Revista Cultura y Ocio

Herencia

Por Humbertodib
HerenciaBajo una lluvia copiosa y desde muy cerca, ambos -mi padre y yo- acompañábamos el ataúd por el camino embarrado. Cuatro campesinos de la hacienda lo cargaban con gran dificultad, cuatro de esos miserables a los que mi abuelo había explotado durante toda su vida, mientras que otro centenar de infelices seguía el cortejo fúnebre desde sus casuchas, escondiendo los rostros detrás de las cortinas astrosas, haciéndose la señal de la cruz, temerosos de que el fantasma del viejo rompiera la tapa del féretro y saliese para martirizarlos, para molerlos a palos, como lo había hecho durante tantos años. Al volver a la casa principal, mi padre se sentó en el sillón vacante, el mismo que, en vida, mi abuelo jamás habría permitido que otro ocupase, mucho menos si se trataba de su propio hijo. Tal vez por eso se quedó allí un largo rato, quitándose el lodo de las botas con la boquilla de una pipa, mientras parecía rumiar alguna idea funesta. Yo lo observaba desde lejos, parado al lado de la puerta, expectante de su decisión. Basta, carajo, gritó enfurecido y dio un golpe sobre el escritorio con la fusta, luego hizo que sí con la cabeza, como si por fin se hubiera decidido a aceptar el hado perverso que siempre flotó en aquel cuarto. Desde ese momento, fue él quien pasó a hostilizar a los campesinos, incluso fue más cruel que mi abuelo, si es que se puede llegar a semejante límite de brutalidad, y ellos obedecieron mansamente, como de costumbre. Así ocurrió. Hoy es mi padre el que está siendo sepultado y también son cuatro los que llevan su cajón, yo lo acompaño bajo los rayos del sol de la tarde, pero me arden mucho más los cientos de ojos interrogadores que se clavan en mi nuca. Todos estos miserables esperan que yo, el tercero de la dinastía, asuma la conducta habitual, pero no, ya tengo un bidón de gasolina en el maldito cuarto. Esta noche voy a encender mi propio destino: apagando el de ellos. El fuego -entonces- borrará mi culpa, y después el agua lavará nuestros pecados.

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