperante llamada telefónica con la que inicia Yo, Daniel Blake.
El encantador espíritu retrógrada de Sangre de mi sangre, de Bellocchio. ¡Esa lamentación por este mundo moderno en el que todo mundo necesitamos facturas!
El frío profesionalismo que destila Adèle Haenel en el inicio de La chica desconocida. Por lo mismo, su posterior búsqueda de redención es tan conmovedora.
El rescate de la lucidez de James Baldwin en No soy tu negro.
La puesta al día (o al nuevo siglo) del monólogo inicial de Trainspotting en su secuela T2: Trainspotting: La vida en el abismo.
Cuando se escucha "My Sweet Lord" en Guardianes de la Galaxia, vol. 2. Y la vis cómica de Dave Bautista, siempre.
Las audiciones musicales de El alien y yo. Y Paco de la Fuente.
El impecable rapport actoral entre José Carlos Ruiz y el consolidado Hoze Melendez en Almacenados. "Aquí vamos a lo vamos".
Los rostros de súbita desesperación de Betty Gabriel y Lakeith Stanfield en ¡Huye!
La oscuridad y la esperanza perfectamente balanceadas en La vida de Calabacín.
El continuo rompimiento de la cuarta pared de Phoebe Waller-Bridge en Fleabag. (Sí, otra serie de televisión. Ya no molesten).
La Mujer Maravilla no entiende cómo pueden vestirse todas las mujeres con tanta ropa y de forma tan poco práctica. (Yo tampoco). Ah, y la escena de la trinchera, claro. En Mujer Maravilla, ¿dónde más?
"Soy lo prohibido" en Casa Roshell.
Anne Hathaway, briaga un día sí y otro también, en Ella es un monstruo.
Los súbitos cambios de color en Frantz. Y el final corregido, muy diferente a la versión de Lubitsch.
La dolorosa reconstrucción de la infancia como última forma de reencuentro con el padre ido de La casa de los Lúpulos.
Gerardo Taracena en La carga.
La escena inicial de la tercera temporada de Fargo, que no tiene nada que ver con lo que veremos... pero tiene todo que ver con lo que veremos.
La triste aceptación del fracaso en el rostro de Hiroshi Abe en Tras la tormenta.
La escena de acción en las calles de Seúl en Okja. La pareja de cerdos que salvan a su hijito. El llanto de todos los puercos que saben que serán sacrificados. Me dieron ganas de no volver a comer carne. Menos mal que al rato volví en mí.
Jenny Slate dándole ataques de conciencia por encamarse con el tío de su alumna (Chris Evans, nada menos) en Un don excepcional.
El reconocimiento cómplice y la reconciliación familiar en el desenlace de Voraz.
Suegro y yerno reconocen sus identidades secretas en el interior de un auto en Spider-Man: De regreso a casa. Y Marisa Tomei, claro. Bueno, Marisa Tomei donde sea.
La estructura narrativa -una historia dentro de otra historia- de la muy adecuadamente llamada Arábia.
El plano secuencia que es una película en sí de Kaili Blues.
Hipnótica Michalina Olszanksa en Yo, Olga. Historia de una asesina.
La exasperación creciente que provoca El discípulo. Ah, y esa directora de escuela a la que siempre le gana la risa.
El tono de voz de Alfredo Castro en Los perros. No necesita más para construir el pasado de su personaje.
Daniel Hendler como el perfecto protagonista (aparentemente) huevonazo de El otro hermano, ese formidable film-soleil argentino.
La estructura narrativa paralela pero asincrónica de Dunkerque.
Cierto graffiti (Ape-calypse Now) que aparece en alguna pared de El planeta de los simios: la guerra.
Jon Hamm escuchando a Barry White ("Never, Never Gonna Give Ya Up") y dispuesto a todo. Baby: el aprendiz del crimen.
Charlize Theron, tan sexy como un James Bond femenino, tan cerebral como George Smiley, partiendo madres en Atómica.
La claridad con la que la nueva versión de Eso extrajo el sentido del monumental texto de Stephen King. Pennywise se alimenta no solo de nosotros mismos, sino de nuestros pecados, de nuestras desviaciones, de nuestros excesos. De la familia, pues.
La versatilidad de Robert Pattison: irreconocible en Z, la ciudad perdida; incontrolable en Good Time: Viviendo al límite.
Y, a propósito, Kristen Stewart en Fantasmas del pasado. Assayas la ve y la presenta como lo que es: una super-estrella.
El oscuro desenlace muy lógico de Estación Zombie: Seúl. Romero habría estado orgulloso.
Woody Harrelson en Mi vida a los diecisiete.
La secuencia de acción subjetiva de ese delirio llamado La villana.
El compositor Jacobo Lieberman, la revelación del año como actor en los espléndidos cortometrajes Mamartuile y Horas roca.
A propósito de revelaciones: Florence Pugh en Lady Macbeth, Sasha Lane en American Honey, Timothée Chamalet en Call Me By Your Name y Jack Gore como el compulsivo chamaquito piromaniaco de Wonder Wheel, sin duda el personaje más inquietante de esa película.
