Se abre el telón (de riguroso terciopelo) y se ve un decadente club nocturno, sumido en la penumbra en la que centellean intermitentemente las brasas ardientes de los cigarros, para a continuación desaparecer entre volutas de humo. Detrás de aquella niebla tóxica que inunda el local se esconden, como desperdigados por la zarpa invisible de una mala noche, algunos tipos duros, de esos que buscan algún sustitutivo para la esperanza en el fondo de un vaso de whisky. Perdedores, borrachos, sociópatas; aplastados bajo el peso del fracaso, tramposos devorados por la culpa, hombres gastados tratando desesperadamente de retrasar -todo lo que sea posible- el inevitable colapso. Lo demás ya podéis imaginarlo: seis altos taburetes de cuero abotonado desde los que se despeñan sobre la barra otros tantos de esos tipos, esperando tal vez la llegada de mujeres tan dañinas como una mala indicación en la carretera, pero tan hermosas como un acantilado. Entonces, como respondiendo a una señal invisible desde la barra, se abre el telón (ahora el del diminuto y mal iluminado escenario) y comienza a sonar “Hot Dreams“, de Timber Timbre.
Por si no ha quedado ya lo suficientemente claro, lo que viene a continuación es una hermosa balada de rock vintage, con el retrovisor puesto, como no, en los años 50, y con las ineludibles maneras de un viejo crooner. El responsable principal no es otro que Taylor Kirk, voz y alma mater del proyecto que, con origen en Canadá, presenta ahora el que será su tercer álbum con Arts & Crafts; y lo hace con un tema de enorme sensualidad que seguramente encandilará tanto a los degustadores de voces sombrías a lo Stuart Staples, como a los creyentes en la nostalgia como el mejor modo posible de encarar el futuro (léase Richard Hawley).
Nominado al premio Polaris en 2011 (al final se lo llevó Arcade Fire por “The Suburbs“), el disco con el que Timber Timbre optaban a este galardón (“Creep On Creepin’ On“) formulaba una interesante propuesta, a caballo entre el doo-wop y la música folk, sin que sin embargo pueda decirse que lo de Kirk y compañía (Simon Trottier como co-productor y co-autor de la mayorías de las canciones, Mika Posen al frente de los lujosos arreglos de cuerdas, Olivier Fairfield en la batería, y Mathieu Charbonneau a los teclados) acabara de encajar en alguna de esas etiquetas. Como sucede -se me ocurre- con “Lord Knows Best” de Dirty Beaches, la suya es una propuesta que formula su propio estilo, recogiendo una evidente herencia del pasado para actualizarla, algo que de algún modo ya se mostraba en temas de aquel segundo disco como “Woman“, “Black Water“, “Lonesome Hunter” o la pista titular. Sin embargo -y esto es lo novedoso- si en aquellas canciones parecía existir una cierta predisposición al auto-sabotaje, introduciendo pasajes más o menos electrónicos que, en mi opinión, hacían flaco flavor a las pistas, parece como si ahora hubiera una apuesta clara por reducir esas texturas inquietantes a su mínima expresión, y apostar por formas más clásicas de seducción: un tempo viscoso, un tono lánguido, y , oh maravilla de las maravillas, un sólo de saxo al final, a cargo de Colin Stetson (ya lo habíamos escuchado antes, en canciones de Bon Iver o Arcade Fire), que desde ya considero como el listón a superar en este 2014: pura melaza.
Así que, por mucho que los de Ontario hayan sido teloneros de artistas de folk-pop como Laura Marling o Feist, o -en las giras que han realizado en nuestro país- acompañado a Akron/Family o Micah P. Hinson, olvidaos de canciones-chimenea. La paleta con la que pintan Timber Timbre está llena de atmósferas sensuales y referencias cinematográficas de aires retro, mucho más cerca de Hopper (Edward o Dennis: ambos) que de barbudos frente a la lumbre. Se publica en Europa el 31 de marzo, de la mano de Full Time Hobby, y sólo por esta canción, yo seré de los que estén al tanto: directa -qué digo directa: directísima- a mi carpeta de canciones favoritas del año.
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