Revista Cultura y Ocio

Glorias de Zafra (X)

Publicado el 22 febrero 2016 por Malama

Glorias de Zafra (X)La casa de mi madre es un ruidoso mirador —sobre todo en verano— de lo que sucede. Hace esquina, y eso le confiere una facultad que pocos lugares tienen. Casi una torre vigía. A veces me sorprende que pasen tantas cosas por allí. No  escribo ahora desde ese mirador en el que algunas horas paso; pero no importa. Hace pocas horas que estuve allí y dentro de pocos días volveré a él y volverán a pasar por delante gentes y sucesos, como si fuese un lugar céntrico del mundo. Ni siquiera lo es del mío, pues viene a serme periférico. Sin embargo, sigue sorprendiéndome. Allí vi por vez primera a un trilero, enteco por más señas, mientras trabajaba. En directo y desde arriba; y a pesar de todo no logré dar con la bolita, y sí con el gancho. Por allí han pasado trotamundos en bicicleta y en nochebuena cargados con mochilas imposibles. Desde esos balcones he visto lo que nunca en un gran estadio: un grupo de neonazis inconcebibles —dieciocho o veinte abriles— que cantaban consignas de camino a un partido de fútbol y escoltado a distancia por guardia civiles a pie y en coches. Ahí estuvo el monumento más alto de mi infancia y más infame de mi vida adulta. Desapareció hace unos años, como tantos difuntos de hoy que por aquí pasaron. Ya hace tiempo que no vemos mi madre y yo a Menganita ni a Zutranito; aunque ella no lo sepa. En esa glorieta vimos a borrachos con escopeta y a borrachas con minifalda saliendo de los toros. A un cura párroco manteando su sotana al caminar como si fuese el De Pas de la novela inmortal. Mi madre me confunde con él algunos días cuando llego a ella. Yo no se lo tengo en cuenta. Desde el balcón de mi madre llegan voces intolerables, por su tono y por su fondo. Se escuchan, aunque no quieras. Ella querría; pero no escucha. El mirador de la casa de mi madre también tiene postigos que al cerrarse son espejos de lo que nos pasa dentro. 

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