Revista Cultura y Ocio
Capítulo 1. Parte 2/5
En la Plaza Mayor siempre hay turistas. Pero en temporada de calor, más aún. Ingleses rosados por el sol que sujetan sus planos en busca de nuevos monumentos que visitar, orientales con sus cámaras de fotos disparando sin ton ni son a cualquier cosa. Las cafeterías están a rebosar y los puestos ilegales muestran sus productos a todo aquel que se pare un momento a echar un vistazo.
A veces Julieth piensa que todo el mundo tiene una meta en la vida. Algunos tienen que pasar por ciertas pruebas que el destino les pone para conseguirlo, pero siguen luchando porque saben donde quieren llegar.
Algunos solo luchan por sobrevivir, que ya es bastante. Los que normalmente piden en la calle o en el metro, piden para comer y seguir viviendo pero otros piden para drogarse, y seguir muriendo. Estén equivocados o no en sus metas, todo el mundo sabe lo que quiere, o al menos eso es lo que piensa ella. Y solo entonces piensa en la suya. Ella solo quiere seguir llevando su rutina a cabo. Levantarse a las siete y veintitrés. Mirar por su ventana. Desayunar dos veces, una en casa y otra en una cafetería, y acariciar a su suave gato. No quiere estar triste, pero tampoco sabe ser ella misma sin estarlo a veces.
Le gusta tanto teorizar, que se le pasa la mañana deambulando por las calles pensando en como son los demás, que les gusta, que coleccionan y que quieren ser en la vida y entonces, como de rebote acaba pensando en como es ella, que colecciona o que quiere llegar a ser.
Siempre lleva encima su libreta de pájaros. Una vez escribió en ella: Llora por las esquinas, por la incertidumbre de que tras ellas se esconda el olvido.Porque Julieth vive obsesionada con la idea de que cuando ella no esté nadie la recordará.
Y así llega a casa. Se quita las gruesas gafas de sol y las deja en la mesita, junto a las llaves y el bolso. Monsieur Neveu sale a recibirla, aunque lo único que quiere es un poco de agua en su cuenco vacío. Cuando se lo llena, se da cuenta de que sus plantas están sedientas y llena una regadera. Siempre se da cuenta de la necesidad de las plantas cuando el gato pide para él y entonces se siente culpable, porque las plantas tienden a morirse porque son mudas. Y vuelve a sentirse apenada. Cuando las riega suele recitarle poemas que lee o fragmentos de la novela que se está leyendo o releyendo, porque últimamente tampoco se puede permitir comprarse demasiados libros. La última vez les contó un par de líneas de lo que quizás fuera un poema inacabado que se inventó en uno de sus paseos por el parque:
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Que le pertenezco al Sol y a la lluvia,
Más que a los Hombres…
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Cuando termina mira el teléfono que está en la mesita, apagado como siempre. Fantasea con encenderlo y encontrarse un montón de llamadas interesantes que devolver, pero como sabe que esto no es posible, decidió hace ya meses apagarlo y solo encenderlo el último día de cada mes. Así la decepción solo sería una vez cada treinta días y no cada vez que saliese de casa.
El día que decidió eso, escribió una nota en su libreta: Solo puedes escucharte a ti mismo en el silencio. Prefiere escucharse a ella misma más que a quien pueda llamarla.
Nota: No te pierdas la continuación el próximo miércoles.
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