¿Recuerdan Smallville? Pasaron 13 años para que un sesudo notase que también era posible hacer lo mismo con el universo de Batman, mucho más rico en personajes excéntricos y profundos. No nos engañemos, a muy pocos nos importa el drama interno de Bruce Wayne y su cruzada contra el mal, del caballero de la noche lo que nos inquieta y atrae son sus villanos, una galería de locos que no solo disfrutan tener a Gotham en jaque, sino todo el perfomance que montan alrededor de sus acciones. El punto no es llevar a cabo un plan efectivo, sino aterrorizar a los habitantes de la ciudad que nunca duerme.
La serie parte de un hecho bien conocido: el asesinato de Martha y Thomas Wayne; ellos son el último pilar de una ciudad corrupta y su muerte rompe la estabilidad existente en la mafia. A partir de este hecho, Carmine Falcone comienza a perder terreno en la ciudad debido a la presión de Maroni y a las disputas internas de su propia organización criminal. En este mar revuelto, son muchos los que desean encontrar un puesto y aprovecharse del caos.
Falcone y Maroni son los primeros personajes recreados con bastante decoro. Nos es difícil no realizar comparaciones, es como si llevásemos en el ADN esa necesidad de mirar atrás y decir “pero en el original no era así”. Es cierto, estas familias de mafiosos son generosas y menos irascibles que en el universo paralelo de la DC, pero son consecuentes y verosímiles, el resto es nuestro gusto quejándose porque las cosas no son como queremos. Aun así, a David Zayas le cuesta un poco asumir su rol y por momentos, Maroni parece no tener madera de capo de la mafia.
Días antes de la muerte de los Wayne llega Gordon a la ciudad, un joven que tras regresar de la guerra se convierte en detective. Como buen novato y hombre de principios, una combinación fatal para pertenecer al Departamento de Policía de Gotham, Jim se lanza en una cruzada particular contra el crimen. Su personaje es demasiado perfecto para ser el eje alrededor del cual se narra esta versión libre de la ciudad que espera a Batman. Tal vez ese sea el primer fallo de la serie, la carencia de matices de Gordon; sus conflictos se limitan a la mala relación con sus compañeros de trabajo y a las disputas con Bárbara. La pureza del futuro comisionado es el motivo de todos sus males, si fuese corrupto, todo estaría bien. Más fiel al comic, imposible, pero en la pantalla no funciona igual.
Del resto del departamento de policía, mención especial a algunos “de los chicos buenos”. El primero es Harvey Bullock, personaje muy habitual en este tipo de policiacos y que funciona como contraparte del inmaculado de Jim para establecer un equilibrio. Chistes y clichés apartes, Bullock es el alma que se niega a redimirse, pero a la vez no puede evitarlo. Muy en el fondo, él tampoco cree en la regla dorada del Gotham Police Department: no a los héroes. Por eso se deja llevar por el ímpetu de su compañero en ese intento de ser un policía limpio.
Edward Nygma es otro de los aciertos entre los viejos conocidos del murciélago; una vez más me disculpo por las insoportables (e inevitables) comparaciones. No hay secretos, desde la primera vez que su nombre es dicho, todos sabemos en quién se convertirá y, por suerte, a diferencia del comic, aquí los motivos de resentimientos de El Acertijo son mucho más obvios. Podemos tildarlo de fenómeno y sociópata, pero este Nygma tiene cerebro, y su futura búsqueda de reconocimiento a través del crimen está justificada, al menos de momento. Inocente y sin tacto, su cambio de bando de seguro está relacionado con el desprecio que muestran sus colegas hacia él desde el minuto uno.
También destaca Harvey Dent, con poca participación pero con un perfil muy bien trazado. El ayudante del fiscal del distrito está lleno de esperanzas y buenas intenciones que poco a poco se apagarán. Su carisma y sonrisa perfecta le dan un valor agregado que le otorga cierta ambigüedad característica de los políticos que a este Dent le vienen de maravillas.
