La inteligencia emocional en el trabajo
Por Edanys Sacerio Valcárcel
En más de una ocasión nos habremos preguntado por qué algunas personas, independientemente de su cultura, o historia personal, reaccionen frente a problemas de manera inteligente, creativa y conciliadora, por qué algunas personas tienen más desarrollada que otras la habilidad para relacionarse bien con los demás, aunque no sean las que más se destacan por su inteligencia, por qué algunos triunfan aunque no sean los mas inteligentes.
El estudio de los sentimientos y las emociones desde hace mas de una década gana cada día numerosos seguidores, no solo de la intelectualidad. Bajo el modelo de la Inteligencia Emocional (IE) se pretende significar todo un conjunto de habilidades de procedencia psíquica que influyen en nuestra conducta.
Inicialmente la respuesta fue, que algunos individuos tenían un coeficiente de inteligencia superior al de los demás. Hoy sabemos que el nuevo concepto que da respuesta a éste y otros interrogantes es la inteligencia emocional, una destreza que nos permite conocer y manejar nuestros propios sentimientos, interpretar o enfrentar los sentimientos de los demás, sentirnos satisfechos y ser eficaces en la vida, a la vez que crear hábitos mentales que favorezcan nuestra propia productividad.
Concepto y origen de la inteligencia emocional:
A diferencia del CI que ya tiene un siglo de aplicación, la IE es un concepto reciente, pero a pesar de ello y debido a los experimentos realizados, se puede decir que la IE resulta en ocasiones más decisiva que el CI. Diversos países como Estados Unidos, México y España han avanzado en el estudio de la inteligencia emocional y actualmente poseen centros de estudios con base en la consultoría, asesoría, investigación y postgrado.
El tema de la inteligencia emocional sale a luz en la sociedad norteamericana ante determinadas problemáticas sociales, especialmente en el sector educativo, la violencia en la escuelas hizo reflexionar a muchos sobre lo que estaba pasando, de cómo las emociones llevaban a muchos escolares al borde del abismo, fuera de lo racional, acabando con sus propias vidas y la de los demás. Evidentemente faltaba algo en estos que les impedía lograr un equilibrio interno y relaciones sociales adecuadas, en otras palabras, no poseían inteligencia emocional. Desde entonces los sentimientos y emociones fueron ganando en importancia por su implicación en todos los ámbitos de la vida.
Se considera al psicólogo de la Universidad de Stanford, Lewis Terman como el principal creador del test para determinar el CI. Millones de personas han sido clasificados mediante este tipo de test. Esto ha conducido durante varias décadas, a la suposición de que la gente es inteligente o no lo es. Es una forma de pensar que todavía impregna amplias capas de nuestra sociedad la idea de que la inteligencia es una capacidad genética e innata y que poco se puede hacer para cambiar las cosas, es decir que el destino de las personas se halla de antemano determinad por el CI.
Los conceptos de inteligencia se han desarrollado durante los últimos cien años. El Coeficiente intelectual (CI) se remonta a 1900 en que Alfred Binet comienza a examinar a niños franceses; en 1918 se efectúa la gran primera administración de exámenes de CI a soldados norteamericanos durante la primera guerra mundial y no es hasta 1958 en la que Davis Wechsler desarrolló el WAIS (la escala de Wechsler de inteligencia adulta). También a lo largo de todo ese tiempo fueron surgiendo otros términos que hacían referencia a algunos factores en el plano de las emociones que intervienen en el éxito de una tarea como lo fue el concepto de inteligencia social acuñado por el psicólogo Edward Thorndike (1920) quien la definió como “la habilidad para comprender y dirigir a los hombres y mujeres, muchachos y muchachas, y actuar sabiamente en las relaciones humanas”.
Para Thorndike, además de la inteligencia social, existen también otros dos tipos de inteligencias: la abstracta -habilidad para manejar ideas- y la mecánica- habilidad para entender y manejar objetos.
Otro antecedente cercano de la Inteligencia Emocional lo constituye la teoría de ‘las inteligencias múltiples’ del Dr. Howard Gardner (1983), de la Universidad de Harvard, quien plantea que: las personas tenemos 7 tipos de inteligencia que nos relacionan con el mundo. A grandes rasgos, estas inteligencias son:
1. Inteligencia Lingüística: Es la inteligencia relacionada con nuestra capacidad verbal, con el lenguaje y con las palabras.
2. Inteligencia Lógica: Tiene que ver con el desarrollo de pensamiento abstracto, con la precisión y la organización a través de pautas o secuencias.
3. Inteligencia Musical: Se relaciona directamente con las habilidades musicales y ritmos.
4. Inteligencia Visual - Espacial: La capacidad para integrar elementos, percibirlos y ordenarlos en el espacio, y poder establecer relaciones de tipo metafórico entre ellos.
5. Inteligencia Kinestésica: Abarca todo lo relacionado con el movimiento tanto corporal como el de los objetos, y los reflejos.
6. Inteligencia Interpersonal: Implica la capacidad de establecer relaciones con otras personas.
7. Inteligencia Intrapersonal: Se refiere al conocimiento de uno mismo y todos los procesos relacionados, como autoconfianza y automotivación.
Esta teoría introdujo dos tipos de inteligencias muy relacionadas con la competencia social, y hasta cierto punto emocional: la Inteligencia Interpersonal y la Inteligencia Intrapersonal. Gardner definió a ambas como sigue:
“La Inteligencia Interpersonal se construye a partir de una capacidad nuclear para sentir distinciones entre los demás: en particular, contrastes en sus estados de ánimo, temperamentos, motivaciones e intenciones. En formas más avanzadas, esta inteligencia permite a un adulto hábil leer las intenciones y deseos de los demás, aunque se hayan ocultado... “
Y a la Inteligencia Intrapersonal como “el conocimiento de los aspectos internos de una persona: el acceso a la propia vida emocional, a la propia gama de sentimientos, la capacidad de efectuar discriminaciones entre las emociones y finalmente ponerles un nombre y recurrir a ellas como un medio de interpretar y orientar la propia conducta... “
La frase inteligencia emocional fue acuñada en 1900 por dos psicólogo de Yale llamados Peter Salovey y John Mayer de la Universidad de New Hampshire, para describir cualidades tales como la comprensión de nuestros propios sentimientos , la empatía por los sentimientos de los demás y la regulación de la emoción en una forma que mejora la calidad de vida.
Otro autor, Albert Mehrabian, incluye además las habilidades como: percibir adecuadamente las emociones propias y las de otros individuos; ejercer el dominio sobre las emociones personales, así como responder con emociones y conductas apropiadas en diversas situaciones de la vida; participar en relaciones donde la expresión honesta de las emociones está balanceada entre cortesía, consideración y respeto; seleccionar trabajos que sean gratificantes emocionalmente y por último, un balance entre el trabajo, el hogar y la vida recreativa.
El más destacado promotor del concepto de inteligencia emocional es Daniel Goleman quien publicó un best seller en octubre de 1995 titulado “La inteligencia emocional” y más tarde, en 1998, otro llamado “Inteligencia emocional en la empresa”. Su principal aporte consistió en reunir los resultados de una década de estudios en conducta y el procesamiento de las emociones con el fin de expresarlos de manera sencilla y accesible al público en general. Este autor define la inteligencia emocional como la capacidad de sentir, entender, controlar y modificar nuestros propios estados anímicos y los ajenos. Inteligencia emocional no es ahogar las emociones, sino dirigirlas y equilibrarlas.
Aunque el “boom” del tema de la inteligencia emocional se produce en la segunda mitad de los años noventa del siglo XX, los principales autores del tema relatan antecedentes de décadas anteriores. Goleman menciona las investigaciones realizadas por su difunto amigo y profesor de la Universidad de Harvard, David McClelland cuyas investigaciones en los años 50-60 condujeron a la formulación de su teoría de la motivación sobre “las tres necesidades: poder, logro y filiación”.
Según Goleman, McClelland realizó hallazgos importantes en sus investigaciones, que publicó a inicios de los años setenta, que cambiaron radicalmente los enfoques que existían sobre los tests de inteligencia como predictores del éxito laboral, profesional, o en una carrera directiva y cuestionó fuertemente la “...falsa pero extendida creencia de que el éxito depende exclusivamente de la capacidad intelectual...”. Entre los criterios que planteó McClelland en aquellos años estaba que “... las aptitudes académicas tradicionales -como las calificaciones y los títulos, no nos permiten predecir adecuadamente el grado de desempeño laboral o el éxito en la vida...”. En su lugar, McClelland proponía que los rasgos que diferencian a los trabajadores más sobresalientes de aquellos otros que simplemente hacen bien las cosas había que buscarlos en competencias tales como la empatía, la autodisciplina y la disciplina, por ejemplo. Este hallazgo condujo a cambios radicales
Un artículo de McClelland publicado en 1973 propició la aparición de un sistema completamente nuevo para medir la excelencia, un sistema que se ocupa de evaluar las competencias que presenta una determinada persona en el trabajo concreto que está llevando a cabo. Desde esa nueva perspectiva, una “competencia” es un rasgo personal o un conjunto de hábitos que llevan a un desempeño laboral superior o más eficaz o, por decirlo de otro modo, una habilidad que aumenta el valor económico del esfuerzo que una persona realiza en el mundo laboral, Este enfoque ha tomado mucho peso en los últimos años, con el surgimiento de la llamada “Gestión por Competencias”, uno de los enfoques más novedosos de la gestión de los recursos humanos.
A Cuba, el tema llegó para quedarse, ha sido el motivo de publicación de diversos investigadores por ejemplo, el lic. en Psicología Israel A. Nuñez Paula, plantea que la inteligencia emocional es aquella que permite interactuar con los demás, trabajar en grupo, tolerar situaciones difíciles y de conflicto, fortalecer vínculos afectivos, establecer una empatía social, controlar los impulsos y mantener niveles adecuados de humor y, que la carencia de las aptitudes anteriores se denomina actualmente analfabetismo emocional.
Uno de los objetivos fundamentales de la I.E es poner de relieve las limitaciones del denominado coeficiente intelectual. Un estudio neuropsicológico realizado en estudiantes y profesionales con un C.I por encima de la media mostraban un pobre rendimiento académico o profesional, Se trata de personas impulsivas, ansiosas, desorganizadas y problemáticas, con escaso control de sus impulsos límbicos.
Los déficits emocionales no los registran los tests que miden el Coeficiente Intelectual (CI). Sabemos que un estudiante con evaluaciones excelentes es idóneo para alcanzar una buena evaluación académica pero esa nota no dice nada a cerca de cómo ese sujeto enfrentará la vicisitudes de la vida. Estos tests se basan en una noción restringida de la inteligencia, al evaluar solamente las habilidades lingüísticas o matemáticas, sin tener en cuenta el amplio abanico de habilidades y destrezas provenientes de la IE.
A pesar de ello, nuestras escuelas siguen insistiendo en el desarrollo de las capacidades académicas en detrimento del dominio y pericia de las habilidades emocionales o rasgos del carácter que son tan decisivos para la persona.
Los defensores de la I. E no desvalorizan la importancia de poseer un buen CI pero sostienen que no es el único factor que indica la capacidad del sujeto humano, ya que existen toda una serie de habilidades que se pueden aprender, basadas en los sentimientos y las emociones y que determinan en un gran porciento el éxito de una tarea.
