A Edwyn Collins le cuesta un poco más hablar, le cuesta un poco más caminar sin la ayuda de su bastón. Lo que no le cuesta nada, por lo que se ve, es emocionarnos. El que es hasta el momento su último trabajo se titula “Babdea” y contiene, en un ejercicio más ecléctico de lo esperado, incluso alguna que otra balada (“It All Makes Sense To Me” está en las antípodas sonoras del sonido de Orange Juice, es verdad, pero es de una fragilidad desarmante). Hay sitio, por supuesto, para ese perfil más enérgico -y a menudo inyectado de Northern Soul, escúchese “In The Morning” si lo que se quiere es volver a sentir ese pellizo, cariñoso y familiar- del escocés, y hay canciones, también, como esta “Glasgow To London” que directamente sacan los colores a cualquier fan de (sus compatriotas) Franz Ferdinand. Se arrima a la electrónica, sin renunciar a ser él mismo, se chotea de aquellos tiempos locos en los que era necesario para una banda como la suya pasar por la capital británica para convertirse en alquien en el mundo de la música, y de paso vuelve a demostrar que ni la edad, ni el dichoso ictus, han acabado con el genio. Lo que decía al principio: le cuesta hablar, le cuesta caminar, pero, caramba, Edwyn Collins está en forma.
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