La otra joya entre los villanos tradicionales es Oswald Cobblepot. Hasta ahora no tiene nada que ver con El Pingüino del comic, pero aun así es genial: lleno de intrigas, con una capacidad monstruosa para leer el caos de Gotham e inteligente como solo podríamos imaginar a Bruce Wayne. Su único vínculo actual con el gordito desagradable que paraguas en manos se convertirá en némesis de Batman es la crueldad. Tan bien creado está, que Gordon pasa a un segundo plano y él se convierte en el verdadero protagonista.La serie presenta poco a poco a otros personajes sin mucho peso hasta el momento, pero que en un futuro serán los principales rivales de Bruce. Además, incluye secundarios del comic a modo de guiño o quizás para tirar de estos cuando les necesiten.
Entre los ajenos al comic está Fish Mooney, la cual encaja a la perfección en los conceptos de la serie, pero al ser el único personaje estrafalario y excéntrico, como deberían ser todos los villanos de Batman, su presencia desentona un poco con el tono general. Con grandes pretensiones, Fish es otra pieza importante en el tablero de la ciudad que le disputa el poder a Falcone. Ella y Oswald son los principales exponentes de la doble moral que impera en Gotham.
Por desgracia, a la ciudad le falta un ambiente gótico real. A pesar del color plomizo, la iluminación y la limpieza hacen mucha mella; no hay un ambiente tenebroso, sobre todo en las escenas de interiores. La estación de policía no parece la pocilga de ratas que pretende, la casa de Bárbara y Jim parece un Museo de Bellas Artes y ni siquiera los negocios de Maroni o Fish tienen una luz tenue, acorde con el ambiente corrupto del lugar. La ciudad debió ser un personaje más, una suerte de engendro salido de alguna de las mentes más macabras del universo DC.
La serie desliza con cierta frecuencia la necesidad de vigilantes en Gotham. Con la corrupción existente en el Departamento de Policía, las personas han perdido la fe en la ley para que les proteja. El caso más claro es The ballonman, pero incluso con los diferentes asesinatos a personalidades corruptas de la ciudad, existe un consenso en la opinión pública. Es una forma nada sutil de allanarle el camino a Batman.
Por desgracia, ese Batman está bien lejos; la nota más baja de la serie es Bruce Wayne, un niño demasiado apático, ingenuo, soñador y sin atisbos de un cambio en su personalidad. No hablamos de una evolución relámpago, pero para un chico que vio cómo asesinaban a sus padres debería comportarse, como mínimo, de manera diferente. Para colmo, cuando se une con Selina Kyles en la mansión de los Wayne, la serie cae en un limbo anodino que intenta dejar claro las diferencias entre el huérfano de familia rica y el de la calle. A pesar de que los niños se agradan, sus personalidades son tan diferentes que la amistad solo llega a determinado punto, un trazo hecho con brocha gorda para separar desde bien temprano a ambos personajes.
Esta joven Gatúbela agrada y engancha; aparenta no tener sentimientos e intenta mantenerse alejada de las personas, pero como buen gato, siempre termina necesitan de los humanos para vivir. En esta versión, la chica es testigo del asesinato de los Wayne, lo que le da un peso importante y justifica que en casi todos los capítulos tenga una aparición esporádica aunque en ocasiones innecesaria.
Con sus altos y sus bajos, la serie avanza a buen paso. Recién comzó una segunda parte de la primera temporada, detenida tras los diez primeros episodios. Sin ser una obra de arte ni nada por el estilo, Gotham da a sus fans lo que desean, una zona oscura en el universo del vigilante más popular de la DC. Es muy probable que la serie concluya cuando Batman asuma su rol en esta ciudad, pero mientras tanto, los batiseguidores del murciélago podrán darse un festín con los verdaderos protagonistas de Gotham: sus villanos.