La medida de la inteligencia emocional se expresa con un cociente, el EQ. Los investigadores sugieren que las personas que tienen el EQ alto tienen mejores resultados en su vida profesional, entablan relaciones personales más estrechas, desempeñan funciones directivas más hábilmente y gozan de mejor salud que las personas con un EQ bajo. El EQ Map Profiles y el Organizational EQ Map Profiles son dos instrumentos homologados según las normas norteamericanas y válidas a los efectos estadísticos, que sirven para medir la inteligencia emocional y otras dimensiones de la inteligencia humana en el trabajo.
Con independencia de los antecedentes y experiencias personales, científicas o profesionales, que relatan diferentes autores, parece evidente que dos factores han influido significativamente en el desarrollo que ha tenido el tratamiento de la inteligencia emocional en los últimos años, que son:
1. Los resultados de numerosas investigaciones sobre las prácticas y comportamientos que han proporcionado a muchas personas resultados más exitosos en diferentes esferas de la vida.
2. Los hallazgos de investigaciones en la esfera de las neurociencias que han permitido identificar procesos fisiológicos que se generan por las emociones, cómo estos procesos inducen determinados comportamientos y cómo puede ser posible controlarlos y utilizarlos, si tomamos conciencia de los estados que se generan y aplicamos determinados enfoques, técnicas y formas de comportamiento.
En su primer libro, Goleman (1995) se lamenta de que “Para escribir este libro he tenido que esperar a que la cosecha científica fuera lo suficientemente abundante. Estas comprensiones tardan mucho en adquirirse, en gran medida, porque el lugar de los sentimientos en la vida mental ha quedado sorprendentemente descuidado por la investigación a lo largo de los años, convirtiéndose las emociones en un enorme continente inexplorado por la psicología científica..”.
Es notable lo que se ha avanzado, en la investigación de la inteligencia emocional en los diferentes ámbitos de la vida: educación, salud, familia y empresa. Pero antes de detenernos en la esfera de esta última, conviene que, para comprender mejor la importancia del tema, conocer el extraordinario mundo -biológico y psicológico- de las emociones.
Aspectos neuroanatómicos y psicológicos de la inteligencia emocional:
La emoción es un estado de ánimo que se caracteriza por una conmoción orgánica, producto de una situación externa, y que puede traducirse en gestos, risa, llanto.
La palabra emoción significa moverse en latín. Es lo que hace que nos acerquemos o nos alejemos a una determinada persona o circunstancia. Por lo tanto, la emoción es una tendencia a actuar, y se activa con frecuencia por alguna de nuestras impresiones grabadas en el cerebro, o por medio de los pensamientos cognocitivos, lo que provoca un determinado estado fisiológico en el cuerpo humano.
Nuevas investigaciones cerebrales sugieren que la verdadera medida de la inteligencia humana no es el C.I sino las emociones.
El avance en la investigación de las funciones del cerebro y de sus respectivas conexiones neuronales, ha permitido un mejor conocimiento de su interacción con las diferentes estructuras y áreas cerebrales que gobiernan nuestros estados de ánimo.
Goleman afirma que existe toda una ventana neurológica de oportunidad, puesto que el circuito prefrontal del cerebro que regula cómo actuamos con respecto a lo que sentimos probablemente no madura hasta la mitad de la adolescencia.
La IE considera que los impulsos son la energía de nuestras emociones que intentan expresarse en la acción. Quienes están a merced de sus impulsos y no saben controlarlos muestran una débil voluntad, y viven interiormente perturbados.
La IE parte del supuesto de que la herencia genética nos ha dotado de unas sensaciones emocionales que determinan en parte nuestro temperamento. No obstante, las funciones cerebrales relacionadas con la actividad emocional, son tan flexibles y adaptables que permiten superar los defectos de nuestra voluntad y mejorar nuestro carácter.
Nuestras emociones se integran en el sistema nervioso en forma de tendencias automáticas. Es así, que nuestras decisiones y nuestras acciones dependen tanto de nuestros sentimientos como de nuestros pensamientos. Nuestras reacciones ante determinadas situaciones, no son solo fruto de un juicio racional, sino también de emociones en forma de impulsos de acción automática.
Cada emoción dispone al cuerpo a un tipo distinto de respuestas fisiológicas, tanto la respiración como el tono muscular, el pulso cardíaco, la presión arterial, la postura, los movimientos y las expresiones faciales y las pautas fisiológicas o musculares habituales comienzan a determinar por sí mismas los estados anímicos, por ejemplo, en el caso del miedo, la sangre se retira del rostro, lo que explica la palidez y la sensación de quedarse frío y fluye a la musculatura esquelética larga -como las piernas, por ejemplo- favoreciendo así la huida. Al mismo tiempo, el cuerpo parece paralizarse, aunque sólo sea un instante, para calibrar, tal vez, si el hecho de ocultarse pudiera ser una respuesta más adecuada. Las conexiones nerviosas de los centros emocionales del cerebro desencadenan también una respuesta hormonal que pone al cuerpo en estado de alerta general, sumiéndolo en la inquietud y predisponiéndolo para la acción, mientras la atención se fija en la amenaza inmediata con el fin de evaluar la respuesta más apropiada.
Mientras tanto, la felicidad consiste en el aumento en la actividad de un centro cerebral que se encarga de inhibir los sentimientos negativos y de aquietar los estados que generan preocupación, al mismo tiempo que aumenta el caudal de energía disponible. En este caso no hay un cambio fisiológico especial salvo, quizás, una sensación de tranquilidad que hace que el cuerpo se recupere más rápidamente de la excitación biológica provocada por las emociones perturbadoras. Esta condición proporciona al cuerpo un reposo, un entusiasmo y una disponibilidad para afrontar cualquier tarea que se esté llevando a cabo y fomentar también, de este modo, la consecución de una amplia variedad de objetivos.
Estas predisposiciones biológicas a la acción son moderadas por nuestras experiencias vitales y por el medio cultural, por ejemplo, la pérdida de un ser querido produce tristeza y aflicción, pero la forma en que expresamos esa aflicción es moldeada por nuestra cultura, por ejemplo, cada cultura tiene una categoría diferente de seres queridos por los cuales llorar.
El modelo de la IE afirma que tenemos por un lado una mente racional, que es la capacidad consciente de pensar, deliberar y reflexionar, y por otro lado una mente emocional que es más impulsiva e influyente que la mente racional.
La IE destaca la perenne y fecunda tensión entre estas dos mentes, aunque a menudo están coordinadas, en este caso la clase de reacción a una situación dada es de tipo lenta y gracias a esta coordinación es que podemos apreciar, por ejemplo, cuando entramos a un local si las personas que le esperan lo hacen con agrado o no. En esta clase de reacción primero tiene lugar el pensamiento para conducir al sentimiento, por tanto la cognición juega papel clave en la determinación de qué emociones serán provocadas, es decir, después que hacemos una evaluación es que se produce una respuesta emocional adecuada.
Pero cuando de forma desbordada irrumpen las pasiones, el equilibrio puede romperse y la mente emocional puede bloquear y paralizar a la mente racional provocando una reacción de tipo rápida. Este rápido modo de percepción asimila las cosas de inmediato, como un todo, reaccionando sin tomarse el tiempo necesario para un análisis reflexivo, también los elementos vividos pueden determinar esa impresión.
Charles Darwin fue el primer científico en señalar que las emociones se han desarrollado, en su origen, para preparar a los animales para la acción, en especial en una situación de emergencia. Esta clase de reacción nos impulsa a responder a acontecimientos urgentes sin perder tiempo, evaluando si debemos responder o cómo debemos responder. El sentimiento precede o existe simultáneamente con el pensamiento. En la evolución ésta rapidez giró en torno a decisiones de supervivencia, por ejemplo, si un excursionista en un camino ve por el rabillo del ojo una forma larga y curvilínea en el suelo, él saltará fuera del camino antes de darse cuenta de que era solo un palo con forma de culebra. Luego, se calmará. Su neocorteza recibirá el mensaje unos milisegundos después de su amígdala y regulará su respuesta primitiva. Sin estos reflejos emocionales, que son raramente conscientes pero terriblemente poderosos, nos sería muy difícil funcionar.
Para la comprensión de lo anterior se debe tener presente que los elementos de una emoción son tres:
1. Una situación, que genera sentimientos, ideas o recuerdos.
2. El estado de ánimo consiguiente.
3. La conmoción orgánica expresada en gestos, actitudes, risa...
Cuando usted dice: ‘fulano me engañó’, emana una emoción resultado de un hecho externo. No es posible reaccionar directamente a un hecho determinado, salvo en circunstancias de peligro; con esta excepción, antes de reaccionar ante un hecho tenemos que interpretarlo. Los sentimientos no surgen hasta tanto la mente no haya captado lo que sucedió, y decidido su significado. Esa tarea es realizada por la mente empírica, y la lleva a cabo tan automáticamente que no nos percatamos de que la mente está funcionando. Todo lo que sabemos es que reaccionamos emotivamente a algo que sucedió.
Los terapeutas cognitivos, como Aaron Beck, Albert Ellis y Donald Meichenbaum, insisten, por eso, que en muchas circunstancias son los pensamientos los que determinan los sentimientos.
Pero también es cierto que las respuestas emocionales, en su mayoría, se generan inconscientemente. Freud tenía razón cuando describió la conciencia como la punta del iceberg mental. Tanto la mente racional como la emocional operan en colaboración, entrelazando sus distintas formas de conocimiento. Cuanto más intensa es la mente emocional, menos eficaz es la mente racional, y viceversa.
Continuamente las personas buscamos circunstancias que despierten emociones y la mayoría de las veces no tenemos el control sobre ellas y por otra parte pueden avasallar nuestra conciencia. Finalmente cuando aparecen pueden convertirse en importantes motivadores de conductas futuras ya sea inmediatas o a largo plazo, pero también pueden ocasionar problemas. Cuando el miedo se torna ansiedad, cuando el deseo conduce a la ambición, cuando la molestia se convierte en enojo, el enojo en odio, la amistad en envidia, el amor en obsesión, el placer en vicio, nuestras emociones se revierten en contra nuestra. La salud mental es producto de la higiene emocional, y obviamente, las emociones pueden tener consecuencias útiles o patológicas.
Lo más adecuado para el sujeto es que exista un equilibrio, en el cual, la emoción influye en las operaciones de la razón y ésta ajusta y filtra las operaciones procedente de las emociones.
Cuando se produce una pérdida de control de la emociones, se desencadena en el sistema límbico del cerebro, específicamente de la amígdala, una reacción antes de que la información llegue al neocortex o área del cerebro pensante. La función del sistema límbico es importante en la vida emocional, ya que está ligado con los afectos y las pasiones y asume el control antes de que la parte del cerebro pensante haya tomado una decisión.
Con ello se destaca que el sistema emocional puede actuar sin la participación del neocortex, albergando recuerdos e impresiones y efectuando respuestas, de las que no somos plenamente conscientes.
Ambas estructuras constituyen el centro de gravedad de los conflictos y los acuerdos entre el corazón y la cabeza, entre los sentimientos y los pensamientos. Esta conexión es básica para tomar decisiones inteligentes en la vida emocional. La interrelación del sistema límbico con el neocortex o área pensante del cerebro, constituye el núcleo neurobiológico de la IE.
