Revista Arquitectura

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Por Arquitectamos
La tarde está gris y plomiza, y yo también. Estoy tan bobo (y tengo tan pocas ganas de trabajar) que me quedo medio aplatanado mirando desde mi estudio y pierdo el tiempo. "Cuando el diablo no tiene qué hacer con el rabo mata moscas", así que, como quien no quiere la cosa, cojo el teléfono y "clic".
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Hala. Ya está. Acabo de hacer la foto y de ponerla en el blog, pero la podría haber subido también a Twitter, Instagram, Facebook... Lo suyo sería añadirle un título o comentario: "Tarde gris", o mejor: "Meditaciones en una tarde gris", que queda más interesantón. Qué bien, qué bonito y qué sentimental. (Y, sobre todo, qué fácil).
Nos podemos pasar el tiempo que queramos, todo el tiempo, contando nuestra vida segundo a segundo, emitiendo fotos y vídeos, comentando nuestra riquísima existencia, iluminando al mundo con nuestras excitantes experiencias.
Yo mismo, en algún momento y en las distintas redes sociales, he vertido los siguientes testimonios gráficos, todos ellos impresionantes: Fotos de edificios, de libros, de comidas (con predominio del café con leche con porras, pero también un par de veces sendos platos de kokotxas), de botellas de vino con hermosas etiquetas, de detalles chuscos y/o graciosos, fotos artísticas (la textura de una pared con sucesivas capas de carteles pegados y rascados), fotos de mis pies en la playa, del morro de mi coche cagado con saña por los pájaros, de un lápiz, de varias camisetas, autorretratos con gorra, sellos, monedas y medallas, cerveza Estrella Galicia, mi escalímetro bueno, una libreta con gomita, un esqueleto de cartulina a medio armar, mi mesa hecha un desastre... Y un vídeo de la punta norte de Baiona (Pontevedra), donde el parador, filmado muy lentamente de izquierda a derecha y repetido tres veces porque en el momento más inoportuno se plantaba alguien a mirar el mar y no se iba.
A lo tonto, y smartphone en ristre, podemos generar y generamos cientos de fotos cada día. Una diarrea de fotos de cada cosa que nos llame la atención, de cada chorrada que nos haga decir: "Ay, mira", de cada: "Esto lo tiene que ver Fulanito": Un tacón muy alto, una gaviota posada en una balaustrada, un coche con matrícula FLW (lo he hecho) o DWG (también), unas nubes, una rosaleda, unos adoquines, un panel con el menú de un bar...
Sin embargo, no tengo ni una sola foto en la escuela con Emilio, ni con Iván, ni con Joaquín, ni con Paco, ni con Merche, ni con Marta, ni con Arancha, ni con Juan, ni con (otra) Marta, ni con Pablo, ni con Ochan... Y mira que pasamos años juntos; un día, y otro día, y otro... ¿Pero quién se hacía fotos entonces?
Primero, porque inmersos en nuestra rutina cotidiana no nos dábamos cuenta entonces de lo preciosos que eran esos momentos y de la añoranza que nos iban a suscitar años después, y segundo, porque las fotos eran caras: Tenía uno que comprar el carrete y luego revelarlo. Uno se lo pensaba mucho antes de disparar. Te ibas de vacaciones con una película de 36 fotos y tenías más que suficiente. Incluso te sobraban. Volvías a casa sin haberla agotado, calculabas que te quedaban cinco o seis disparos por hacer (nunca era exacto) y los querías aprovechar. Y ya llevabas a revelar el carrete varios meses después, cuando ya no se estilaba.
No había escasez ni penuria alguna, pero sí es verdad que algunas cosas no se parecían nada a las de ahora. Por ejemplo esto que digo de las fotos.
En cuanto a imágenes de arquitectura, ya he escrito alguna vez sobre las épocas heroicas en las que un arquitecto que quisiera ver algo tenía que lanzarse al mundo.
No: Cuando yo estudiaba ya no era así. Había bastantes libros y revistas, pero eran caros -lo siguen siendo-, y los estudiantes no andábamos precisamente sobrados de dinero -los de ahora siguen igual.
Los libros se podían consultar en bibliotecas, pero en general estaban dedicados a los grandes consagrados, y las revistas, algo más atentas a las novedades, no estaban a mano.
No es que tuviéramos una enorme escasez de imágenes pero sí que andábamos justitos.
De una forma muy similar a lo que he dicho sobre nuestras fotos personales y vitales, ahora también tenemos una sobreabundancia de imágenes de arquitectura. (Y de todo, pero me centro en la arquitectura).
Este fenómeno del chorreo incesante de información no es malo, ¿por qué habría de serlo? Al revés: Es muy positivo. Es una grandísima ventaja.
Hoy en internet, de manera gratuita, tenemos acceso a muchos almacenes y repositorios de imágenes de arquitectura, a muchos perfiles de Twitter, de Facebook, de Instagram, que emiten cientos y cientos de ellas cada día. Tenemos muchas páginas web llenas de información en preciosos colores, renders, dibujos... de todo.
Todo esto es fantástico, lo repito. Yo estoy encantado. He descubierto obras interesantes, belleza, inteligencia y talento en estos últimos años más que en toda mi vida. Lo único que veo peor es que tal vez no estemos diseñados para soportar tanta información. Es como si nos alimentaran de crema de almejas con una manguera y de filetes de solomillo asado con un bazooka, y nos enchufaran un embudo a la boca para verternos litros y litros de Vega Sicilia. Sencillamente, no podríamos soportarlo. Quedaríamos embazados y embasquillados, como se dice por aquí.
De la misma forma, el chorreo de información nos embasquilla, nos satura y nos hace insensibles. No tenemos tiempo ni ganas de enterarnos bien de lo que vemos. Antes de que se ponga en marcha nuestra curiosidad por conocer mejor una obra que acabamos de descubrir ya nos han disparado otras tres o cuatro que también parecen interesantes. Así no hay manera.
Con los libros pasa igual. Si escuchamos un par de programas culturales diarios en la radio, y hojeamos algún periódico (los digitales ya no los hojeamos, sino que los ojeamos), sentimos la necesidad de leer dos o tres libros nuevos cada día. (Para colmo yo ahora, precisamente con tanto internet como agente y como paciente, leo menos libros que nunca). De manera que los que entran hoy en la lista de próximos imprescindibles expulsan a los que entraron ayer, que a su vez echaron a los de anteayer. Y así chapoteamos en las aguas revueltas de la información desbordada sin empaparnos de nada que valga la pena de verdad, porque lo mejor de todo, nuestra atención, nuestro interés, nuestro trabajo activo, nuestro sentido crítico, están embotados y supersaturados.
Empecé a escribir esto ayer y lo repaso y termino ahora. Hoy lleva todo el día lloviendo. Me asomo esta vez desde el salón de mi casa. Hago "clic" y lo publico en Instagram, donde mis seguidores empezarán en seguida a darme "likes" y a olvidar la foto al segundo siguiente, al ver la que ha colgado otro, y así vamos todos deslizando el dedo y viendo una, otra, otra... y tocando el corazoncito de "me gusta", y "me gusta", y "me gusta"... evitando el embasquillamiento por la actitud elemental de que todo nos resbale.
No tenemos tiempo para leer lo que cada autor (fotógrafoaficionadoperomuyartista) escribe: Bastante tenemos con ver las fotografías de corrido y a paso ligero como para leer también sus aspiraciones más o menos poéticas.
De todas formas, por si acaso, y como yo pongo las imágenes solo por el gusto de escribirles un título o comentario, añado: "Meditación en una tarde gris".
Y me siento estupendo.
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