Películas de apertura del sexto LatinArab y de la Semana de Cine Egipcio.
El sexto Festival Internacional de Cine Latino Árabe arrancó formalmente el jueves pasado en el cine Gaumont, con la presencia de sus directores general y artístico Edgardo Bechara El Khoury y Christian Mouroux, y dos invitados de lujo: el pianista y ex embajador argentino ante la UNESCO, Miguel Ángel Estrella, y el titular de la Cátedra de Estudios Palestinos Edward Said y presidente del Consejo Directivo de la editorial Canaán, Saad Chedid. Al término de la breve presentación, se proyectó la película de apertura, The idol de Hany Abu-Assad. En el marco del apocopado LatinArab, mañana lunes empieza en la Alianza Francesa la Semana de Cine Egipcio, con la proyección de La Virgen, los coptos y yo de Namir Abdel Messeeh.
La figura de Said y la gestión argentina a favor del reconocimiento del Estado palestino por parte de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura se colaron en el acto de inauguración que comenzó a las ocho de la noche en la sala más grande del Gaumont. En honor a la Franja de Gaza donde transcurre parte de The idol, y a la nacionalidad del también director de Omar y El paraíso ahora, Chedid recordó al escritor fallecido en 2003, amigo de Daniel Barenboim, y Estrella rememoró sus diligencias diplomáticas ante la UNESCO, a pedido del entonces Presidente Néstor Kirchner.
Por su parte, Bechara El Khoury y Mouroux presentaron el programa del nuevo LatinArab con el entusiasmo y la información que desplegaron tres días antes en la conferencia destinada a la prensa. Visiblemente emocionado, el director general del festival adhirió al homenaje de sus invitados con la referencia a la consigna Paciencia que los palestinos han pintado en diversos muros de Israel.
La anécdota resultó una introducción pertinente para la historia (real) que Abu-Assad narra en su noveno largometraje: aquélla de Mohammed Assaf, que en 2013 se convirtió en voz ganadora de la versión árabe del programa de televisión American idol. Nacido y criado en Gaza, el muchacho de 23 años consiguió ingresar a la competencia de Arab idol -y vencer a los demás participantes- a fuerza de talento, voluntad, una pizca de suerte y perseverancia (o paciencia).
En esta entrevista que le concedió en mayo pasado a Sydney Levine de Indie Wire, el realizador contó que él mismo siguió de cerca cada entrega del Arab idol donde compitió Mohammed. “Aparecí en un informe televisivo, entre cientos de personas que se habían reunido en una plaza de Nazaret para asistir en vivo al veredicto final del jurado. Saltaba como un chico; hacía rato que no sentía ese tipo de euforia”.
Para Abu-Assad, la historia del ganador del concurso es una invitación única a “ponerle un rostro humano” a un pueblo estigmatizado y marginado. “En tiempos de convulsión sin precedentes en el mundo árabe, con revoluciones, guerras civiles, atentados extremistas, la trayectoria televisiva de este niño de Gaza que cantaba en casamientos nos liberó de las luchas diarias y nos devolvió la sonrisa… Mohammed Assaf representa el espíritu y el símbolo de lo posible, de los sueños que se convierten en realidad, de que algo precioso -en principio imposible- se vuelva completamente posible”.
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En la misma entrevista que publicó Indie Wire, Abu-Assad explica: “(The idol) fue diseñada como una película sin barreras culturales. Podrás ser chino, estadounidense, palestino e igual apreciarás el film. Todos, jóvenes y viejos, pueden entender la travesía de este muchacho de Gaza, que además cruza las fronteras religiosas. Me interesó especialmente llevar un relato muy específico a un contexto mucho más amplio”.
Serán excepcionales los espectadores indiferentes a la historia de Mohammed, a las actuaciones y a las voces del niño y del joven que lo encarnan en la película, a los pantallazos de una localidad derruida y sitiada. En cambio, habrá quienes sientan cierta desilusión ante un largometraje no muy distinto de otros que cuentan historias edificantes de superación personal, y que hace tiempo conforman un nicho de la industria cinematográfica global.
En otras palabras, The idol atrapa menos por sus (muchos) aciertos cinematográficos que por ciertas características del proyecto: la nacionalidad del protagonista, el impacto alegórico de su historia, la proeza que significa haber obtenido la autorización del Estado israelí para rodar una ficción en Franja de Gaza, la curiosidad que despierta el nuevo trabajo del cineasta palestino que ya compitió dos veces por el premio Oscar a la mejor producción extranjera.