En concordancia con los hallazgos en animales, el daño bilateral de la amígdala en el ser humano provoca un defecto significativo en el control ejecutivo y una conducta social inapropiada (desinhibida). El coeficiente intelectual no se altera mayormente.
El regulador del cerebro para los arranques de la amígdala parece encontrarse en el otro extremo de un circuito más importante de la neocorteza, en los lóbulos prefrontales que se encuentran exactamente detrás de la frente. La corteza prefrontal parece entrar en acción cuando alguien siente miedo o rabia, pero contiene o controla el sentimiento con el fin de ocuparse más eficazmente de la situación inmediata, o cuando una nueva evaluación provoca una respuesta totalmente diferente... esta zona neocortical del cerebro origina una respuesta más analítica o apropiada a nuestros impulsos emocionales, adaptando la amígdala y otras zonas límbicas.
La memoria, localizada en el área frontal del cerebro, puede ser afectada por estados de ansiedad o de cólera, perturbando su capacidad de retener en la mente datos esenciales para el desempeño de nuestras tareas. Cuando estamos emocionalmente perturbados solemos decir ¿no puedo pensar bien?.
El cerebro externo o neo-cortex tiene a su cargo la importante función del pensamiento y el razonamiento intelectual. Pero, aunque muchos saben que este cerebro está compuesto de dos hemisferios cerebrales, muchos también ignoran que el hemisferio izquierdo maneja la lógica y todo lo relacionado con ella, mientras que el hemisferio derecho tiene que ver con la emoción y también con los sentimientos negativos como los miedos, las culpas y el resentimiento.
Sin embargo, esto no significa que una persona con hemisferio izquierdo dominante -la lógica- no tenga emociones negativas como miedos o culpas. Es necesario aclarar esto, porque se tiende a pensar que las personas “lógicas” sólo tienen sentimientos y emociones en permanente equilibrio. Todas las personas tienen un hemisferio dominante; algunas pueden ser extremadamente lógicas (hemisferio izquierdo), y otras por el contrario pueden ser extremadamente emocionales (hemisferio derecho).
Por supuesto que el equilibrio pasa por la función conjunta de ambos hemisferios, pero -y éste es el problema- casi todos “manejan” inconscientemente, todo el tiempo, el hemisferio izquierdo o el hemisferio derecho.
Antes de determinar si una persona es hemisferio izquierdo o derecho, es necesario conocer brevemente las cualidades de cada uno.
En oriente llaman al hemisferio izquierdo “El día”, porque para las personas con este hemisferio dominante, todo es claro bajo la luz de la razón; en cambio al hemisferio derecho lo llaman “La noche”, porque tiene que ver con la intuición, con lo que se siente, y no se puede explicar a la luz de la razón. Sin embargo, para la educación occidental, las personas con hemisferio izquierdo dominante han sido hasta hace muy poco tiempo valorizadas como genios.
Del mismo modo las personas con hemisferio derecho dominante, donde están presentes emociones y sentimientos, han sido desvalorizadas.
A la luz de recientes estudios e investigaciones, se sabe que una persona con hemisferio derecho dominante, y por lo tanto con una personalidad tendiente a demostrar sus emociones, tiene más posibilidades en áreas que requieren gran creatividad. Los ejecutivos de grandes empresas en el mundo son personas con dominio de ambos hemisferios; es decir son lógicos y emocionales, y la emoción -no hay que olvidarlo- complementa perfectamente a la razón. El trabajo sincronizado de ambos hemisferios logra una perfección que permite a las personas vivir mejor, con experiencias positivas de gran plenitud.
Anatomía del aprendizaje emocional básico. Conciencia de la emoción:
En estos estudios se ha determinado que cuando el animal se enfrenta a un estímulo sensorial potencialmente dañino, reacciona con una respuesta autonómica, endocrina y somática que lo prepara para enfrentar en mejor forma este peligro.
El tipo de estímulo al que responde es en parte innato y en parte aprendido. Luego que el estímulo sensorial impresiona al receptor correspondiente, la señal llega al tálamo y desde allí a la “amígdala”, principal núcleo involucrado en la adquisición de la “respuesta emocional básica” (REB) y el almacenaje de la información primitiva. La amígdala, a su vez, tiene conexiones con las áreas del tronco cerebral comprometidas en el control del gasto cardíaco, la respiración, la vasodilatación y la reacción de miedo.
Por estudios de lesión se ha determinado que la corteza cerebral primaria sensorial no es necesaria para la adquisición de esta REB, aunque colabora en el procesamiento de estímulos complejos.
El “hipocampo”, área comprometida en la “memoria declarativa”, no es importante en la identificación del estímulo; sólo colabora en la identificación del entorno en que este ocurre. De este modo, el aprendizaje emocional es mediado por un sistema que puede operar independientemente de nuestra conciencia.
Este sistema, subcortical, madura precozmente en el desarrollo, antes que el hipocampo, por lo que eventos traumáticos infantiles pueden generar conductas emocionales en la adultez, sin que tengamos conciencia de su origen.
Por otra parte, variaciones funcionales en la vía prefrontal-amigdalina podrían hacer más difícil para algunas personas cambiar su conducta emocional.
Entonces, ¿Cuál es el mecanismo que permite a especies más evolucionadas tener conciencia de las emociones?
Por estudios en pacientes con lesiones cerebrales, se ha determinado que la corteza parietal e insular sería clave en la percepción de los estados emocionales, siendo el hemisferio cerebral derecho dominante en este sentido. Estas regiones procesan la información que llega de las diferentes regiones del cuerpo (incluso visceral), completándose el ciclo.
Los pacientes con lesión parietal derecha, presentan emociones y sentimientos inapropiados sobre su estado de salud, ofreciéndonos el espectáculo de una mente privada de la posibilidad de sentir el estado corporal actual.
La integración de las emociones al ámbito conciencial tiene la ventaja de permitir modular la REB, agregándole elementos cognitivos. El sustrato biológico en el que se basan nuestras habilidades emocionales es de carácter neurológico. Pero teniendo en cuenta que el cerebro es muy plástico y adaptativo, puede asumir un continuo aprendizaje.
Por tanto el vasto y complejo continente de la vida emocional que afecta a los diversos estados de nuestra vida interior y de nuestras relaciones sociales, debe ser explorado con la finalidad de que nuestras emociones sean más inteligentes.
Significado de las emociones en las empresas:
Es necesario, antes de adentrarnos en el papel que juegan las emociones en una empresa , destacar que existe dentro de esta un término que es necesario analizar con el tema que nos ocupa, y es el relacionado con la inteligencia organizacional.
Llamada indistintamente inteligencia corporativa o inteligencia empresarial, Orozco un destacado autor cubano, estudioso del tema, define con un concepto muy completo a la inteligencia empresarial y precisa que es: Una herramienta gerencial cuya función es facilitar a las administraciones el cumplimiento de la misión de sus organizaciones, mediante el análisis de la información relativa a su negocio y su entorno; agrega además que desde el punto de vista del manejo de la información, ella compila, reúne y analiza datos e información, cuyo resultado disemina en la organización, todo lo cual permite obtener de modo sistemático y organizado, información relevante sobre el ambiente externo y las condiciones internas de la organización, para la toma de decisiones y la orientación estratégica. Asimismo describe o prevé hechos y procesos tecnológicos, de mercado, sociales y presenta tendencias. De igual modo usa bases de datos, redes, información de archivos, herramientas informáticas y matemáticas y todo lo necesario para captar, evaluar, validar, analizar información y llegar a conclusiones.
La inteligencia organizacional es la capacidad de una organización para tomar decisiones efectivas, como resultado del conocimiento adquirido y el conocimiento generado, a partir de la información interna (procedente de los recursos humanos, los procesos, los productos, etc.) e información externa (análisis de tendencias, clientes, competidores). Por tanto, la inteligencia organizacional, es la capacidad intelectual de las organizaciones, que no es precisamente la unión de varias personas inteligentes, soportadas sobre las tecnologías más avanzadas disponibles para realizar sus funciones, sino que en ella, el conocimiento individual se gestiona, comparte y regenera en un nuevo conocimiento de carácter organizacional.
Es válido apuntar que una organización “colmada de inteligencias aisladas” puede ser menos inteligente que otra, con individuos de un menor coeficiente de inteligencia, cuyas decisiones sean inteligentes. Veamos entonces la relación entre ambas inteligencias. Muchas personas parecen ser inteligentes por su manera de hablar y actuar, sin embargo, no son capaces de resolver fácilmente los problemas de la vida diaria. Una persona inteligente presenta, una habilidad excepcional para captar hasta la información más compleja del mundo exterior; otra para responder apropiadamente a esa información, y por último, la habilidad para aprender rápidamente.
De acuerdo con estos aspectos, los individuos tienen diferentes grados de inteligencia y en este sentido también las organizaciones ostentan diferentes grados de inteligencia. Por tanto, el hombre es el principal recurso en una organización y la expresión de la inteligencia corporativa depende de la inteligencia humana.
Ahora, en busca del éxito que necesita todo trabajador y que repercuta significativamente en los objetivos organizacionales, quedó demostrado por Goleman que la superioridad técnica e intelectual tiene poca importancia.
Diferentes autores han abordado el tema de la inteligencia emocional en la empresa, sin embargo, los hallazgos encontrados por Daniel Goleman son los mas aceptados y con los que particularmente comparto. Por eso, en toda la explicación siguiente me apoyo en este autor.
Según este investigador, su primer libro tuvo mucha acogida en la comunidad empresarial, inmediatamente empezó a recibir numerosas solicitudes de conferencias, consultas e intercambios de diferentes tipos de organizaciones. Esa demanda inusitada lo llevó a realizar una investigación de dos años, como parte de la cual encargó a firmas consultoras y especialistas nuevos análisis científicos de datos de cientos de empresas. Uno de los descubrimientos que obtuvo fue que “...el CI ocupa el segundo puesto, por debajo de la inteligencia emocional, para un desempeño laboral sobresaliente...”. En base a estos resultados, de mas de 500 empresas, Goleman escribió el libro “Inteligencia emocional en la empresa”.
En una entrevista realizada en 1999 a este famoso ex periodista del The New York Times, en Argentina, donde lanzaría en una feria su espléndido libro “Inteligencia emocional en la empresa”, afirmó que: la aptitud emocional es algo así como una meta habilidad que determina cómo podemos utilizar cualquier otro talento, incluido el intelecto, lo cual es cierto, no existe conducta humano sin que esté presente una emoción, y el manejo positivo de las mismas facilita en gran medida el éxito en las tareas que emprendemos.
Las emociones y los estados de ánimo son fuertemente contagiosos dentro de una empresa y de ese tono anímico que se difunde por la empresa depende una parte considerable de su éxito o fracaso. Algunos estudios han llegado a cuantificar los mayores ingresos que un negocio del sector servicios puede obtener gracias a un buen clima emocional entre sus empleados. Goleman afirma: los ingresos de una empresa crecen un 2 % por cada 1% de mejora en ese ambiente emocional y que el clima de una empresa depende hasta en un 70% de las acciones de su líder.
Con este enfoque, más centrado en el mundo empresarial y gerencial, Goleman destaca que “La aptitud emocional es importante sobre todo en el liderazgo, papel cuya esencia es lograr que otros ejecuten sus respectivos trabajos con más efectividad. La ineptitud de los líderes reduce el desempeño de todos: hace que se malgaste el tiempo, crea asperezas, corroe la motivación y la dedicación al trabajo, acumula hostilidad y apatía. Asegura este norteamericano, que un directivo que logre aplicar con eficiencia dichas habilidades, logra influir entre un cincuenta y un setenta por ciento en el clima organizacional de la empresa.
