Bajo la divisa de #GuiaPeninLIVEtasting (por lo de twitter), los nuevos responsables de la Guía Peñín vienen haciendo (primero en Madrid, ahora en Barcelona) un extraordinario ejercicio de transparencia informativa. Quiero dejar bien claro (por el tenor de lo que comentaré después) que no hay el menor retintín en lo que digo: quien sea lector habitual de este cuaderno, sabe que no soy seguidor de guías con puntuaciones y que una de las cosas que más criticaba de ellas, es que no se sabía cómo llegaba un equipo, una persona, a los famosos X puntos (casi siempre en la escala de 50 a 100). Gracias a la sesión que la Guía preparó para enoblogueros en Barcelona ya sé, con precisión, cómo funcionan. Y voy a opinar, claro: para eso me invitaron a la sesión. Creo que ese esfuerzo que hacen, y seguirán haciendo, merece por lo menos un ejercicio de transparencia y de comentario tan sincero y honesto como el que ellos hacen.
La marca Peñín está creciendo mucho. Lo está haciendo en tiempos duros para todos y, también, para el sector del vino en el mundo entero. Y lo está haciendo, creo, en dos direcciones: la exportación de su sistema de cata y de puntuación a otros países, por ahora de América (Argentina, Chile, México); y la ampliación a otros productos "derivados": por una parte, destilados y coctelería (con su guía independiente); por la otra, a nuevas secciones de la empresa que se dedican a la consultoría, bien sea para ayudar a la exportación, bien de tipo técnico-enológico. La estrategia de la empresa, además (en la que José Peñín tiene reservado, ahora mismo, el papel de padre fundador del concepto, cosa que conviene respetarle mucho), pasa por crecer en todos los instrumentos del 2.0, sean redes sociales, sean aplicaciones para teléfonos inteligentes, etc. Y también en los salones monográficos, que vienen organizando ya por toda España. Me parece obvio que esta nueva dirección está trabajando bien desde un punto de vista empresarial: crecen, tienen expectativas, 15 personas trabajan en Peñín, facturan 1,5M€ al año y venden de su emblema, la Guía Peñín de los Vinos de España (la verde), más de veinte mil ejemplares anuales.
Dicho esto, y como ya comenté en la sesión, me resultan por lo menos chocantes dos cosas. La pimera es que su completísima herramienta informática (no hablo de narices electrónicas), que ofrece al catador en cada momento y ante la botella (siempre destapada) todos los elementos imaginables para describir un vino desde el punto de vista cualitativo organoléptico (color, aromas, estructura, etc.), no tenga ni un solo elemento cuantitativo, escalable y objetivable. Ni uno. El equipo está compuesto por tres personas (Carlos González, director de la Guía y catador; Pablo Vecilla y Javier Luengo, catadores). Se suelen presentar en las sedes de los consejos reguladores por la facilidad logística que ello les supone. Allí, las bodegas que quieren presentar muestras (no se cobra por ello), han enviado ya sus botellas. Suelen ser unas 8000 de promedio cada año, de enero a julio más o menos. No hay catas-promedio: cata catador prueba una botella que no es la misma que la de sus compañeros. Cada catador rellena la ficha de su vino sabiendo (en su pantalla) no sólo las características de la bodega y del vino, sino también las puntuaciones de los dos años anteriores. No atiné a preguntar (y ahora lo lamento) si las botellas se reparten al azar, o alguien prueba (por ejemplo) todas las que no tienen puntuación anterior (las nuevas), y otro las que tenían puntuación anterior superior a 95 puntos, etc. La herramienta le facilita los descriptores (los que se leen en la guía), pero no hace más. La puntuación nace en exclusiva de la nariz del catador y de su "expertise": "esto me huele a 91". Y listos. A eso le llaman "cata comercial", en palabras de los responsables de Peñín. No juega en esa puntuación ningún elemento "objetivable" (dentro de lo subjetiva y personal que es, siempre, una cata, por supuesto): sólo la experiencia del catador y su criterio.
La segunda cosa que me choca es que la consultoría técnica que algunas bodegas contratan con el departamento ad hoc de Guía Peñín está dirigida por la misma persona, Carlos González, que dirige todo el proceso de catas anual. Carlos es una persona muy preparada técnicamente y yo no dudo ni por un momento de su profesionalidad. Pero Carlos, Javier y Pablo catan vinos a botella descubierta de los que saben, por supuesto, si han pasado por la consultoría técnica de la empresa. A ellos (se lo pregunté, por supuesto) eso no les plantea ningún problema ni ético ni comercial. Dicen que no les influye a la hora de puntuar. Pero cuando estamos ante lo que se llama "cata comercial", a botella destapada y con bodegas que han facturado a la empresa por otros conceptos, a mí la cosa me chirría un poco. Puede que injustamente, pero me chirría. Ser parte, pongamos por caso, de una mejora sugerida en la vinificación de un vino, encontrarte con la botella ante tus narices y tener claro si ha funcionado o no el consejo (facturado por la consultoría a la bodega) y que ello no tenga la menor influencia en esa puntuación completamente subjetiva, se me hace difícil de admitir.
