El desempeño de Belén Blanco y Antoine Raux impresiona en Graba, película del argentino Sergio Mazza sobre dolores impronunciables en un contexto de inmigración al borde de la ilegalidad. Oscuro en términos estéticos, narrativos e interpretativos, el encuentro fortuito entre María y Jérôme en París concede un “¿Y?” final que admite la ilusión de una reparación pero que abre una serie de preguntas sobre la (in)comunicación.
La anteúltima edición del Festival de Cine de Mar del Plata fue el marco elegido para el estreno oficial de esta película cuyo estreno comercial está previsto para este jueves 24 de enero. Quienes la vieron en ese entonces recordarán los escasos exteriores filmados en la capital francesa, decisión narrativa que rompe la tradición de la postal romántico-turística para sugerir las grietas de un Primer Mundo cada vez más cerrado al extranjero.
Tanto cuando sumerge al público en la íntima convivencia entre los protagonistas como cuando lo saca a la calle, Mazza demuestra su conocimiento sobre el escenario elegido. Los comentarios de Jérôme cuando María le cuenta que es argentina y le sirve las milanesas que preparó casi por encargo; las palabras del jefe antes de anunciar el despido; las respuestas robóticas de la empleada pública responsable de tramitar permisos de residencia; la oferta de un trabajo en negro que permite burlar impuestos y mejorar el día a día de algún indocumentado, los rostros multirraciales en el métro componen el retrato social que excede la historia de a dos.
Blanco y Raux convencen desde lo físico y lo emocional en un largometraje donde lo discursivo ejerce un rol secundario. A algunos espectadores la experiencia les resultará amargamente desgastante.