Otro libro escrito por este excelente investigador fue, “El líder resonante crea más”, en el que plantea que los grandes líderes son personas que saben manejar sus emociones, que la principal misión de estos es la de alentar, persuadir, motivar, escuchar y alentar la resonancia. Ciertamente el nuevo modelo por el que aboga el liderazgo de este siglo debe tener en cuanta los aspectos emocionales. El liderazgo no debe apoyarse tanto en la autoridad como en el arte de las relaciones.
Para el autor del libro “La inteligencia Emocional”, los dirigentes que no tienen éxito soportan mal la presión de trabajo y generalmente están de mal humor y con ataques de cólera, mientras que los triunfadores son empáticos, serviles y respetuosos, tanto con sus subordinados como con sus jefes.
La falta de inteligencia emocional puede repercutir de forma negativa en las personas e incluso arruinar sus carreras profesionales. Es preciso aclarar que este tipo de inteligencia no se establece al nacer, se crea y se alimenta con el desarrollo de nuestras vidas.
El que dirige debe ser capaz de manejar situaciones complejas de relaciones y comportamientos humanos para lo cual es necesario, entre otras habilidades, saber establecer una relación de comprensión y confianza entre la gente que dirige, saber escuchar, ser capaz de persuadir en forma convincente, y de generar entusiasmo y compromiso en la gente.
Pero, para lograr esto, es necesario que antes sea capaz de identificar su estado de ánimo, conocer sus fortalezas y debilidades, para explotar las primeras y neutralizar las segundas, controlar sus emociones y ser capaz de motivarse con lo que hace. Si uno no es capaz de sentir entusiasmo por lo que hace, difícilmente podrá generar entusiasmo en los que lo rodean. Cuentan que León Tolstoi, el famoso escritor ruso, dijo en una ocasión “La felicidad no está en hacer lo que uno quiere, sino en querer lo que uno hace”.
Tras estudiar cientos de empresas, Goleman llegó a la conclusión de que las habilidades de inteligencia emocional aumentan cuando más se asciende en la organización. Cuanto más alto sea el puesto, menos importantes resultan las habilidades técnicas y mas importantes son las aptitudes de la inteligencia emocional.
Este científico reconoce que algunos puestos de trabajo, como los de dirección, requieren de al menos un mínimo de conocimientos para garantizar cierto desempeño, sin llegar a la excelencia, pero que el mayor porciento de factores para lograr el éxito en la tarea corresponde a factores emocionales y de forma particular a lo que él llama competencias emocionales. Se plantea que los profesionales más brillantes además de su propia inteligencia académica, son hábiles a la hora de reconocer sus propios sentimientos y los de los demás. Son capaces de controlar sus estados de ánimo, impulsos y recursos internos.
Los componentes de la inteligencia emocional, separadamente, han estado presente desde hace años en las ofertas de programas de capacitación de directivos. Un análisis de estos componentes, con un enfoque en sistema, que es el aporte que hacen los especialistas en inteligencia emocional, permite identificar comportamientos y aptitudes que pueden propiciar un liderazgo efectivo y constituir una herramienta muy útil para la conducción de grupos de personas y de procesos organizacionales. Sin embargo, en los primeros libros publicados sobre el tema, a mediados de los años noventa, no prevalecía este enfoque.
Las habilidades emocionales rara vez aparecen aisladas y para que un individuo alcance una actuación notable en el trabajo o en la sociedad necesita dominar y aplicar un amplio número de competencias emocionales, definidas estas como el grado de destrezas que somos capaces de alcanzar en el dominio de nuestras facultades, tanto sensitivas como intelectuales. La Competencia Emocional en sí es la muestra de hasta qué punto una persona ha sabido y ha podido trasladar ese potencial a las acciones de su vida cotidiana.
La Inteligencia Emocional comprende una serie de habilidades que el Dr. Daniel Goleman caracteriza como genéricas, jerárquicas e interdependientes. En otras palabras, cada una requiere de las otras para desarrollarse, se sirven de base unas a otras y son necesarias en distintos grados según los tipos de trabajo y las tareas que se cumplan.”
Esencialmente, la Inteligencia Emocional proporciona a las personas capacidad y habilidad para regular sus fuerzas e impulsos emocionales contraproducentes, muchos de ellos inconscientes, los cuales boicotean sus relaciones (personales, familiares, sociales) y calidad de vida. Reconoce que una persona posee una inteligencia emocional determinada por cualidades como: autocontrol, empatía, entusiasmo, persistencia, motivación, destreza, autoconciencia y confianza.
Es decir que para alcanzar cierta inteligencia emocional no solo es preciso conocer que se necesita para ello, se extiende mas allá de esto, es necesario ponerlas en práctica en aras de lograr determinadas competencias emocionales. Las personas que muestran una buena competencia emocional, disfrutan de una situación ventajosa en los diversos dominios y dimensiones de la vida, por ello se siente más satisfechos consigo mismo y resultan más eficaces en las tareas que emprenden.
Por consiguiente las emociones determinan, el nivel de rendimiento de que somos capaces, en estado de equilibrio o desequilibrio emocional, así como determinan qué tipo de relación mantendremos con nuestros subordinados (liderazgo), con nuestros superiores (adaptabilidad) o con nuestros pares (trabajo en equipo). Las emociones determinan cómo respondemos, nos comunicamos, nos comportamos y funcionamos en el trabajo y/o la empresa.
En su libro, “Trabajando con inteligencia emocional”, Goleman identifica las competencias que dependen de los estados de ánimo y que determinan un desempeño exitoso en el trabajo. Se trata de 25 habilidades que se derivan de cinco áreas -autoconciencia, autorregulación, motivación, empatía y habilidades sociales- de la teoría formulada por Salovey y Mayer (1990).
Estas capacidades son:
Área 1. Autoconciencia (implica reconocer los propios estados de ánimo, los recursos y las intuiciones):
- Conciencia emocional: identificar las propias emociones y sus posibles efectos.
- Correcta autovaloración: conocer las fortalezas y limitaciones propias.
- Autoconfianza: un fuerte sentido del valor y capacidad propia.
Área 2. Autorregulación (manejo de los propios estados de ánimo, impulsos y recursos):
- Autocontrol: mantener vigiladas las emociones y los impulsos.
- Confiabilidad: mantener estándares adecuados de honestidad e integridad.
- Conciencia (compromiso consigo mismo): asumir las responsabilidades del propio desempeño laboral.
- Adaptabilidad: flexibilidad en el manejo de las situaciones de cambio.
- Innovación: sentirse cómodo con la nueva información, las nuevas ideas y las nuevas situaciones.
Área 3. Motivación (intensidad y dirección de las emociones que guían o facilitan el cumplimiento de las metas establecidas):
- Impulso hacia el logro: esfuerzo por mejorar o alcanzar un estándar de excelencia laboral.
- Compromiso: alinearse con las metas del grupo u organización.
- Iniciativa: disponibilidad para reaccionar ante las oportunidades.
- Optimismo: persistencia en la consecución de los objetivos, a pesar de los obstáculos y retrocesos que puedan presentarse.
Área 4 . Empatía (conciencia de los sentimientos, necesidades y preocupaciones de los otros):
- Comprensión de los otros: percibir los sentimientos y perspectivas de los compañeros de trabajo.
- Desarrollo de los otros: estar atentos a las necesidades de desarrollo de los otros y reforzar sus habilidades.
- Servicio de orientación: anticipar, reconocer y satisfacer las necesidades reales del cliente.
- Diversificación: cultivar las oportunidades laborales en los distintos tipos de personas.
- Conciencia política: ser capaz de captar y comprender las corrientes emocionales del grupo, así como el poder de las relaciones entre sus miembros.
Área 5 . Habilidades sociales (inducir respuestas deseadas en los otros):
- Influencia: idear y realizar adecuadamente tácticas efectivas de persuasión.
- Comunicación: saber escuchar abiertamente al resto y elaborar mensajes convincentes.
- Manejo de conflictos: saber negociar y resolver los desacuerdos que se presenten dentro del equipo de trabajo.
- Liderazgo: capacidad de inspirar y guiar a los individuos y al grupo en su conjunto.
- Catalizar el cambio: iniciador o administrador de las situaciones nuevas.
- Construir lazos: alimentar y reforzar las relaciones interpersonales dentro del grupo.
- Colaborar y cooperar: trabajar con otros para alcanzar metas compartidas.
- Trabajar en equipo: ser capaz de crear sinergia para la consecución de metas colectivas.
Estas competencias emocionales se concretan en cinco habilidades esenciales a desarrollar, ellas son:
1. Autoconciencia.
2. Autocontrol.
3. Motivación.
4. Empatía.
5. habilidades sociales.
La capacidad de conocimiento de uno mismo nos capacita para establecer contacto con los propios sentimientos, diferenciarlos entre ellos con objeto de orientar nuestra conducta. Esta capacidad de reconocer nuestros sentimientos es la piedra angular de la IE. Su verificación se obtiene mediante la introspección subjetiva que nos permite seguir con atención nuestros sentimientos. Las personas que poseen una mayor comprensión y una más clara certeza de sus emociones saben dirigir mejor sus propias vidas.
La conciencia de uno mismo es una habilidad que nos permite controlar nuestros sentimientos y adecuarlos a las circunstancias del momento. Hay que tener la habilidad para saber tranquilizarse y desembarazarse de la ansiedad, de la tristeza o la irritabilidad. Las personas que carecen de estas habilidades, se enfrentan constantemente con tensiones desagradables que desestabilizan y atormentan su estado interior. Quienes tienen esta habilidad se recuperan más rápido de los reveses de la vida.
El autocontrol emocional nos da la capacidad de demorar la gratificación momentánea y sofocar la agresiva impulsividad. Este dominio y gobierno propio nos hace más productivos y eficaces en las empresas que acometemos.
La motivación y emoción tienen la misma raíz latina, MOTERE, que significa MOVERSE’ . La motivación es una fuerza que nos impulsa, nos da energía para emprender las metas que nos propongamos. En todos los órdenes de la vida la motivación es la clave de cualquier logro y progreso. Pero en la vida laboral, hoy es la esencia del éxito. A tal punto que uno de los más grandes dirigentes empresarios de este siglo, Lee Iaccocca, expresó en una ocasión:
“nada hay mas importante en la gestión empresarial como el saber motivar a la gente, una motivación vale por diez amenazas, dos presiones y seis memorandos”.
Para mejorar la automotivación, es necesario pensar que se es capaz para encontrar distintas salidas a un problema, sentir que se posee la capacidad y energía necesaria para realizar una determinada tarea. Hay que estar seguros de las propias posibilidades y pensar que lo que se está haciendo supone un desarrollo personal y un afán de superación.
Otra habilidad importante señalada por la IE es la Empatía, una de las destrezas de don de gente, como lo son también la bondad, la habilidad para entender una situación social, por ejemplo. La empatía puede definirse como la posesión de sensibilidad psíquica para detectar las señales externas que nos indican lo que necesitan o quieren los demás. Esta habilidad emocional es esencial para las relaciones sociales y el mundo laboral. Es idónea para el liderazgo y la eficacia en los contactos interpersonales.
