Revista Vino

Historia de dos mujeres

Por Jgomezp24
María Alfonso detta Volvoreta Aunque la historia de Volvoreta bebe de la tradición de abuelos, es Alfonso (que rondará la cincuentena) quien se propone recuperar aquello que había vivido de niño en su casa de Sanzoles (Zamora): ser feliz con el vino. Diría más, porque ésa es su premisa: hacer felices a los demás con su vino. Alfonso es el motor. Pero tras conocer y charlar con su hija pequeña, María (27 años, foto superior), tengo claro que la chispa que enciende cada mañana ese motor es ella. Se trata de una pequeña bodega exclusivamente familiar y que trabaja sólo con la uva más característica de la zona, la tinta de Toro. Pero María, que es la que hace el vino y trabaja en el campo, tiene tan claro como su padre que sus vinos tiene que beberse con placer y ser, además, saludables. Su argumentación teórica sobre la acumulación o no de sulfitos bastaría para darles la razón. Pero es que su trabajo empieza en las 13 Ha que trabajan, no en la bodega con la vinificación: respetando las plantas de la zona que le dan, además, al vino aromas característicos (hinojos y tomillo); abonando con los sarmientos de las propias cepas; plantando avena, beza y trigo candeal como una buena manera de oxigenar la tierra, de hidrogenarla y de compactarla sin que tenga que pasar el tractor; manteniendo la capa vegetal todo el año (¡la crema solar de la tierra!); eliminando ya por completo incluso el azufre para el oídio: leche de oveja entera (ni cuajo), y listos. Le funciona: ya no necesita ni infusiones de cola de caballo. Con sus parcelas de tinta de Toro, busca María la expresión de la fruta, no la de la madera (sutil pero gran diferencia con la inmensa mayor parte de vinos que se hacen en la DO, y en las DOs vecinas, que usan también la tempranillo) y por eso a su vino más fragante no le da más de 2/3 meses de barrica usada, lo justo para que se serene antes de salir a la calle.
Se llama el Vino del Buen Amor (por la referencia al vino en el Libro de Buen Amor) y el 2011, que probé con ella, con uvas de viñedos en cascajos, cantos rodados y arcilla, sabía a mora madura, a tomillo, tenía una mineralidad profunda, oscura; y en boca, un tanino pequeño y sobrio, algo rústico pero muy agradable. Cereza, al final, un vino exuberante que invita a aquello que predica su título y el del libro del Arcipreste…Se nota que no filtran, no clarifican, no estabilizan: puro mosto fermentado. Probamos otro vino, quizás más emblemático de la bodega: el Volvoreta Probus 2009. “Volvoreta” significa mariposa en gallego (en Vigo estudió María) y en el fondo, eso es lo que son ellos: espíritus que, como ya escribían los Romanos, vuelan libres como las mariposas (la mariposa era uno de los símbolos del alma en Roma) por los campos de su tierra. Y son probi, claro, porque probus significa “honrado”, haces lo que dices que haces y no engañas. Volvoreta Probus 2009 es un vino más maduro (cómo no, cada añada se refleja fielmente en los vinos, y no hay dos añadas iguales), más hecho, donde la grosella negra, la aceituna madura pesan más y donde el calor de ese año se nota también más.
Aunque ha estado involucrada en varios proyectos (el último, un vino de Cebreros llamado La Fábula, cuya añada 2010 es, todavía y por entero, suya), Beatriz es, ahora mismo, mujer de una sola bodega y de un solo vino: El Barco del Corneta (viñedo en la foto inferior), en el pueblo de sus ancestros, en La Seca. La cuna del verdejo, el pueblo donde se asientan algunos de los mejores viñedos de la DO Rueda alberga, también, la mejor semilla de futuro para esta uva. Se llama Beatriz Herranz y su vino es El Barco del Corneta. La veo como una isla en un océano enorme de perdición, de maneras obtusas de tratar el viñedo, las cepas y de cómo hacer el vino. ¿Cuántos años hace que se ha perdido casi por completo la tipicidad de aromas de esta variedad tan crucial aquí? Ni me acordaba de la última vez que olí de veras (quiero decir gracias a la fruta y a la levadura natural) a verdejo hasta que puse mi nariz en (acabáramos…) la segunda añada, sólo la segunda añada de Bea en La Seca: 2012. Apuntaba en mi libreta “muy varietal, sólo levaduras autóctonas, muy varietal”. ¿Qué quiere decir eso en un verdejo? El frescor del pomelo, la astringencia y cierto amargor de la misma fruta, aires de heno, césped recién cortado, apuntes de pera limonera, mucha fruta blanca y mucho campo. Probé varias barricas del 2012 en el garaje donde hace sus vinos (en efecto, se trata de uno de los pocos y auténticos “vin de garage” de España: si Thunevin lo viera, igual se emocionaba) y todas las maderas (usadas) ofrecían matices a la verdejo, pero la uva, esa fruta y su zumo fermentado sólo con las levaduras del viñedo, con sus lías (aunque no las remueva en las barricas), sin filtrar y clarificando sólo con un mínimo de bentonita, siempre estaba ahí.
Abrimos también una botella de su primera cosecha, Barco del Corneta 2011, y se notaba, ya a primer golpe de nariz, la nobleza de un buen vino blanco que, con los años y la edad de las cepas y de su hacedora, llegará a ser de larga guarda: aromas de ahumados, algo de cereal (kikos), un pelín de reducción que se va con minutos en la copa, y después, mucha flor de tilo, sequedad y astringencia en boca, aromas de la madera del sarmiento en su ceniza. Más terciarios ya que primarios (como en 2012), pero siempre la nobleza de la verdejo vinificada para conseguir, cada año más, cada año mejor, una sola cosa: la máxima expresión de los aromas de esa pulpa y ese hollejo. Las plantas son jóvenes (apenas siete años): me pregunto qué darán cuando empiecen a sentirse cómodas en ese viñedo hermoso, plantado en suave pendiente (barco…) y cuidado con mimo y tesón por ese ángel custodio de Bea, que es su madre Toñi. Cuando me iba, pensaba “una bodega, un vino, unos campos al cuidado exclusivo de mujeres sensibles y apegadas a su tierra: ¡bien!” Aunque el pueblo las mire con recelo y se burle un poco de su manera de hacer las cosas (fui testigo directo de una de esas burdas chanzas), sé que el futuro es suyo. De Bea y de María. De la gente que se aproxima a la cepa y al vino con una sensibilidad como la de estas dos mujeres. Historias de juventud, pasión, tesón y, también, acierto y competencia. Historia de dos mujeres para conocer y para disfrutar.El barco del corneta

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