Revista Cultura y Ocio
Cuando camino por la calle y voy sola, me gusta fijarme en la gente. No en cualquiera, sino solo en aquellos que me parecen especiales. Que no son como la mayoría y que lo demuestran por algún pequeño gesto.
Volviendo a casa me he fijado en una niña. Estaba jugando sola, imaginando que llamaba a una puerta, dando con los nudillos en el aire y diciendo: “por favor Cloe, ábreme la puerta, ¡deprisa!, Cloe, por favor, hay un zombie aquí fuera” a mi me ha hecho gracia porque he recordado como yo cuando era pequeña también imaginaba un montón de historias, y era varios personajes a la vez y que disfrutaba y jugaba sin tener nada alrededor. Mis historias jamás habrían tenido vampiros y zombies, eso seguro, y yo era algo más tímida para poner las voces de los personas fuera de mi cabeza o sin que fueran meros susurros si estaba en la calle, pero he pensado: “seguro que esta niña acabará escribiendo historias” me he sonreído al recordar las historias que me inventaba yo misma, que aún recuerdo y que algunos ya fueron plasmadas en cuadernillos a los ocho años y otras en dibujos.
Creo que es muy beneficioso para los niños que desarrollen su imaginación y que de vez en cuando estén solos y aprendan a evadirse en sus propias ensoñaciones y no solo porque de mayor a veces cuando estás en un lugar muy aburrido te viene de perlas utilizar tu mente para viajar lejos de aquel lugar, sino porque estoy convencida de que estas personas viven y dejan vivir a las demás y serán autosuficientes y lo más importante, encontrarán una forma de expresión que les servirá de vía de escape a lo largo de la vida.