Abuelito: sabes bien que diario me acuerdo de ti pero esta fecha no dejará de ser espacial, como lo era cuando estabas conmigo.
La afición a los toros se la debo a mis padres (ambos) que me llevaron incluso aún dentro del vientre materno. Pero ellos a mi abuelito Juan, un hombre tan puntual como una corrida de toros (aunque al desdichado de Talavante le cueste entender), tan honrado como un natural del Pana, tan artista como Antoñete que cumplía años también el día de San Juan.
De regreso a casa era otro cantar… – ¿Viste como embestía tal o cual toro? Tenía codicia el primero, ¡qué desperdicio!, ¡Cómo me hubiera gustado que la bravura del quinto hubiera sido correspondida por la voluntad, ya no la torería, la voluntad del torero. Petardo el que pegó el picador con el segundo. ¿Viste la cornamenta del toro ‘X’?; o antes en los corrales: Ese seguro embiste, lo tapan todos. Pura rata, mejor no compramos boleto. Aunque llueva nos quedamos, hay que preparar las sombrillas. Mira así no se deben traer los toros, parecen perros hambrientos.
A los toros siempre fuimos por la emoción, muy pocas veces por uno u otro torero, en casa no gustan de las figuras públicas, no había más que el cuasi retrato de un torero. Una tinta china, obra del hermano de mi abue: ‘Panchito Guevara’ quien fuera fotógrafo y pintor taurino. Ese pequeño cuadro retrataba a un torero desmonterándose, no se le veía el rostro por completo, pero el detalle de la montera, la ejecución de la tinta china, era impecable, es.
Cuando mi abue envejeció perdió muchos recuerdos, casi toda su vida se le había borrado de la memoria, para todos fue terrible. Yo que lo cuidaba los fines de semana, sacaba el dominó a falta de toros, pues eso sí… nunca los olvidó, para sorpresa de todos. Eran (los toros) el encuentro con su padre a quien llamaba de vez en vez y a media corrida, salía a buscarle. Varias veces me pedía acompañarlo a la calle y gritábamos juntos su nombre. Cansados, regresábamos a la mesa a jugar dominó o a ver la tele. Los Toros eran lo único que recordaba bien. Ponce le molestaba y era de los que podía distinguir perfectamente. Me decía… ese flacucho es Ponce ¿verdad, niña? – Sí abue, es Ponce. – No me gusta pero ya casi termina la faena, ven ya siéntate.
Él, mi abue, es el artífice de mi afición. Hoy que hubiera sido su cumpleaños, quiero escribirle… recordar que ha sido el mi cómplice mayor, mi confidente, mi amigo, mi pareja de baile en el tango, el dazón y el pasodoble. Lo extraño tanto. Si los de Utrera entendieran el aprendizaje de valores y los lazos afectivos que conlleva que un abuelo lleve a su nieta a las corridas, otra cosa sería.