Revista Cine

Héroes de Ocasión

Publicado el 28 diciembre 2010 por Diezmartinez
Héroes de Ocasión
Para José Abril
De todos los grandes cineastas hollywoodenses de los 30/40 hay uno que, en mi opinión, permanece tercamente oscurecido por los grandes autores que lo rodearon (Capra, Hawks, Ford, Welles...). Me refiero al gag-man y gran artesano de la comedia y el melodrama clásicos Leo McCarey quien, a pesar de contar en su filmografía con varias obras mayores -Make Way for Tomorrow (1937), Terrible Verdad (1937), Algo para Recordar (1957)- permanece en la semioscuridad cinefílica.
McCarey inició en el mundo del cine como todos sus contemporáneos: desde abajo, haciendo méritos, aprendiendo el negocio de pe a pa. Según su propia confesión, su primera chamba fílmica fue fungir como script-girl para Todd Browning a fines de los años diez. En menos de una década, en 1926 y hasta 1929, McCarey ya estaba trabajado para Hal Roach, supervisando -es decir, escribiendo, dirigiendo y produciendo- hasta tres centenares de filmes de uno o dos rollos con las estrellas del estudio: Charley Chase, Mabel Normand, La Pandilla y, por supuesto, Laurel y Hardy, a quienes el propio McCarey descubrió y a quienes dirigió en algunas ocasiones.
Para los años 30, McCarey ya era un cotizado cineasta free-lance, acaso el más importante de los "graduados" de la "casa Roach". En 1933 Paramount lo atrajo con un tentador contrato y le asignó su primera tarea, a la que McCarey trató de oponerse inútilmente: dirigir a los irrefrenables Hermanos Marx en un filme que se conocería aquí como Héroes de Ocasión (Duck Soup, EU, 1933).
Según el propio McCarey, su noveno largometraje -acaso no el mejor pero seguramente el más visto de toda su filmografía- fue una pesadilla laboral para él: no sólo era dificil controlar a los Marx en el set sino que, de hecho, resultaba una proeza tenerlos al mismo tiempo en el mismo espacio. Indisciplinados, caóticos, ingobernables, los Marx, sin embargo, sabían lo que hacían: fueron ellos los que exigieron a la Paramount que los dirigiera McCarey so pena de romper el contrato. Groucho y hermanos tuvieron la razón: Héroes de Ocasión fue y sigue siendo, de lejos, el mejor filme de los Marx.
Estamos en Freedonia y la imponente, poderosa y ricachona señora Teasdale (Gloria Dumont, la perfecta víctima de Groucho) exige que el nuevo presidente sea Rufo T. Moscón (Groucho, por supuesto), que hará su aparición entre cánticos, bailes y una metralla de one-liners dirigida a la pobre señora Teasdale, quien apenas alcanza a parpadear cada vez que Rufo la insulta. De ahí, en adelante, la película no conoce descanso en sus modestos 68 minutos de duración.
La cinta es la más grande sátira fílmica que se haya realizado en contra de la clase política (la que sea), las guerras (las que sean) y el nacionalismo (el que sea): Rufo le declara la guerra nomás porque sí a su vecino país Sylvania, es espíados por dos torpísimos agentes secretos -Chicolini (Chico) y Pinky (Harpo)- y todo se vuelve un perverso juego en el que los políticos intercambian insultos mientras la gente muere en el campo de batalla. A pesar de todos los intentos para buscar la paz, Rufo se niega a toda conciliación con un argumento muy poderoso: ya tiene pagado un mes de renta de campo de batalla. Cuando la guerra empieza, Groucho -con una bacinica como casco- les dice a sus valerosos combatientes que mientras ellos arriesgan su vida por la patria, él estará pensando en ellos y lo tontos que son; y cuando la batalla termina con la aparente victoria de Freedonia -quién sabe cómo pasó eso, porque Rufo ha disparado en contra de sus propias tropas-, la señora Teasdale empieza a cantar un himno heroico por el triunfo nacional, lo que la hace merecedora de una tomatiza que le propinan justicieramente Groucho, Chico y Harpo. Chico mismo se pasa de bando: deja Sylvania y se pasa al ejército de Freedonia no por cuestiones ideológicas, sino porque la comida es mejor. Nada en Héroes de Ocasión tiene lógica porque, acaso, en ese mundo de entreguerras, que estaba a unos cuantos años de involucrarse en una conflagración aún más violenta que la de 1914-1918, la diplomacia, la política, la democracia, el honor, la nación, el Estado, empezaban a sonar por un lado vacías -recuérdese la crisis de las democracias occidentales de la época- y, por otro lado, cargadas de significados ominosos -recuérdese el ascenso del fascismo en esos mismos años. (No por nada, en la Italia de El Duce esta película estuvo prohibida)
¿Qué tanto hay de los Marx y qué tanto de McCarey en Héroes de Ocasión? Aunque el propio McCarey confesó que tuvo que rendirse ante la incansable tarabilla que era Groucho en cuanto habría la voca, es obvio que el éxito de este filme se debe no sólo al talento desbordado de los Marx sino al aprendizaje de McCarey como gag-man y director de comedias durante los años 20. McCarey no sólo dirigió el filme sino que lo "supervisó" a la manera que lo hacía en su época con Roach: es decir, revisó los diálogos, manejó a los actores en el set, fue responsable del montaje y, al final, eliminó del corte final aquello que le parecía superfluo, como -dicen algunas versiones- varios interludios musicales y una subtrama amorosa que interfería con el estado de locura de los Marx. De hecho, por esos radicales cortes que realizó McCarey es por lo que Héroes de Ocasión apenas si llega a los 68 minutos.
Ahora bien: Héroes de una Ocasión no es una gran película. Me explico: a diferencia de Chaplin o de Keaton -e incluso de Lloyd-, los Marx no eran comediantes que pudieran ser contenidos -en toda la extensión de la palabra- por la pantalla de cine. Su comicidad apuntaba a todas partes, avanzaba en todas direcciones, no tenía control y no respetaba nada. Así como los Marx arrasaban con todo lo que se encontraba a su paso -buenos modales, seriedad, valores morales, civilización-, también arrasaban con el cine mismo, con sus reglas, su lenguaje, sus convenciones. Por eso mismo McCarey, uno de los grandes artesanos clásicos hollywoodenses, no pudo con ellos. Pero, ¿alguien pudo con Groucho y compañía?

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