Quedó también claro que cuando una botella les suscita dudas o problemas, se pide otra muestra. Y, por ejemplo, cuando hay dudas sobre si una bodega ha introducido un "submarino" en la cata (cosa que ha pasado poquísimas veces), se acaba yendo a la tienda y se compra lo que se ha comercializado bajo esa exacta marca. Ellos no ocultan nada, por supuesto. Explican con transparencia su método, y lo defienden. Yo alabo ese ejercicio. Pero, con sinceridad, a mí me suena a dulce hara-kiri: si yo tenía algún problema de confianza con la Guía Peñín y había notas que no entendía, ahora ya tengo una desconfianza absoluta. Por mucho que respete a los profesionales que forman ese equipo puntuador, ese método no me parece fiable. Sobre todo si no hay promedio de notas entre ellos y si no hay ningún elemento "objetivable" en esa puntuación... Si cada año, además, se prueban 8000 botellas, más las americanas y los destilados, sin ninguna agrupación específica allí donde se va (más allá de la unidad que cada bodega representa y ni en todas las DOs) y se le dan las mismas oportunidades de cata a un vino que necesita ocho horas para mostrar algo (pongamos por caso, el Vega Sicilia Reserva Especial 91/94/99, que probamos en la sesión), frente a otro que necesita diez minutos como mucho para estar pletórico (pongamos por caso, la Bota de Fino del Equipo Navazos, n.35), algo me falla de nuevo.
El equipo catador prueba el vino en el momento en que se abre la botella: "lo que tiene que salir del vino, sale en ese momento". Y yo me pregunto, ya para acabar: a botellas destapadas, ese Vega Sicilia recién abierto (hicimos como ellos) para mí no daba (en su escala) más de 85/88 puntos. Y ellos le han dado 97. Mientras que la Bota de..., n.35, me daba ya de entrada entre 97 y 98. Y ellos le dan un 99. Como método creo que no funciona y tengo, ahora sin matices, la certeza de que no pocas botellas se puntúan por aquello que el vino será o ha sido (a todos los niveles, bodega, añadas anteriores puntuadas) y no por lo que el vino es en el momento en que se abre la botella. Por mucho que ellos digan que no. Artadi Pagos Viejos 2009 (con 96 puntos) y el citado Vega Sicilia son los mejores ejemplos de lo que digo: cuando abrimos las botellas, para mí no estaban ni en 90. Con unas horas y unos años más, seguro que llegarán a 96-97. Pero ahora, para mí, no están ahí. Por el otro lado, teníamos a Pedrouzos 2008 en magnum (de Valdesil), con 96, y esa bota de fino de los Navazos n.35, con 99 (no existe el 100 en la Guía), como mejores contraejemplos: esas botellas sí valían lo que se les puntuaba en la última Guía, en el momento en que fueron abiertas y probadas.
Todo lo cual queda dicho y escrito con el máximo respeto hacia las personas que diseñan y ejecutan este trabajo ahora. Se trata, la mía, de una discrepancia legítima en la manera de probar vinos y en la de puntuarlos, que no hubiera tenido lugar si Peñín no hubiera decidido hacer ese ejercicio de transparencia informativa, enseñando las tripas de la empresa y probando vinos altamente puntuados con nosotros. Lo agradezco sinceramente. Creo, ya para acabar, que si invirtieran más en el equipo humano y en el método, ganarían mucha credibilidad ante ciertos consumidores: el doble de gente en las catas; todo el mundo probando los mismos vinos y eliminando de entrada las notas extremas, promediando el resto; haciendo las cosas con más tiempo para que los vinos que las bodegas presentan tengan, realmente, la oportunidad que se merecen, no la que el azar de una secuencia de vinos en el paladar del catador les pueda dar; e introduciendo algún elemento cuantitativo, numérico, más objetivo que tenga que ver, por ejemplo, con la relación del vino probado con su tierra de origen: algo que, de alguna manera, defina un criterio de la Guía Peñín, más allá del "vamos a buscar los vinos de España que consideramos mejores y vamos a montar con ellos el mejor salón con el mayor impacto publicitario posible". Todo lo cual dicho y escrito, además, con cariño y admiración hacia lo que ha representado y representa la Guía Peñín para el vino en España, con su fundador al frente.