Revista Cine
La figura de Ida Lupino vista tantos años después se nos revela compleja, interesante, rica de matices y no tan sólo como cineasta sino incluso desde lo que se puede adivinar o intuir relativo a su discurso vital más allá de lo que pueda entenderse leyendo noticias o relatos más o menos interesados: sabemos que los hechos cuentan más que las palabras y las querencias y opiniones personales de una cineasta pueden gustar o no pero sin duda de alguna forma las reflejará en su obra cinematográfica y en el caso de Lupino hay una pieza que podríamos calificar como atrevida sin temor a equivocarnos mucho si tenemos en cuenta que se estrenó en 1953 y ése dato no ha de olvidarse ni un segundo para apreciar en su justa medida el valor tanto cinematográfico como personal que muestra Ida Lupino al llevar a la pantalla grande un guión escrito por su segundo esposo, Collier Young que como en la anterior también ejerce de productor.
La película se titula The Bigamist (El bígamo, 1953) y nos presenta la historia de un hombre, Harry Graham, también conocido como Harrison Graham (incoporado con la habitual eficacia por Edmond O'Brien) que al inicio de la película tiene una entrevista con su esposa Eve Graham (Joan Fontaine) en el despacho de Mr. Jordan (Edmund Gwenn) que es un funcionario encargado de supervisar la adopción de bebés por matrimonios que lo deseen y soliciten cumpliendo los requisitos que Mr. Jordan aplica a rajatabla porque en una ocasión su laxitud causó grave perjuicio a una criatura: enseguida la cámara nos muestra la casi imperceptible intranquilidad que las palabras de Mr. Jordan causan en Harry Graham y pronto, siguiendo las investigaciones del probo funcionario, insistente, constante y pegadizo como una garrapata a Harry, llegaremos a sorprendernos cuando Mr. Jordan va a visitar a Harry Graham en su residencia habitual en San Francisco, ciudad a la que viaja muy a menudo en ejercicio de sus funciones como director de ventas de la empresa de electrodomésticos que en Los Ángeles tiene con su esposa Eve Graham.
La sorpresa para nosotros y para Mr. Jordan es que cuando abre la puerta Graham lo hace con un bebé en brazos, sollozando, y le pide a Mr. Jordan que baje la voz pues la madre de la criatura está durmiendo.
Nosotros sabemos al tiempo que Mr. Jordan que Graham en San Francisco no se llama Harry sino Harrison y que la madre del bebé es su esposa, Phyllis (Ida Lupino) con la que se casó después que ésta tuviese el bebé, hijo suyo. Y en un flashback, se nos cuenta la historia de un bígamo que en absoluto causa ni repugnancia moral ni tampoco nada más allá que un cuestionamiento sobre normas admitidas como las más convenientes para la sociedad en general pero quizás no para determinadas personas como seres individuales sin ánimo de perjudicar a nadie.
Puede parecer una propuesta fútil porque el de la bigamia es un concepto que raramente se expone en público y las conductas frente a él suelen ser contrapuestas y en ocasiones airadas sin más fundamento que el de unas convicciones carentes de raciocinio y al bígamo se le suele presentar, si es el caso, como un añadido a una conducta asocial cuando no directamente criminal en otros aspectos, pero Ida Lupino levanta la mano, extiende el índice y nos señala a un bígamo que socialmente es admirado, es un honrado trabajador, un atento esposo, una persona sin dobleces y una moralidad exquisita que en su forma de entenderla le lleva, precisamente, a la condición de bígamo, casado con dos mujeres a la vez.
Hagamos un alto y situémonos en 1953: en Hollywood se debía obediencia estricta al Código Hays que determinaba lo que se podía ver en pantalla (ver aquí las normas) y además, la bigamia era delito; allí, a diferencia de España (donde no he hallado ninguna fecha de estreno), existía el divorcio.
Y hay unos datos personales de conocimiento público de la época que quizás puedan interesar al cinéfilo de este siglo que padecemos: Ida Lupino estuvo casada con Collier Young (el guionista, recordemos) desde agosto de 1948 hasta el 20 de octubre de 1951 y luego se casó con Howard Duff desde el 21 de octubre de 1951 hasta 1984. Ida Lupino alumbró a Bridget Duff el 23 de abril de 1952, es decir, seis meses después de casarse con el padre, después de divorciarse de Collier Young, que se sacó la espina del divorcio casándose con Joan Fontaine el 12 de noviembre de 1952, antes de empezar el rodaje de esta insólita película. ¿Está claro?