La empatía puede desarrollarse si se pone especial interés en comprender e interpretar los canales de comunicación no verbal que acompañan a toda comunicación. Fijarse en el tono de voz, en los gestos, en las expresiones corporales y faciales de los demás ayuda a intuir cómo se sienten realmente.
Hay quien es diestro para controlar sus propios sentimientos, pero en cambio es inepto para adivinar los trastornos emocionales ajenos. Las lagunas de nuestra habilidad emocional pueden superarse mediante el esfuerzo y el positivo interés por nuestros colaboradores.
Las habilidades sociales junto con la empatía, hace referencia a la capacidad de las personas para manejar las relaciones con los demás y conducirlos hacia la dirección que se desee ya sea buscando un acuerdo o un entusiasmo frente a un producto o servicio.
Todas las personas necesitan sentirse parte de un grupo, pero para muchas, el hecho de entrar en contacto con otros es un verdadero problema. Para tener éxito en el intento, lo primero es observar al grupo. Conocer sus aficiones, lo que les une, cómo se comportan cuando están juntos y procurar imitarlo, para no quedar fuera de lugar. Hablando con los demás y disfrutando con las mismas actividades se van creando lazos.
Al dirigir un grupo, deben combinarse de la mejor manera los cinco elementos de la Inteligencia Emocional. Sólo así el que comanda al grupo será un líder sobresaliente.
Por ejemplo, un concepto erróneo muy extendido es considerar a los conflictos siempre de manera negativa. Por el contrario, éstos pueden ser una experiencia positiva, generadora de nuevas ideas o soluciones y catalizadora de cambios. Porque el conflicto no es en sí mismo un problema, la cuestión es cómo se lo maneja. El buen manejo del conflicto es ahorro de tiempo; aumento de la oportunidad de hacer trabajo real. Muchos directivos pierden más tiempo evitando o suavizando las diferencias que si hablaran abiertamente de ellas.
No es casualidad que este sea el último componente de la Inteligencia Emocional, ya que los demás elementos combinados dan como resultado unas mayores Habilidades Sociales, ya sea, por ejemplo, que alguien posea una buena empatía o una excelente motivación, lo que genera que su “brillo” se transmita y se refleje en las personas con las que está tratando y relacionando.
En general, la inteligencia emocional es aquella que permite interactuar con los demás, trabajar en grupo, tolerar situaciones difíciles y de conflicto, fortalecer vínculos afectivos, establecer una empatía social, controlar los impulsos y mantener niveles adecuados de humor. La carencia de las aptitudes anteriores se denomina actualmente analfabetismo emocional.
Según Goleman, la inteligencia emocional en el trabajo se manifiesta en disposiciones que deben desarrollarse, tanto por los gerentes como por el personal especializado, entre ellas se encuentran: el compromiso organizacional, las iniciativas que estimulan el mejoramiento y la calidad en la ejecución de las distintas tareas, los incentivos para el desarrollo de la comunicación y la confianza entre los empleados, los distintos jefes y directivos de la empresa, la construcción de relaciones dentro y fuera de la compañía que ofrecen una ventaja competitiva, el incentivo de una constante colaboración, apoyo e intercambio de fuentes y recursos, la innovación, riesgo y enfrentamiento de cualquier situación como un equipo y la pasión por el aprendizaje y el mejoramiento continuo.
El estudio de las emociones pudiera parecer algo etéreo, sin embargo numerosas investigaciones sustentan el enorme significado que tienen las emociones para la vida de las personas.
Pero, ¿cómo podemos apropiarnos de las habilidades emocionales para bien personal y de la empresa?. En la teoría esto es fácil de entender, pero llevarlo a la práctica requiere del esfuerzo y compromiso de cada uno de los sujetos implicados.
En los Seminarios, según el origen etimológico de la palabra, las personas adquieren información básica -con algún ejercicio práctico- respecto al origen y al alcance de la Inteligencia Emocional, además de aprender las 5 Habilidades Prácticas. Mientras que, en los Talleres, se aprenden en profundidad cada una de las 5 Habilidades Prácticas, participando de las dinámicas de grupo y de los ejercicios que acompañan el desarrollo de cada una de las Habilidades.
Los talleres de Inteligencia Emocional serán efectivos cuando:
- Los objetivos estén claros y muy bien definidos hallándose dentro del área de la inteligencia emocional.
- Sean guiados por profesionales de la inteligencia emocional.
- Se logre un clima de confianza, apertura y sinceridad.
- Se siga una metodología vivencial, utilizando métodos tipo “in-door / out-door training” o juegos y experiencias que faciliten la conexión con la realidad individual y de la empresa.
- Propicien la introspección, la reflexión y la toma de conciencia.
- Conecten con las emociones y la motivación de cada participante.
En nuestro país, no se conoce ninguna experiencia sobre la ejecución de un taller de Inteligencia Emocional. Aunque el tema ha logrado buenos adeptos, entre los que me incluyo, no ha pasado del nivel teórico. Considero necesario y en función de esta tarea me dirijo, pasar al orden práctico de manera que logremos nuevos resultados en el infinito mundo de la inteligencia Emocional.
Conclusiones:
Hoy ya sabemos que las personas emocionalmente inteligentes son más eficaces en la vida. Sin embargo, eso no significa que quienes no lo sean no puedan alcanzar el éxito.
Evidentemente no. La inteligencia emocional puede mejorar a lo largo de la vida. Con el decursar de los años, el sujeto se desarrollará en la medida que sea, primero que todo, más consciente de sus estados de ánimos, tenga la capacidad de manejar emociones angustiosas, de comprender a sus semejantes y de guiar o aconsejar a los demás por el camino más beneficioso.
Las personas emocionalmente inteligentes son realistas respecto a las metas que se trazan y logran un equilibrio interno, apoyándose fundamentalmente en las fortalezas para minimizar las debilidades y amenazas. Son personas constructivas, es decir, son capaces de aprovechar lo que se les ofrece, superando todos los obstáculos que se le presentan. Es oportuno destacar que no se trata reprimir el sentimiento o la emoción que no nos gusta, esto puede conducir a desajustes de la personalidad, sino de adecuar la expresión emocional al contexto. El objetivo es dotar de inteligencia a la vida emocional.
Las emociones le otorgan al trabajo un valor agregado determinando en gran medida su éxito o fracaso. No se trata de una moda pasajera, pues se ha demostrado el reto que representa para el ejercicio del liderazgo y como muchas de las teorías gerenciales clásicas se centran en el modo en que cada uno se conduce y se relaciona con quienes lo rodean. Es importante luchar por el logro de una organización emocionalmente inteligente, de modo que en cada uno de sus empleados resulte en beneficios que mejoren su calidad de vida.
Es preciso utilizar todos los métodos necesarios que contacten directamente con el interior de las personas, pues de lo contrario , difícilmente se podrá influir en estas. Por eso, cualquier programa que pretenda incidir sobre las actitudes y conseguir energía para el cambio y la mejora, debe contar con talleres de inteligencia emocional.
En una empresa con estas características, los empleados tienen como responsabilidad aumentar su inteligencia emocional mediante el desarrollo de la autoconciencia, el control de las emociones y la automotivación; también responden por el uso que hacen de la inteligencia emocional en las relaciones con los demás, el desarrollo de técnicas de comunicación eficaces, el buen conocimiento interpersonal y la ayuda a los demás y ayudarse a sí mismo; además, todos se sirven de esta inteligencia para aplicar mejoras a la organización.
La inteligencia emocional en la organización empieza por nosotros mismos. Al usar nuestras emociones para reforzar el rendimiento y las relaciones laborales, estamos no sólo ante el reto de fomentar, sino de inspirar el desarrollo de la inteligencia emocional entre los empleados de la empresa; el mensaje es claro, las posibilidades de éxito para el individuo y la empresa son considerables y, además, el éxito está al alcance de nuestras manos.
Algunos aspectos a considerar en el entrenamiento de las emociones, derivados de la teoría sobre alfabetización emocional son la identificación de sentimientos propios y la de los demás, el control de impulsos, el reconocimiento de situaciones problemáticas y su verbalización, la empatía, la búsqueda de soluciones adecuadas a diferentes situaciones problemáticas, el mejoramiento de la actitud pro social y armoniosa en el trabajo en grupo y el mejoramiento de la cooperación, la ayuda y la actitud de compartir.
El proceso educativo orientado hacia el desarrollo o fortalecimiento de la inteligencia emocional del personal ratifica el énfasis actual en la concepción del proceso laboral también como el de aprendizaje constante, mediante el trabajo en equipo, la identificación y solución de problemas, así como el uso de los grupos de conocimiento en la organización, es decir, la gestión del aprendizaje (GA) en las organizaciones y comunidades.
Las características socio-económicas del siglo XXI (donde la tecnología constituye una base importante) obligan en forma insoslayable a la organización como un todo, a la administración y a los profesionales capaces; a desarrollar un proceso educativo que procure el desarrollo integral de los recursos humanos. El desarrollo intelectual deberá compartir su importancia, en el proceso educativo, con otros aspectos de la persona como son el cuidado de la salud física y mental, el desarrollo emocional, el desarrollo de la cultura organizacional y los valores. Todo esto se enfrenta con el fin de que la persona -y la organización como sistema formado por personas- pueda sobrevivir y crecer en un mundo cada vez más competitivo y en condiciones de recursos limitados.
Referencias bibliográficas:
- Calderón Rodríguez, Ariel: Aspectos psicológicos y neurobiológicos de la inteligencia emocional. Doctor en Medicina. 2003. Disponible en: http://www.inteligencia emocional\Aspectos psicológicos y neurobiológicos de la inteligencia emocional - Monografias_com.htm
- Educare. Capacitación: Inteligencia Emocional. México.
- Goleman D: Inteligencia Emocional. (1995) New York: Bantam Books
- Nuñez Paula, Israel A. Profesor de la facultad de comunicación de la Universidad de la Habana.
- Orozco E. Preguntas y respuestas sobre la inteligencia empresarial. Disponible en: http://www.nuevaempresa.cu/documentos/1preguntas.pdf.
Autora: Lic. En psicología. Edanys Sacerio Valcárcel
Universidad Central Marta Abreu de las Villas.
Facultad de Ciencias Empresariales. Centro de Estudios Turísticos. Cuba.
Fecha de realización: Mayo del 2005.
Publicado por maeglin en 22:19
miércoles 13 de octubre de 2010
……………………………….
