Tánger.2014. expatriadaxcojones.blogspot.com
Somaya es un nombre árabe de chica. Se pone en honor a la que fue esposa de Yasser, el primer mártir del Islam. Ellos murieron por su religión. Murieron por sus principios y así es ella; la Somaya que yo conozco.
Una luchadora. Una superviviente. Que a pesar de nadar a contracorriente siempre llega a buen puerto.
Tiene veinte seis años. Está soltera y trabaja como responsable de un gimnasio de lujo. Es guapa. Simpática. Siempre va muy arreglada. Uñas y labios pintados. Zapatos de tacón y ropa elegante. Lleva un IPhone en el bolso y no para de sonar.
—He llorado mucho pero ahora siempre río —es lo primero que me dice.
El padre de Somaya es de Casablanca. Su madre de Marraquech. Cuando se casaron se instalaron en Tánger. —Mi padre montó una empresa de pintura. Pero él es muy bueno, demasiado. La gente no le pagaba, le engañaba. Al final tuvo que cerrar. Yo entonces iba a un colegio privado.Tenía dieciséis años. Él se arruinó y tuve que ponerme a trabajar.
Somaya me cuenta que empezó trabajando de secretaria en una empresa de seguridad. Pasados tres meses ya la habían hecho responsable. Tenía que ir supervisando el personal que vigilaba en las obras y allí fue donde conoció al que sería su siguiente jefe. Un español. Dueño de una constructora. Le ofreció irse con él a España y ella no lo dudó. Hizo las maletas y se largó. Marbella. Almería. Alicante. Siempre estaba de viaje.
—Pero eras muy joven. Y mujer ¿no tuviste problemas en casa? —le pregunto. Y ella se ríe. —Mi padre es un barbudo —y mientras lo dice hace un gesto con las manos, como si se pudiera tocar una barba imaginaria que le ha salido de repente.—Mi padre es muy religioso pero yo hago lo que quiero.—¿Cómo?—No me gusta mentir. Le digo siempre lo que voy a hacer pero no le pido permiso. Simplemente le digo: “Voy a hacer esto”. Y lo hago.
Mientras trabajaba en España Somaya conoció a un chico por internet. Era marroquí pero vivía en Menorca. Somaya decidió ir para allá.
—Eran las cuatro de la mañana. Me acuerdo perfectamente. Llamé a mi amigo y le dije: “Me vengo contigo”. —¡Qué puntazo! —Así soy yo.
Cuando llegó a Menorca él le propuso matrimonio. Ella era muy joven. No sabía si estaba enamorada. Hacía poco que lo conocía. Pero él insistía y insistía; al final hicieron el amor.
—Perdí la virginidad con él. Y me puse a llorar. No podía parar. Esto de la virginidad es muy importante para nuestra cultura. Yo era muy joven ¿sabes qué me dijo? Que su familia no me quería. Que no podíamos casarnos. Que yo era demasiado moderna. —¡Qué carbón! —Estuve tres días encerrada en mi habitación. Sin comer. Sin dormir. Sólo lloraba. Suerte que su compañero de piso me ayudó. Fue muy amable conmigo. Me cuidó. Se llamaba Reda. Gracias a él, poco a poco, fui recuperándome y decidí irme a Barcelona. Tenía otro amigo allí. Así que dejé una nota para Reda: “Nunca te olvidaré”.Y me fui.
Somaya viajó a Barcelona. Se instaló en casa de su amigo. Trabajaba de lo que le salía. Y se quedó sin visado. Tenía que volver a Marruecos. Pero no quería. Decidieron irse a Francia de vacaciones. Con tan mala suerte que en el camino los paró una patrulla de gendarmes. Y la detuvieron.
—Me llevaron a comisaría. Sola. Mi amigo sí tenía papeles. Perdí todas mis cosas. Me quedé con lo que llevaba puesto y un poco de maquillaje que tenía en el bolso. Me dejaron tres días encerrada en el calabozo. No me dejaron llamar a un abogado. —¿No tenías miedo? —Claro. Estaba cagada —y añade —Los gendarmes comprobaron que estaba empadronada en España y me dejaron en Rosas. Allí había un policía. No lo olvidaré nunca, y me dijo: “Que chica tan guapa. ¿quieres algo?” Y yo le respondí: Una ducha.
