Revista Diario

"Intervenciones, el mismo perro" por Gomez Ferrals

Por Julianotal @mundopario
Por Marta Gómez Ferrals (Prensa Latina)*

Algunas potencias se arrogan hoy el derecho de realizar intervenciones militares en otras naciones en nombre de una supuesta defensa de los derechos humanos.
No hay tal altruismo, ni tampoco novedad alguna, afirman expertos y ciudadanos conscientes del mundo. Se trata de una nueva modalidad del histórico afán de conquista y colonización de los poderosos.
Guerras de dominación e intervenciones militares signan la evolución de las civilizaciones y culturas desde tiempos remotos, según consta en documentos y crónicas.
Más próximos a nuestra hora, durante el siglo XIX varias potencias coloniales e imperiales europeas mataron el tiempo, entre otras cosas, realizando aventuras interventoras fuera de sus mares.
Francia ocupó Siria en 1860 "para salvar la vida de unos seis mil cristianos maronitas", porque según París estaban siendo masacrados por los drusos.
La entonces llamada Gran Bretaña, Austria, Rusia y Prusia realizaron ocupaciones similares en Grecia, Bosnia, Macedonia y Bulgaria, respectivamente, también en el XIX.
Estados Unidos llegó en Cuba, Puerto Rico y Filipinas a fines del citado siglo con las banderas de la guerra e intervención, en la primera en 1898.
Nunca quiso irse definitivamente, consecuente con la doctrina de sus próceres, e instauró la modalidad neocolonial, de triste desempeño.
Ya en el siglo XX, incursionó a sangre y fuego en Honduras, Nicaragua, Panamá, Haití y República Dominicana, bajo diferentes pretextos, que no lograron ocultar sus intenciones injerencistas y de subordinación.
Tales intervenciones en Centroamérica y el Caribe empezaron a ocurrir desde principios de esa centuria.
Volvieron con fuerza a la zona a partir de los 60, mediante la invasión mercenaria a Bahía de Cochinos, Cuba (1961), con el fin de derrocar a la Revolución triunfante el 1 de enero de 1959.
Así, los marines hollaron además República Dominicana (1965), invadieron Panamá y declararon una guerra ilegal a Nicaragua en la década de los 80, cuando también ocuparon la isla caribeña de Granada.
El intervencionismo de Estados Unidos en América Latina ha ido más allá de las ocupaciones militares y ha calado hondo en esferas muy amplias de distintas sociedades.
De acuerdo con el estudioso estadounidense Noam Chomsky, Estados Unidos encarna como nadie el ejemplo de nación que irrumpe en el mundo con violencia, rechazando las leyes internacionales y actuando unilateralmente.
Según él, los gobernantes de esta nación han respaldado siempre la comisión de atrocidades y crímenes en cualquier lugar del mundo, cada vez que convenga a sus intereses.
Interviene "en defensa de la democracia y los derechos humanos", cuando los dictadores o gobernantes no son de su confianza o la han perdido.
Nada ha cambiado, afirma el famoso académico.
El espíritu de la guerra es el mismo espíritu del intervencionismo, parecen reiterarnos también los sucesos desde el pasado.
"Intervenciones humanitarias"
Es evidente que las potencias de Occidente están intentando dar nuevos afeites y hasta algunos cambios técnicos a su habitual modus operandi imperial y colonizador.
Especialistas señalan la década de los noventas del pasado siglo como una etapa en que cobró auge el intervencionismo militar en el mundo, luego de la caída del muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética.
La diplomacia de las cañoneras empezó a invocar con mayor frecuencia la defensa de los derechos humanos y la democracia en una época en la cual sus mentores habían declarado el repliegue de las ideologías e incluso el fin de la historia.
Empezó a oírse el asunto de las intervenciones humanitarias, eso sí, siempre llevadas a cabo por las tradicionales grandes potencias capitalistas en países pobres, "inseguros e ingobernables".
Como de costumbre, utilizaron prolijamente sus poderosos medios de comunicación y potenciaron la órbita de acciones diplomáticas, encaminadas a socavar las leyes internacionales.
También aguzaron las presiones y el manejo de organismos de la ONU, en especial su Consejo de Seguridad, donde han llevado voz cantante.
Hay que reconocer que el término de "intervenciones humanitarias" fue duramente criticado por la comunidad internacional y sufrió un grave descrédito a partir de la injerencia violenta de la OTAN en países africanos como Liberia, Ruanda y Somalia, en los 90.
También, la brutal agresión de la OTAN a Kosovo, en 1999, aumentó la condena mundial contra esta práctica, que lejos de resolver problemas, los agudizaba, como se vio en ese escenario.
De modo que los habituales conquistadores del mundo debían ponerse a tono con las nuevas circunstancias y actualizarse.
Con tales ajetreos al menos consiguieron que en el 2005 se aprobara el informe "Necesidad de proteger", elaborado por una comisión liderada por Canadá para tratar el tema.
Con ello la ONU aplicó reformas jurídicas, que muchos consideran violatorias de artículos esenciales de la Carta fundacional aprobada en San Francisco.
Se acordó, suscintamente, que cada Estado tenía la obligación de proteger a su ciudadanía de la violencia e irrespeto de los derechos humanos, y si no podía o no quería hacerlo, la llamada comunidad internacional tenía el derecho de actuar.
Quedaba muy claro, según analistas, que la actuación de la comunidad internacional debía responder a circunstancias extraordinarias y contar con la autorización del Consejo de Seguridad, luego del agotamiento de otras vías.
Estos cambios, aunque aparentaban seguir dando la razón a la contención, la mesura y la legalidad, ampliaron la brecha del intervencionismo militar, ahora sin el molesto apellido de humanitario.
Sin embargo, no ha dejado de oírse en sordina, sobre las motivaciones generosas y humanistas de los bombarderos y sus aliados.
Según la lógica de esta propaganda, ellos ya no son los mismos -eso es historia pasada- y ya no les interesa para nada controlar el petróleo y otros recursos naturales de otras naciones.
Una característica del nuevo matiz del intervencionismo al estilo de Estados Unidos y la OTAN, es que cada vez actúan en mayor concierto, con la cooperación de varias naciones a la vez, aunque las agresiones siguen respondiendo a un mando único.
El caso de la agresión que ahora mismo está sufriendo el pueblo libio es un ejemplo. Bombardeos, asesinatos, conspiraciones, ataques selectivos y a civiles, se cometen a la vista de todos, mientras se nos dice que se cumple con un mandato de la ONU.
Cada vez se alzan más voces que condenan las extralimitaciones y desafueros cometidos contra el pueblo Libio, no contemplados en las acciones previstas en la Resolución 1973 sobre la zona de exclusión aérea.
Un estudio divulgado en 2005 señala que durante la Guerra Fría (1946-1989) de los 68 conflictos civiles registrados en el mundo, 41 fueron objeto de intervenciones, 35 de ellos de forma unilateral y 9 multilateral.
A partir de esa época, de los 37 casos reportados hasta 2005, se realizaron 26 intervenciones, con mayoría de las efectuadas mediante concilio internacional.
La moral de los que hoy invocan razones humanitarias para llevar a cabo sus agresiones es frágil y descalificada por su horrible historial, opina Chomsky.
En recientes declaraciones, el autorizado estudioso ha lanzado una inquietante pregunta:
Si están tan preocupados por los derechos humanos ¿por qué no han creado una zona de exclusión aérea en Gaza para proteger a la población palestina tantas veces masacrada por Israel?
* Redacción Global de Prensa Latina.

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