Fuente: Psicología de las Organizaciones
Imagen: Emotional intelligence
LOS COMENTARIOS (1)
publicado el 29 julio a las 13:55
La imaginarización de lo que somos (O de los planteamientos sociobiológicos del profesor David Bueno)
José Miguel Pueyo, psicoanalista
De atrevimientos, aseveraciones y conjeturas. En el ámbito de la cultura, y quizá más curiosamente en el universitario, hay personas que ya sea por su posición social, institucional o idiosincrasia, no les resulta fácil comprender los perjuicios que pueden causar con sus ideas a quienes sin otro cuestionamiento que el ordinario los escuchan o leen. Si bien se conoce que el atentado de esas personas contra la inteligencia no es sin atrevimiento, quizá lo que no se sepa tan bien es que los psicoanalistas estamos acostumbrados a los atrevimientos, tanto más porque un día sí y otro también los provocamos. Intentaré explicar a qué me refiero. A las personas que nos piden ayuda para erradicar sus inhibiciones, angustias, obsesiones, tedio ante la vida, temores, etc., etc., les decimos que la condición primera para curarse de lo que se quejan es que nos «digan no importa qué». No se trata, evidentemente, de que por el hecho de hablar esas personas vayan a curarse. No, no se trata de eso. Hablar, por sí solo, no cura; y si el que habla mayoritariamente es el terapeuta, puede ser esa la mejor estrategia para sugestionar al afligido paciente, y con la sugestión introducir en el tratamiento toda clase de engaños e imposturas, si bien no siempre conscientemente. El psicoanálisis nace, como ustedes habrán leído o escuchado, cuando Freud abandona las técnicas terapéuticas al uso; y las abandona porque además de estar presididas por la sugestión, no funcionaban. En suma, al psicoanálisis se va a hablar; y por la demanda del psicoanalista al analizante, «diga usted no importa qué», el analizante atenta en las sesiones contra los principios que rigen el funcionamiento del habla ordinaria y en particular contra las tres leyes sociales fundamentales: el sentido, el sexo y el agrado. De ese atentado, de tal atrevimiento lo primero que es dable subrayar es su necesidad. Es necesario porque es una característica de la regla fundamental del tratamiento psicoanalítico, la asociación libre, regla que dicho sea de paso constituye la contrapartida del principio de la abstinencia, principio que implica evitar la impostura de los ideales por parte del psicoanalista. En resumen, la demanda del psicoanalista, «hable de no importa qué», o lo que es lo mismo «diga usted todo lo que le pase por la cabeza durante todo el tiempo que dure la sesión» introduce en el psicoanálisis un atrevimiento que es la condición primera de la cura psicoanalítica. Existen, ciertamente, otros atrevimientos; y uno de ellos es el que hoy sucintamente me propongo presentarles. A diferencia del atrevimiento que implica la asociación libre, el atrevimiento al que me referiré no es condición de nada que tenga que ver con apear de sí una afección psíquica, y menos aun de depurar un pensamiento imaginario o ideológico, que, como se sabe, son males muy lesivos para la inteligencia. El atrevimiento en cuestión es el de aquellos individuos que presentan conjeturas acerca del determinismo biológico del comportamiento humano. En fin, les hablaré del atrevimiento de quienes, si bien reconocen en lo que somos la incidencia del ambiente y de la educación, no han podido advertir la radical diferencia que separa al hombre de los otros animales. Por lo mismo, este tipo de atrevimiento no es exactamente el que caracteriza a los partidarios del biologicismo de rancia estirpe o de primera generación; no es, digo, el atrevimiento de los que aseveran que cuanto hacemos, imaginamos y deseamos está determinado por lo orgánico, dígase genes o neurotransmisores, aunque, ciertamente, el reduccionismo biologicista no deja de estar en la órbita de esas personas. En esta ocasión no me detendré en las causas y consecuencias sociopolíticas de este modo de entender la naturaleza humana; una visión que no permite inscribir, al menos de entrada, a todos los acólitos del determinismo biológico en el grupo de los que defienden políticas netamente conservadoras, o de la variante denominada Nueva Derecha, como fue la de los gobiernos de Margaret Thatcher, en Gran Bretaña, y el de Ronald Reagan, en Estados Unidos. Sin embargo, lo que se ha dado en llamar lectura crítica siempre me ha parecido más próxima a lo Real y, por lo mismo, más ética que la crítica convencional. Esta predilección obedece a que la lectura crítica permite mostrar los condicionantes sociales y políticos de un determinado discurso, o lo que viene a ser lo mismo, quiere dar luz a la siempre importante cuestión de ¿cómo la ciencia puede validar los posicionamientos políticos y viceversa? Un ejemplo del atrevimiento aludido, que presento aquí sólo por razones didácticas, se reconoce en el discurso, particularmente en los medios de comunicación de masas, del profesor del departamento de Biología y Genética del Desarrollo en la Facultad de Biología de la Universitat de Barcelona (UB), David Bueno i Torrens. Antes de presentar algunas de sus ideas, que para algunas personas ocuparían un lugar destacado en la mitología genética del comportamiento humano, concretaré los puntos básicos de ese discurso.
1º. En cuanto a los aspectos formales: Ejemplifica el de aquellos discursos que aseveran lo que a la vuelta de la esquina relativizan; es también un clara muestra de la generalización y el consecuente olvido del principio del «caso por caso»; así como de la desestimación del aporte de diferentes disciplinas al asunto tratado.
2º. Sobre las causas: La causa última no puede leerse en unos textos en los que faltan las asociaciones del autor. Sin embargo, no cuesta trabajo advertir en ellos un deseo al menos: que la biología tenga un lugar predominante sobre cualquier otro factor en la determinación del comportamiento humano. Mientras que la falta de referencias teóricas, más allá de las del autor, deja al lector a la espera de una discriminación que nunca llega.
No somos seres con instintos. Diríase, empero, que algunas personas quieren hacernos creer que no carecemos de esa característica que, en realidad, sólo pertenece a los otros animales. También por este motivo el atrevimiento al que aludo se opone el rigor exigible a los planteamientos que se quieren científicos. Tal vez no quepa sorprenderse de que ese déficit o desliz cultural venga de una periodista, pero ¿qué cabría decir si procede de un investigador del Centre de Recerca i Estudis en Conflictologia de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) como es el profesor Bueno? La periodista y el investigador dejan de lado las pulsiones y, por ende, el modelo pulsional. Omiten nada menos que uno de los factores esenciales en la conformación y en el devenir de cada uno de nosotros, y lo omiten a favor del instinto, que, como acabo de indicar, sólo es atribuible a los animales. (El error aparece en una entrevista de Marta Bausells, publicada en el diario catalán Ara, «La fidelidad es, en gran medida, una cuestión genética», 29/06/2011; de la que traduzco el título y en lo sucesivo algunos párrafos). Más allá de lo que este extravío muestra respecto a la excelencia universitaria, tal vez quepa recordar que Freud estaba en lo cierto una vez más cuando decía que se comienza cediendo en las palabras, y luego nos encontramos ante los mayores desaguisados. Es por igual razonable y conveniente señalar que el mencionado déficit cultural es infinitamente menor que presentar conjeturas como si de verdades incuestionables se tratara, las cuales, además de la desorientación intelectual y aun moral que habitualmente provocan, suelen enardecer el narcisismo de alumnos y aun de los lectores en general.
La fidelidad, el amor y el optimismo vistos por un biólogo. ¿Qué es la fidelidad? Según Bueno «… en una amplia medida, es una cuestión genética… Hay genes, implicados en conexiones neuronales, que tienen variantes asociadas claramente a personas que mantienen poca fidelidad de pareja. Y la misma variante la encontramos en todos los mamíferos que tienen la familia como base de su estructura social.» Esta suposición no despeja ninguna duda respecto a la fidelidad y menos incluso sobre el amor, a no ser que se confunda el sujeto humano con los demás seres que habitan el mundo, y en particular con los ratones. Creo importante hacer notar que este traspié epistemológico procede, en realidad, de algo repetido por quienes no han podido diferenciar el hombre de los demás animales. Imaginemos, siquiera por un momento, que nuestro mapa genético es un 99 por ciento igual al del ratón; pues bien, ese supuesto 1 por ciento lo cambia todo, radicalmente todo. Y, sin embargo, algunos investigadores del comportamiento humano subrayan de ordinario el 99 por ciento y dejan al margen el importantísimo 1 por ciento. Nada saben hacer con ese 1 por ciento; así es porque ese 1 por ciento se concreta en que los humanos somos seres hablantes. Ahora bien, decir que somos seres hablantes no es suficiente, no basta si se ignora que el lenguaje humano es radicalmente distinto al lenguaje de los animales y al de los códigos artificiales; y, en segundo lugar, cómo ignorar que transcendemos el instinto y la necesidad merced a la pulsión, la demanda, el deseo y el goce.
No sorprende pues que Bueno desaprovechara la oportunidad que le brindó Marta Bausells para establecer las diferencias, al menos alguna importante, entre el hombre y los otros animales. La cuestión ¿Poder razonar no nos hace diferentes de los animales? queda zanjada para este investigador en el hecho de que sólo una cosa nos separa de los animales: «…todas las otras especies evolucionan de forma ciega, por azar, y nosotros somos la primera especie que puede decidir hacia dónde quiere que vaya su futuro.» Leer a Bueno sobre el optimismo en «Apologia de l’optimisme». (Diari Avui. Dimarts, 12 d’abril de 2011) es leer a alguien que gusta tirar a lo fácil, como en ocasiones se dice, aunque no por eso acierta. Así es porque hace del optimismo, esto es, de una característica de los trastornos del ánimo (depresión, euforia, ansiedad), un ejemplo que validaría las bases biológicas del comportamiento humano y sus trastornos, pues subraya que dos neurotransmisores, la serotonina (menos serotonina más depresión) y la dopamina controlan los estados de ánimo. Quizá pido demasiado cuando pretendo que se relacione la razón con el pensamiento y el lenguaje; quizá me excedo al solicitar que se entienda que el ser humano no se agota en el Yo-consciente; tal vez abuso al querer que se advierta que no decidimos siempre desde el Yo; y sin duda algunos dirán que peco de ingenuo si espero que se comprenda que la estructura del lenguaje humano, esto es, que en el Otro que nos habita falta un significante, –S(2), según la notación lacaniana–. Y, asimismo, que esa falta en esa instancia que nos habita es la que nos hace seres deseantes, seres siempre dispuestos a crear, a inventar, a confeccionar teorías y discursos ¿para qué, con qué fin?, pues para calmar, entre otras cosas y aun fundamentalmente, la insatisfacción que se reconoce en nuestra inagotable hambre de nuevos objetos, y que la falta de uno, del objeto primigenio perdido en la más tierna infancia, provoca. Quién sabe si hubiese bastado con consultar algunos de los textos más populares de Freud para advertir lo que acabo de indicar. Mas todo hace pensar que existen personas empeñadas en hacernos repetir lo que se conoce desde hace bastantes años, y que se obstinan también en llevar la contraria a Aristóteles en aquello de que «Todos los hombres por naturaleza quieren saber.»
Franz Joseph Gall resucit Mayor consideración intelectual y clínica que Freud debe tener para el profesor Bueno otro austriaco de renombre universal, el doctor Franz Joseph Gall (1758-1828). Este anatomista y fisiólogo creó una disciplina, bautizada con el nombre de Frenología (del griego fren, mente, y logos, conocimiento) entre los años 1810 y 1819, en la que afirmaba poder adivinar el carácter, la personalidad y la predisposición de una persona gracias a las protuberancias de su cráneo. Gall llegó a decir sin el menor reparo que todas las facultades del ser humano estaban ubicadas en un lugar de la corteza cerebral (que estableció en 38 zonas: en la parte frontal del cerebro estaba la rudeza; en la parietal los sentidos, y en la temporal las cualidades intelectuales), y, además, que el experto era capaz de advertirlas por los abultamientos que presentaba el cráneo. Su imaginario pensamiento contribuyó, no obstante, a la investigación cerebral, y el mismo Gall es considerado como uno de los fundadores de los fundamentos biológicos de la psicología. Apenas cien años después, en La interpretación de los sueños, 1900, Freud daba al mundo algo totalmente distinto y de una importancia sin igual: las leyes del inconsciente y, por ende, las de la formación de los síntomas. Que traiga a colación a Gall obedece a que según Bueno, «Hay genes que tienen algunas variantes que condicionan que tengamos inquietudes espirituales…». Sólo le hubiera faltado decir, para ser un auténtico frenópata, en el sentido de consecuente con el delirio de Gall, que presionando la zona 17 del cerebro (que corresponde al sentimiento moral de la espiritualidad) la persona en cuestión se pone en actitud de rezo. ¿Cómo no reconocer en la historia de las ideas a personajes que han elaborado teorías, por un tiempo al menos respetables, no siendo otra cosa que saberes imaginarios conformados por déficits intelectuales y/o a modo de compensación o satisfacciones sustitutivas de traumas o deseos frustrados!
