Revista Cine

Guadalajara 2014/VI

Publicado el 27 marzo 2014 por Diezmartinez
Guadalajara 2014/VI

Matar a un Hombre (Chile-Francia, 2014), tercer largometraje de Alejandro Fernández Almendras, filme en competencia en la Sección Oficial Iberoamericana y ganador del Gran Premio del Jurado en la Sección Mundial de Sundance 2014, ha provocado reacciones encontradas entre algunos colegas. Yo me encuentro entre los que la encuentras digna de atención, por su muy acabada forma pero también por su provocador y ambiguo fondo.Jorge (Daniel Candia) es un tipo de unos cuarenta años que trabaja como cuidador/encargado en un Centro de Investigación Forestal. El hombre sabe manejar una sierra, corta madera a hachazo limpio y es un tipo fornido y bien plantado. Sin embargo, también es tranquilo, de buenas maneras, apacible y, para acabarla, diabético. Un pleito que tiene con un malandrín del barrio apodado Kalule (Daniel Antivilo) escala de manera dramática: como el tipejo le quita a Jorge su dinero y hasta su kit para inyectarse insulina, el hijo mayor (Ariel Mateluna) de Jorge va a reclamarle su proceder al malandro de marras, lo que termina con Jorgito en el hospital, baleado, y el tal Kalule encarcelado por año y medio. Dos años después, Jorge está divorciado -su mujer, Marta (Alejandra Yáñez), no soportaba tener a un "Gutierritos" de marido-, Kalule está libre y la historia vuelve a empezar. O, mejor dicho, a empeorar: el tipo apedrea la casa de la exmujer, maltrata a Jorgito, acosa a la otra hija Nicole a la que termina manoseando brutalmente... ¿Qué es lo que espera Jorge para actuar, más cuando es claro que las autoridades no van a resolver nada?Fernández nos coloca, aviesamente, en una posición incómoda. Sabemos que Jorge tiene que hacer algo y, más aún, empezamos a desear que haga algo, que defienda a su familia, que se plante frente al abusivo. Después de todo, sabe manejar una sierra, es bueno con el hacha, hasta tiene una escopeta con la que espanta a un vago que prende un fuego en el bosque que él cuida. Finalmente, cuando Jorge finalmente se decide a tomar cartas en el asunto, Fernández logra crear una escena de suspenso tan eficaz que, desde ahora, adelanto que estará entre mis fotogramas del 2014. Lo que sigue es la puesta en extremo de alguna cruel escena autoparódica hitchcockiana. Porque, aunque en el cine parece muy fácil matar a un hombre, en la realidad no es tan sencillo. Es decir, ¿cómo hacerlo? ¿Cuál es la logística? ¿Cómo deshacerse del cadáver? ¿De qué manera se puede burlar a la policía? Fernández juega con todos estos elementos sin que haya una visión moral (ni moralista) discernible, lo que ha provocado que algunos planteen sus dudas éticas frente a la posición del cineasta como narrador. Y, en efecto, la ambigüedad se queda con nosotros hasta el final, cuando no sabemos bien a bien por qué Jorge toma la decisión que toma. ¿Remordimientos? ¿Cansancio? ¿Falta de imaginación? O, de plano, ¿todas las anteriores? 

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