—Me llevaron a un hotel —vuelve a sonarle el teléfono. Mira la pantalla. Lo pone en silencio y continúa hablando conmigo — Me duché. Me maquillé. No paraba de mirarme en el espejo. Me decía a mí misma: “Estoy bien. Estoy bien. No voy a llorar” —y se ríe.—¿Y qué hiciste? —Pedir un cargador, que lo había perdido y abrir el móvil. —¿Qué? —Abrir el móvil. Pensé: “Llamaré al primero que me haya llamado”. Y vi que tenia 160 mensajes de Reda. Y lo llamé, claro. —¿Tú novio? ¿El que no se quería casar contigo? —No, el otro. Su compañero de piso. El que me ayudó después. —Ah… —Dejó Menorca y vino a buscarme. Nos fuimos a Barcelona a casa de su hermano. Empecé a trabajar. Limpiaba oficinas. Me dolía el alma cuando veía que yo podía perfectamente hacer ese trabajo y en cambio estaba limpiando su mierda. Así es la vida. Después nos trasladamos a Asturias. Nos hicimos novios, claro… —Siempre de un lado a otro… —Ya ves.
En Asturias se instalaron en casa de un hermano de Reda. Somaya empezó a frecuentar una asociación de inmigrantes. Enseguida se volvió imprescindible.
—Un día vino el presidente con una caja llena de libros. De psicología. Y me dijo que eran para mí. Le contesté que yo no tenía estudios. Me dijo: “No importa. Eres inteligente. Sé que podrás”. Y empecé a ayudar a la abogada de la asociación. Estaba contenta. Trabajaba. Ganaba mi dinero. Pero en casa cada vez teníamos más problemas. La mujer del hermano no me quería y me denunció.
—¿A la policía? —Sí. Vinieron a buscarme. Y, otra vez, al calabozo. Tres días y me llevaron a Madrid. De camino, uno de los agentes me dijo que si me acostaba con él me dejaría marchar. Me negué. Prefería estar detenida antes que acostarme con ese viejo. —¿Y qué hiciste? —Nada. No tenía papeles. Me hicieron una orden de expulsión y me devolvieron a Marruecos.
Habían pasado más de cuatro años desde que se había ido. Volvía sin dinero. Sin trabajo. Delgada y muy desmejorada. Regresó a casa de sus padres y se puso, de nuevo, a buscar trabajo. Encontró uno en un Call Center.
—Había dos turnos. Yo los hacía los dos. De siete de la mañana a ocho de la noche. Entraba la primera y salía la última. Notenía coche ni dinero para el taxi. Iba y volvía cada día andando. Estaba echa polvo. Pero en un mesgané el salario de tres meses. Y me ofrecieron otro curro. De comercial. En un gimnasio.
Somaya, como no podía ser de otra manera, progresó y progresó hasta alcanzar el puesto de máxima responsabilidad. El que ocupa actualmente. Tiene a su cargo a cuarenta personas. Se encarga de la formación, los informes, la gestión del personal y los aspectos técnicos. Y esto con sólo veinte seis años y sin estudios superiores.
—La gente piensa que Europa es como El Dorado. Y no es así. Las mujeres van a Europa en busca de libertad, los hombres quieren dinero. En Marruecos puedes vivir mucho mejor que en Europa. ¿sabes porqué no vuelven? Porque tienen miedo de decir que han fracasado. De reconocer que no han hecho nada con su vida.
Somaya seguía con Reda, que había vuelto a Menorca. Él le propuso matrimonio. Hicieron los papeles. Ella se queda viviendo en casa de sus padres. Él vuelve a España. La visita una vez al año. Aún y así controla su vida. La obliga a ponerse el pañuelo. No quiere que trabaje. Le grita y, cada vez más a menudo, le falta el respeto. Hasta que un día la llama PUTA. Y ella ya no puede más. Se sube a un taxi. Se busca un abogado. Se presenta en los juzgados.Y pide el divorcio.Somaya vuelve a casa. Se saca el pañuelo y empieza a surfear. Esto es lo que hace ahora en su tiempo libre. Surfear y bucear.
—Cuando tengo tiempo me voy a la playa. En el agua me siento a gusto. Me olvido de todo.
Somaya sueña con ir a Indonesia. Cabo verde. Costa Rica. Australia. Japón. Quiere viajar. Conocer mundo. De momento, con sus ahorros se ha comprado una casa.
—Me la estoy arreglando. Cuando esté terminada me iré allí a vivir. Quiero vivir sola. No con mis padres.
Parece una tontería. En España no le daríamos importancia pero, aquí, la tiene y mucha. Las chicas no suelen decidir por ellas mismas. Las mujeres cuando salen de casa de sus padres es para irse a casa del marido. Tienen que pedir permiso. Respetar las tradiciones. Vivir según las normas.
Marruecos está cambiando. Shuia Shuia, que en árabe significa poco a poco. Ya no hay vuelta atrás. Somaya es un claro ejemplo de que esto sucede de verdad. No es una ilusión. No son estadísticas. Ella es real. E igual que ella muchas mujeres empiezan a querer ser dueñas de su vida. Quizás todavía son una minoría pero tienen mucha fuerza. No tienen miedo. Saben lo que quieren y luchan por conseguirlo.