La libertad del hombre según la mitología genética. Quizá la concesión al profesor Bueno del último Premio Europeo de Divulgación Científica por su libro El enigma de la libertad. Una perspectiva biológica y evolutiva de la libertad humana. (Editorial Bromera. Valencia, Alzira: 2010), aconsejó a Marta Bausells a plantear una entrevista en la que no faltase ¿por qué la libertad era un enigma? Tal vez la solución dualista de Immanuel Kant (1724-1804) y la del empirista escocés David Hume (1711-1776), no sean las mejores en esta cuestión. Para al célebre filósofo alemán, como seres materiales que somos estamos totalmente determinados, y en tanto sujetos morales y sociales somos libres y, por lo mismo, responsables de nuestros actos; mientras que Hume mantenía que sólo somos libres cuando actuamos de acuerdo con nuestros deseos. Pero no es mejor recurrir, no se sabe del todo con que intención, al determinismo biológico y a la generalización, esto es, a dos de los ejes que estructuran algunos discursos que se pretenden científicos. Bueno generaliza cuando afirma que «todas las personas desean sentirse libres»; y atenta al menos contra la epistemología cuando dice que «la libertad ha dejado de ser un enigma gracias a los descubrimientos de la genética y de la neurociencia…, descubrimientos que llevan a pensar que quizá no somos tan libres como nos pensábamos.» El enigma de la libertad rescata de la memoria el libro de igual título de la escritora gallega Concepción Arenal (1820-1893), quien en su fuero interno alentaba el lema por ella misma acuñado «Odia el delito y compadece al delincuente», que sintetiza su visión de los delincuentes en tanto productos de una sociedad neurótica y represora. Ni que decir tiene que contrariamente a la concepción del sujeto humano de esta periodista y activista social española, además de ideóloga de la derecha liberal católica, Bueno se decanta por la determinación genética del comportamiento humano: «Hay genes –asevera– que tienen algunas variantes que condicionan… que seamos más o menos agresivos, altruistas o fieles. Incluso marcan… nuestra tendencia sexual… o las tendencias políticas –si eres más liberal o más conservador, no a quién votas–.» En el asunto de la libertad, Bueno no contempla, al menos explícitamente, otras ideas que no sean las de su circunscripción. Omite, por ejemplo, las sociopsicoanalíticas que el filósofo y psicoanalista Eric Fromm (1900-1980) presentó en su trabajo El miedo a la libertad, 1941; y nada dice de la Función-del-Padre en el complejo de Edipo, esto es, de la todavía piedra angular en la determinación inconsciente de algunos de los aspectos mencionados (la tendencia sexual, el carácter, que seamos más o menos agresivos, altruistas, fieles, las tendencias políticas y religiosas, etc., etc.). Quizá al profesor Bueno le hubiese bastado con leer «Algunos tipos de carácter descubiertos en la labor analítica», 1916, para constatar el rigor que es exigible en un investigador. El autor de ese trabajo es Freud, a quien en ese momento su singular escucha le permitió distinguir tres tipos especiales de carácter: los de excepción (que son las personas que se vanaglorian o culpabilizan a otros de sus déficits); los que fracasan al triunfar (en este caso los que la suerte los arruina); y los que delinquen por sentimiento de culpa (o sea, aquellos que con la pena esperan purgar un delito habitualmente imaginario). Quiero pensar que la argumentación del psicoanalista vienés hubiese movido al rigor epistemológico que todo discurso sobre las bases biológicas del comportamiento merece. Además, desde Freud sabemos que el sujeto humano, del mismo modo que no es cartesiano, en el sentido de que no se agota en el Yo consciente, tampoco es libre, evidencia que recoge la fórmula el «Yo no es amo en su propia casa». Repetida hasta la saciedad, esta sentencia freudiana es la que parece desconocer nuestro investigador, por lo que le habría pasado por alto que en lo que hacemos, pensamos y deseamos está implicado directamente el Otro que nos habita, esto es, el inconsciente que se configuró en nuestra primera infancia merced a una relación de deseos en los tiempos lógicos del complejo de Edipo, complejo de deseos en cuyo centro y como pivote de nuestro modo de ser en el mundo y de la elección de objeto sexual, en suma, de lo que somos, se encuentra la Función-del-Padre.
De los que creen que somos 50% biología y 50% educación. (O de la primera visión sociobiológica del hombre). Hasta aquí las afirmaciones de Bueno sugieren que no otorga relevancia alguna a la educación y a los condicionamientos socioculturales en la determinación de la libertad, la tendencia sexual, la agresividad, las inquietudes espirituales, las tendencias políticas, etc., etc., en suma, en la conformación de lo que somos. Sin embargo, no es así. A la pregunta de Marta Bausells ¿De todo lo que hacemos, qué parte determina el instinto y cuál la razón? responde «Cuesta de cuantificar, pero más del 50% de nuestro comportamiento viene determinado biológicamente». Bueno, hasta este momento al menos, sigue de cerca a uno de los fundadores de la genética, el botánico y fisiólogo vegetal danés Wilhelm Johannsen (1857-1927), quien acuñó el término «gen» y que demostró que no todo está en los genes, y de manera más concreta la interrelación interior (biología) y exterior (ambiente en sentido amplio).
El hombre según la sociobiología moderna. (O más allá del 50% biología y 50% educación en lo que somos). En «Apologia de l'optimisme», encontramos al profesor Bueno del lado de una de las variantes de la sociobiología. «Dicho así, –explica– podría pensarse que todo está condicionado únicamente por los genes. Pero nada más lejos de la realidad, porque la biología de nuestro cerebro es muy plástica y permite incorporar en su funcionamiento los condicionantes ambientales y sociales, los cuales pueden potenciar, y también limitar, todas estas características de nuestra personalidad». La libertad sirve aquí de ejemplo. ¿Somos libres? Como otros biólogos, él también considera que «… a pesar del gran acondicionamiento de los genes, sí que tenemos un cierto intervalo de libertad… y que una razón clave de la libertad es que somos una especie creativa». Y a modo de aclaración comenta asimismo a Marta Bausells, «Hemos basado nuestra supervivencia en la creatividad, inventamos cosas constantemente. Y somos la única especie que lo hace. Para crear hay que tener ideas nuevas, que deben basarse en una libertad de pensamiento –pequeña, porque de ideas creativas tenemos muy pocas a lo largo de la vida–. De hecho, la evolución lo ha favorecido: cuando creamos cosas, igual que cuando comemos o nos reproducimos, sentimos placer, porque es útil para la especie y le permite adaptarse a ambientes diferentes. Son estrategias de supervivencia.» Cabría preguntar, se me ocurre en este momento, ¿pero si son estrategias de supervivencia por qué la gente se suicida, o por qué se les ocurre ir por la autopista en dirección contraria, ya no menciono la Reacción terapéutica negativa, u otros aspectos que a menudo observamos en la clínica? Cómo no preguntarse algo tan básico, dejar de lado, entre otras cosas, el hecho demostrado de que el sujeto humano siempre tiene razones inconscientes para no querer su bien. Por otra parte, deducir del acto creativo que tenemos un intervalo de libertad, es dejar en la cuneta las características de la pulsión; pero hacerlo de otro modo es imposible para quien no la diferencia del instinto. Además, el objeto creado puede producir placer, sin duda momentáneamente, mas no hace feliz al artista. Cómo olvidar en esta ocasión que el artista es un sujeto humano, lo que quiere decir que está sujeto-al-Otro, a la demanda que le viene del Otro del lenguaje que lo habita. Por ser sujetos-al-inconsciente, estamos sujetos, en consecuencia, a una instancia que está estructurada como un lenguaje; pero lo que hay que destacar es que nuestro lenguaje es radicalmente distinto al de los animales y al de los códigos artificiales. La diferencia radica, como muchos de ustedes saben, en la falta que caracteriza al lenguaje humano (-1 significante), falta que hace del Otro del lenguaje (Otro = inconsciente = lenguaje humano, distinto, por lo mismo, de lo que cierta lingüística nos dice que es el lenguaje humano) un lugar inconsistente por esa incompletud (-1 significante = 2, en el álgebra lacaniana). Ninguno de nosotros, por esa razón, podrá llenar y, por consiguiente, satisfacer la demanda del Otro que nos habita, y, por consiguiente, tampoco el artista lo conseguirá con el objeto artístico. He aquí la causa básica de la perpetua insatisfacción del deseo y el acto creativo como respuesta a ese agujero del Otro, respuesta a lo Real traumático del lenguaje humano. (Demanda del Otro → Pulsión ≠ objeto. Es decir, la pulsión se inicia en la demanda del Otro interior, de ahí que se hable de sujeto acéfalo de la pulsión; y a diferencia del instinto, la pulsión, por tener que pasar por el Otro del lenguaje, que como acabo de indicar es incompleto, no sólo no tiene objeto necesario sino que además no puede alcanzar el objeto, hecho que explica el perpetuo retorno de la pulsión: !4D). Sorprende que alguien pretenda, tanto más en tiempos hipermodernos, que el placer que sentimos al reproducimos obedece a que ese acto, el acto sexual, es útil para la especie; y deducir, quizá, esa suerte de utilitarismo que somos seres altruistas.
Sociobiologismo y postdarwinismo. El modo de entender la conformación de nuestra especie por el profesor Bueno no es ajeno al pensamiento de algunos sociobiólogos. Se advierte, entre otros, en el británico Richard Darkins, conocido por el gran público por su ateísmo militante, o el entomólogo y biólogo estadounidense Edward Osborne Wilson. Todo hace pensar que se encuentra entre los que creen que el ambiente, a lo largo de las generaciones (filogénesis), ha modificado el genoma para una mejor adaptación de los individuos al medio. Esta tesis viene de algún modo a validar la Teoría de la Evolución de Charles Darwin, y puede inscribirse en la postdarwiniana transformación consciente e intencionada del medio. Pero de lo que no cabe duda es de que Bueno se encuentra entre los que creen que en lo que somos, el entorno y de la educación «Influyen mucho. Durante la infancia y la juventud es cuando se acaba de confeccionar el cerebro. Muchas conexiones neuronales vienen predeterminadas, pero las funciones más elaboradas se van haciendo en los primeros años de vida. Hasta los 7 es brutal como se interconectan las neuronas, y hasta los 23 siguen haciéndolo a buen ritmo. Y esto se hace en función del uso que hacemos del cerebro. Si utilizamos mucho un área, se producen más conexiones.» La primera consideración es por demás conocida. Pero a efectos que van más allá de la divulgación científica, alguien tendría que haber apuntado que el llamado rey de la creación es uno de los seres más necesitados de sus congéneres, Así es, en primer lugar, porque si al cachorro humano no le hablan no llegará a ser un ser parlante, como se conoce por la dramática experiencia protagonizada por el rey Federico II de Hohenstaufen (1194-1250); que es asimismo un ser indefenso, pues morirá de no estar protegido del exterior y/o si le falta alimento; y que nace inacabado o inmaduro, ya que su sistema neurológico precisa ser mielinizado y conexiones de ese orden para el óptimo desarrollo.