Todo el mundo sabía en los Estados unidos de Norteamérica que Ida Lupino había cometido adulterio y para escándalo de muchísimos, siguió tan amiga del ex-marido que no tan sólo trabajaban juntos en varios proyectos sino que, además, tuvieron la desfachatez de presentar una película como The bigamist en la que el personaje despierta tantas simpatías que nadie, ni en la realidad ni tampoco en la ficción, puede hallar trabas que le impongan una condena moral: sí una condena legal, pero la construcción de toda la película es un discurso provisto de una lógica bastante sólida si nos alejamos de la rigidez moralista y tratamos de condescender y comprender unos entresijos que Ida Lupino muestra lenta pero inexorablemente jugando con los tiempos parejos a las estancias del protagonista que lleva vidas socialmente irreprochables en sendas ciudades distantes muchos kilómetros una de otra y el guión nos va llenando de dudas y zozobras para que nos preguntemos si es que es posible amar a dos mujeres a la vez.
La propuesta que nos hace Lupino, basada, no lo olvidemos, en guión de Young, hace pivotar a su protagonista entre dos mujeres bien distintas al punto que el inesperado nacimiento de un hijo provoca en él la necesidad de formalizar la situación mediante el matrimonio pero sin atreverse a romper como paso previo y mediante el divorcio el matrimonio anterior, manteniéndolos ambos, lo que inevitablemente le convierte en bígamo y la pregunta que Lupino nos formula después de habernos presentado esas dos relaciones de pareja es:¿debemos condenar al que legaliza un hijo extramatrimonial mientras admitimos y perdonamos al que por lo mismo decimos que "ha tenido un desliz"?
Lupino, a diferencia de la anterior en la que usa la cámara para acentuar la intriga y la emoción, en esta ocasión filma usando mucho plano americano, en estancias y lugares aireados sin presión alguna exterior, porque de esta manera recae sobre el protagonista (espléndido en su eficacia y economía de gestos O'Brien) el crecimiento de la duda, la zozobra, el ansia de hacer lo que corresponde, tratando de no hacer daño a nadie, de no herir sentimiento alguno. A esa dificultad de determinar lo más conveniente se une de una parte Eve, la primera esposa (interpretada con su habitual convicción por la Fontaine) que junto a él se ha esforzado en su juventud para levantar el exitoso negocio que ahora les permite vivir bien, aunque demasiado cansada para atender otras cuestiones maritales y por otro lado esa desconocida Phyllis (la propia Lupino, ejerciendo de perfecta coprotagonista) que en su independencia y búsqueda de libertad ni siquiera le notifica que ha quedado embarazada de él, enterándose casi por casualidad.
Una vez más la cámara de Ida Lupino se sirve de la elipsis tanto para evitar los rigores del dicho código represor como para evitar escenas innecesarias que tampoco podría rodar en condiciones y apela a la inteligencia del espectador que entiende por lo que ve las situaciones y los sentimientos que se despiertan en el ánimo de Graham, sea como Harry sea como Harrison, y ahí demuestra su carácter de directora más que competente pues sirve un guión ejemplar con un sentido cinematográfico lleno de recursos y talento incluso permitiéndose alguna situación jocosa fuera de contexto que uno se pierde si no está atento.
Los thrillers como el que vimos tienen una ventaja y es que no envejecen mucho, salvo por cuestiones de apariencia de época; esta película trata de una cuestión social relativa a la vida de pareja entre hombre y mujer y no ha envejecido en absoluto tampoco entre otras cosas porque la bigamia sigue siendo un delito, bien que con penas muy dispares según la residencia del tribunal que vaya a conocerlo y porque la cuestión, el interrogante que claramente propone está por resolver y en esto, también Ida Lupino se adelantó.
Imperdible para cualquier cinéfilo consciente que el cine además de arte y entretenimiento es lugar de ideas a debatir con el añadido que, como la anterior, es de dominio público y por lo tanto puede verse sin problemas:
The Bigamist (activar subtítulos)