Revista Cultura y Ocio
Empiezo por aclarar que (no siempre lo odié) esto no es ningún cuento, se trata más bien de (un rencor añejo) un testimonio: quiero hablar de una inquietud avasalladora que fue conquistando mi mente como (una enfermedad) el brazo de un río que se adentra (en mi espíritu) en suelo firme y que lo inunda con (ideas macabras) los años. Desde hacía un tiempo venía sintiendo que (tenía que matarlo) mi cabeza no estaba funcionando como (lo imaginaba) antes, no sé, era una sensación indefinida, pero (apremiante) tangible. La imagen (imagen) más adecuada que se me ocurre para explicarlo es la de (una bala entrando en) una idea que tiene que atravesar (su corazón) una sustancia roja y viscosa para llegar a tener una forma concreta. Mi pensamiento estaba (bien cuidado) lento, arrastrado, pesado. Llegué a sospechar que (podrían descubrirme pero) la causa podía ser (un suicidio) la edad, tengo más de cuarenta años, aunque preferí no profundizar en este aspecto. Después de todo, no (dejaría rastros) soy tan viejo, no al menos como para (delatarme) evidenciar un franco deterioro mental. Todo ocurrió cuando (me visitó) encontré un viejo texto guardado en mi (casa) ordenador. Cuando lo vi, fue como un estremecimiento, una sacudida, un (odio) embate que vino desde (lo más hondo de mí) adentro de mi cabeza. Es que antes escribía así, me (preparé) pregunté. Casi sin proponérmelo, descubrí que (no iría a ser difícil) me había idiotizado, que hacía largo tiempo que (quería acabar con él) estaba así. Sin embargo, sucedió algo paradójico: en el preciso momento en que (lo asesiné) se me reveló mi anquilosamiento mental, también entendí que (lo había amado profundamente) exactamente ése volvía a ser un acto inteligente. Me di cuenta de que (nunca debí haberlo matado) estaba idiotizado y de que (no) dependía de mí revertir la situación..., o (sí) no.