Cuando los genes, la educación y la predisposición conforman lo que somos. ¿Qué papel tienen los padres en el desarrollo de sus hijos? Responder como hace este biólogo desde los limitados principios de la psicología cognitivo conductual no es adecuado si se quiere decir algo coherente sobre el sujeto humano. Afirma que lo que somos, al lado de los genes, está programado por la educación recibida en nuestra infancia. Y con igual naturalidad asegura, echando mano en esta ocasión del mito de la predisposición, que «Hay personas que son de naturaleza biológica más libres, al igual que los hay que son más altas que otras, pero la libertad también lo tenemos que aprender, y la educación puede hacer mucho para hacer personas más libres o menos. El intervalo de libertad con que nace cada uno lo podemos hacer más amplio y, lo que es más importante, reducirlo». Genes, medio ambiente y educación. Ahí está lo fundamental en la determinación de lo que somos para profesores como Bueno y para algunos sociobiólogos de última generación. ¿Y el psicoanálisis, que dice el psicoanálisis? Del mismo modo que no reniega de los genes, del medio ambiente y de la educación, descubre, como he indicado, aspectos en el sujeto y en sus relaciones con los otros que son fundamentales y esenciales para la configuración de la subjetividad y para resolver los problemas que en ella puedan acontecer.
Consejos de un biólogo para la crianza de los niños, sobre la violencia de género, y porqué elegimos a los amigos. El profesor Bueno se encuentra también entre los que no se arredran a la hora de impartir consejos para el mejor desarrollo de los niños. De hacerle caso «No debemos restringirles la libertad: cuando tienen una idea y se la despreciamos, condicionamos que no tengan nuevas. Les mutilamos la creatividad, que va asociada a la libertad de pensar.» No cuesta trabajo subscribir esas palabras. Pero quien lo haga asumirá el sentido común, nada más. Notable es la limitación respecto a lo que desde hace años se conoce de este asunto; y lo que se sabe es que la educación, siendo absolutamente necesaria, no es suficiente. La condición del éxito de la educación y de la normalidad psíquica es la Función-del-Padre, función que se caracteriza por una necesaria prohibición, por el No al goce-todo, esto es, el No al deseo de hacerse Uno-con-el-otro, que es la última aspiración de la criatura humana. Por esta razón, el lema ‘La educación nos hace libres’ sólo puede admitirse en el marco de una divulgación que en modo alguno podría calificarse de científica. Yerra pues quien imagina que el liberalismo pedagógico es una virtud, o si se quiere que las ideas de un niño son en sí mismas saludables, y que hacerles ver que no lo son es un error pedagógico. Pensarlo así es desconocer que la privación, la frustración y la castración son del orden de lo necesario para el óptimo desarrollo de la criatura humana. En resumen, padre es aquel que ejerce la interdicción que lo convoca desde los orígenes de la cultura, aquel que deja de ser mero genitor por haber hecho imposible para su progenie lo Real del goce, siendo ésta la condición de la normalidad que como seres humanos podemos esperar.
Quien no lo quiera admitir así, puede dejar al niño anclado en sus imaginarias ideas, mutilado también por sus pretensiones edípicas, incluso puede favorecerlas si lo desea; esa será su responsabilidad, no la de lo genes y de los neurotransmisores, en la crianza de los que tan humanitariamente pretende favorecer. Quizá todo el problema y aun lo que explicaría las divagaciones en el campo que se pretende saber, sean en mayor grado de naturaleza cultural. Y de ser así algo tendría que ver el no haber leído, o quizá poco y mal, a Freud, e ignorar qué cosa es el psicoanálisis. Para los que piensen que exageramos o que tenemos una perversa tendencia a endiosar al primer psicoanalista, tanto más porque nuestra práctica clínica es el psicoanálisis, me permitiré recomendar sólo uno de sus trabajos, fechado hace ya más de cien años, por lo mismo de la primera época del investigador que estableció algo más que los lineamientos fundamentales de la ciencia de la subjetividad, trabajo en el que el genio vienés resuelve muchas de las cuestiones que el profesor Bueno se plantea, y que tiene el significativo título de Proyecto de una psicología para neurólogos, 1895 [1950].
En «Històries de sexe i violència» (Diari Ara. 01/03/2011), Bueno defiende el origen genético, neuroquímico y neurológico de los comportamientos violentos. El resultado es el que cabe esperar de un programa de carácter etológico, en este caso de un estudio del comportamiento de los ratones que vendría a explicar el de los seres humanos. Tanto más es de este modo porque el estudio se pretende validar en el hecho de que nuestro hipotálamo tiene circuitos neuronales extremadamente similares al de esos roedores. Es en razón de esa pobre ecuación que Bueno enuncia una serie de suposiciones, consejos e ideales que no superan lo que son, esto es, suposiciones, consejos e ideales, aunque no olvida presentados con el sugestivo envoltorio de lo que podría ser: «Es muy posible que determinadas alteraciones neurológicas y/o genéticas puedan explicar, en algunos casos, determinados comportamientos humanos como la violencia de género, y también la gran dificultad de reinserción de estas personas y de los violadores.» A esta socorrida y antigua hipótesis, nunca demostrada a no ser que se refiera a personas con un déficit genético o una malformación neurológica que dan lugar a actos violentos, Bueno añade una suerte de recomendación a la judicatura: «…el conocimiento de estos circuitos neuronales y de las alteraciones implicadas en estos comportamientos tan terribles puede hacer que nos replanteemos conceptos claves del sistema judicial como el de responsabilidad». Y a modo de conclusión presenta las consecuencias del tratamiento ideal en la reinserción: «Lo más importante es que esos descubrimientos facilitaran la reinserción de estas personas, cosa que evitará padecimientos a hipotéticas futuras víctimas.» Ignoro si este investigador piensa, a fines terapéuticos, en el bloqueo afectivo e intelectual que produce el electrochoque; en la apatía que provocan los neurolépticos de nueva generación; en el programa de los implantes en el cerebro al modo que preconiza el científico británico Kevin Warwick; o quizá en el control físico de la mente con el Estimociver, un inventó de los años 60 para la implantación de electrodos del médico, natural de la ciudad malagueña de Ronda, José Manuel Rodríguez Delgado, con el que estimulaba por control remoto varias zonas cerebrales, demostrando que podía influir en el comportamiento autónomo, somático y motor, así como modificar la ansiedad y la agresividad. No lo sé. Lo que no desconozco es que en los congresos de psiquiatría biológica se renuevan las hipótesis genéticas totalmente gratuitas que, al lado de las nomenclaturas del DSM (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders), excluyen la clínica de sujeto hablante y, por ende, el complejo de Edipo, la Función-del-Padre, la identificación, la demanda, el deseo y el goce, por ejemplo, en la conformación de lo que somos; y que en esas cumbres proliferan individuos que apelando a la sugestionabilidad y al imperecedero hambre de nuevos objetos del sujeto humano, presentan como novedad lo que no sino banales y aun aprovechadas ideas, como la de que los trastornos psíquicos están absolutamente determinados por el código genético y los neurotransmisores. A tan ilusoria línea de pensamiento pertenecen los acólitos del científico estadounidense Dean Hamer, una de las autoridades en el campo del reduccionismo biológico, quien ve en la homosexualidad, por citar una al menos de sus ideas, un fenómeno determinado por los genes. Sin duda la reduccionista visión biológica de las afecciones psíquicas ayuda decididamente a que el 36 por ciento de los medicamentos recetados en los centros de atención primaria sean antidepresivos, según el conseller de Salut de la Generalitat de Catalunya, Boi Ruiz. Nadie puede negar la incidencia de los genes, de los neutransmisores y de la educación en lo que somos. Pero ahí no se acaba el mundo. Ideas de ese calibre constituyen un desprecio a la verdad clínica que descubre el psicoanálisis, así como a las opiniones de muchos investigadores de las bases neurofisiológicas del comportamiento humano, y a cuantos exploran con rigor y libres del peso de las ideologías los ámbitos comunes del psicoanálisis y las neurociencias. Me refiero, entre otros, a profesores como Richard Lewontin, Steven Rose o León Kamin; o los miembros del Grupo de Biología Dialéctica; neurólogos como Antonio Damásio, Eric Richard Kandel, Cristina Alberini, Heather Berlin, Vittorio Gallese, Robert Michels, Donald Pfaff, Joseph Leroux; o la misma Sociedad Internacional de Neuropsicoanálisis, fundada en julio del 2000, de la que son miembros destacados el neuropsicólogo Mark Solms y Jaak Panksepp. El profesor Bueno no deja fuera de sus intereses a la amistad y el apareamiento. De la homofilia, o atracción entre las personas, y de la heterofilia, en el sentido de atracción por lo diferente, afirma que «… pueden estar también causadas por el genoma de la personas implicadas? Es decir, es posible que establezcamos más fácilmente amistad con aquellas personas que en algún aspecto determinado son genéticamente más parecidas a nosotros, o bien diferentes?» Los ratones no validan en esta ocasión esa hipótesis; otros animales según se nos dice lo hacen, los de pluma, «… algunas aves se agrupan en bandadas no familiares atendiendo a sus semblanzas genéticas, –informa Bueno–. Y en nuestra especie se ha demostrado que, inconscientemente, tenemos la tendencia a aparejarnos con las personas que tienen determinados elementos del sistema inmunitario diferentes al nuestro –el llamado sistema HLA–, lo cual propicia que los descendientes que pueden surgir de estas uniones tengan un sistema inmunitario robusto». Además, prosigue: «… tenemos tendencia a establecer amistad con personas que tienen las mismas variantes genéticas del gen DRD2 –homofilia por DRD2– y, en cambio, con personas que presentan variantes genéticas del gen CYP2A6 diferentes a las propias –heterofilia respecto a este gen–. Es decir, que de los seis genes analizados, dos están implicados en la elección de las amistades.» Alguien podría imaginar, más incluso de seguir el razonamiento del profesor Bueno, que hay un saber en la genética configurado para el bien de la especie. Es decir, un saber destinado a que las especies sean más robustas y no sufran enfermedades, como la homofilia, en cuya causa se encuentra el amor y/o el deseo. Quizá alguna vez se entienda que el Otro que nos habita es un saber, el del pensamiento inconsciente, al que el mismo Bueno se refiere. Por ese motivo, también, ¿alguien podría pensar que el saber de la genética no es sin el Otro saber que nos habita y cuyas leyes fueron descubiertas por Freud en el recodo de los siglos? El mainstream o corriente ideológica, en el sentido de principal, de la cultura, no suele ser sin víctimas, tanto más si se trata de la visión biologicista de sujeto humano. Todo hace pensar en que habría que apostar por la regeneración de las ideas, pues tal vez así retroceda el hastío cultural y se pongan en marcha los mecanismos para el necesario impulso a la ética y a la epistemológica.
Girona - París, julio de 2011