Y, por cierto, Kate Winslet en la misma Wonder Wheel, en una de las mejores actuaciones de su carrera por cual, seguramente, será ninguneada por la policía moral tan de moda.
Danae Reynaud en La proporción Aura.
El estado de ánimo en el que terminas de ver Coco.
La escena de la morgue en Nelyubov. La extensión de la infelicidad -¿de la ojetez?- como si fuera una plaga. Una enfermedad incurable y contagiosa.
Para Fernanda: Frank Rogowsky bailando "Chandelier", de Sia. La mirada final hacia la cámara del celular de Isabelle Huppert. En Happy End, por supuesto.
El prodigio técnico de Cartas de van Gogh. (Aunque, la verdad, me distrajo mucho la aparición de Jerome Flynn. Esperaba que en cualquier momento apareciera uno de los hermanos Lannister junto a él).
La escena de los créditos finales con Juliette Binoche en el encuadre, sin corte alguno, escuchando lo que le dice... ya verán quién. El outfit de la Binoche en esa película, por cierto. Yummy-yummy. (¿Lo pensé o lo escribí?). Perdón, me privé. Ah, sí, el nombre de la cinta: Una bella luz interior.
Agnès Varda y JR en el camión, mientras la abuelita del cine mundial se revienta "Ring my bell". Ah, y Godard es una rata. Pero eso todo mundo lo sabía. Visages Villages.
Holly Hunter en Un amor inseparable. ¡Esa escena de la pelea del bar!
Ximena Romo en Otras personas.
Cate Blanchett en plan montypythonesco como la villana de Thor Ragnarok, la mejor película en la historia de la Casa Marvel. Y Chris Hemsworth, aprovechando que por fin está en manos de un buen director de comedia, Taika Waititi.
Tracy Letts cantando "It Must Be Love", como reafirmación y despedida de un gran amor que fue... y que será. Amantes.
El tono de voz con el que cuenta sus hazañas el asesino serial Edmund Kemper (Cameron Britton) en Mindhunter.
Cate Blanchett en el papel de una elegante viuda en Manifiesto. En realidad, Cate Blanchett en todos y cada uno de los papeles que interpreta en ese performance, que no película.
La ambigüedad con la que Sarah Gadon interpreta a una asesina en Alias Grace. Ah, y el cameo de David Cronenberg.
Los retorcimientos corporales del novio poseído Itay Tiran en Demon.
Jeremy Renner en Muerte misteriosa. Un perfecto strong silent type.
Adam Sandler, inesperadamente conmovedor en Los Meyerowitz: la familia no se elige.
El predicador Jeff Daniels llega con sus compinches a un pueblo de veteranos negros de la Guerra de Secesión y el caos se desata. Godless, el mejor western del año. Sí, en televisión, qué quieren.
Daniel Giménez Cacho encarnando a un presidente mexicano tan atrabancado como Fox, tan perverso como Salinas. La cordillera.
El asesinato del chamaco en Lady Macbeth.
Rooney Mara, en duelo, comiéndose todo un pay en una sola toma en Historias de fantasmas.
El gato gourmet de Kedi.
Las bombas estallan en el aire como si fueran manchones de acuarela en la cinta animada nipona En este rincón del mundo.
Min-hee Kim en Geu-hu. Con razón pasó lo que pasó.
Algee Smith interpretando, en el final, "Peace Be Still", en Detroit. Imposible retener la emoción.
Claire Foy en The Crown. La voy a extrañar.
Riley Keough en La estafa de los Logan. Y en Dulzura Americana también. Qué quiere: este año descubrí que existía. Ah, y la escena del motín en la cárcel y su relación con Game of Thrones en La estafa de los Logan.
Los "enemigos del Estado" se encuentran con ellos mismos vestidos de maniquí en el centro comercial de Nocturama. Otro de ellos interpreta, vía fonomímica, "My Way", en la versión de Shirley Bassey. Alucinante.
La pantalla se divide en seis partes, el sonido se repite, los ángulos cambian pero las palabras son las mismas. El montaje en Wormwood.
La forma en la que Andrea Arnold cambia nuestras expectativas no una ni dos ni tres sino más veces a lo largo de Dulzura americana.
Laurie Metcalf en Lady Bird. Realmente es ella la que merece todas las nominaciones posibles.
El consejo que le da casualmente a Vince Vaughn uno de sus compañeros de prisión después de que aquel acaba de matar a un celador y noquear a otro: "No le des comida al que quedó vivo para que se coma al muerto". Lo más retorcido que escuché decir en una pantalla de cine en el año. En ese delirio de inspiración trumpista llamado Brawl in Cell Block 99.
El perfecto monstruo materno que interpreta Allison Janney en I, Tonya.
Un último fotograma, extracinematográfico: la función en Morelia de The Killing of a Sacred Deer, no tanto por la película, sino por los acompañantes, Fernanda Solórzano y Óscar Uriel. Ellos saben por qué.