Hace tiempo, mucho tiempo, escribí un artículo que reflejaba el principio fundamental sobre el que construí todo lo que he conseguido hasta ahora productivamente hablando. Fue en 2009, y me refería a lo íntimamente relacionados que están los hábitos y la productividad. Porque no hay duda: si uno quiere mejorar su productividad, no importa que método utilice, primero debe realizar un cambio de hábitos.
Pues bien, en este sentido, llevo ya tiempo observando en foros, blogs y el mundillo productivo en general, un auge cada vez mayor de apps, herramientas y servicios enfocados a mejorar nuestra productividad personal. Y no he podido evitar acordarme de aquel artículo escrito en los albores de este blog.
Es posible que sea nuestra naturaleza humana, pero cada vez que enfrentamos un cambio o mejora personal, nuestra tendencia siempre es buscar la solución primero fuera de nosotros. Y sé de lo que hablo. Incluso después de escribir aquel artículo, aún pasé mucho tiempo probando distintos métodos de productividad personal, como seguro los más viejos de lugar recuerdan –y el archivo de este blog atestigua–, desde el Autofocus de Mark Forster, hasta el ZTD (Zend To Done) de Leo Babauta. Y por supuesto, “tuneé” GTD todo lo que me fue posible.
De toda aquella experimentación pude sacar dos importantes conclusiones: la primera, que el único método de productividad personal que verdaderamente funciona de manera holística es GTD, así tal cuál viene en la caja ;-); la segunda, y quizá más importante, que incluso con GTD, no era posible conseguir resultados positivos sin una profunda revisión de nuestros hábitos de trabajo, y un compromiso claro por querer hacer las cosas mejor. No entender esto fue lo que causó que me “cayera del carro” una y otra vez durante el primer par de años de práctica.
En paralelo a mi búsqueda del método de productividad perfecto, inicié la otra gran búsqueda que debe llevar a cabo todo freaky que se precie: la búsqueda de la herramienta de productividad perfecta. Créeme, he probado de todo –o casi–. Al principio utilicé herramientas para Windows. Pasé por uno de los PDAs más populares en su momento, el Palm Pilot –los más jóvenes ni sabrán qué es eso–. También utilicé el rudimentario sistemas de tareas de los BlackBerry, ahora casi extintos.
Después, durante varios años, trabajé en plataforma Mac, con herramientas especializadas como Things. He utilizado sistemas de baja tecnología, Moleskine y mi celebérrima libreta recopiladora ecológica incluidos. A ratos trabajé con las herramientas más cool, todo sincronizado en mi iPad y mi –ya jubilado– iPhone. Incluso durante una buena temporada utilicé herramientas online como el limitadísimo iCloud. Y como no, probé el que, a mi juicio y hoy por hoy, es la aplicación web más completa y fiel al método de David Allen, FacileThings, en permanente desarrollo (desde aquí un abrazo y mi más sincera felicitación a Francisco J. Sáez por este espectacular desarrollo). Y por si te lo estás preguntando, actualmente he vuelto a trabajar en la plataforma Windows, y desde hace un año tengo implementado mi sistema GTD con Outlook y OneNote.
Después de todo este recorrido, de nuevo llegué a una conclusión contundente: no importa la cantidad, diseño, plataforma o precio de las herramientas que usara, nada me iba a hacer más productivo si no cambiaba y desarrollaba ciertos hábitos de trabajo, y me comprometía en serio por hacer las cosas de una mejor manera.
Para ser sinceros, aprendí otra cosa más: que las herramientas deben ser lo más sencillas y fáciles de usar posible, especialmente cuando uno empieza. Y tiene su lógica. Si queremos desarrollar nuevos hábitos, tener que aprender a usar herramientas complejas se va a interponer en nuestro camino más temprano que tarde.
Pero esa no es la cuestión. La cuestión es que, antes de iniciar un viaje como el que nos propone David Allen, o para el caso, cualquier otro viaje que implique la obtención de resultados duraderos –bajar de peso sin rebotar, dejar de fumar para siempre, ahorrar de manera consistente… –, debemos estar plenamente comprometidos con un cambio de hábitos, estar convencidos de que los resultados merecerán la pena, y olvidarnos, al menos al principio, de los medios externos que vamos a utilizar para ello. Si no, el fracaso estará garantizado.