Revista Cultura y Ocio

Intruso

Por Humbertodib
Intruso

Ni bien sonaron los dos primeros acordes de la canción, me di cuenta de que me había olvidado la letra, por completo. Y faltaban cuatro compases para que tuviera que comenzar a cantar cuando noté que no sólo me había olvidado la letra, sino que no sabía en qué banda estaba tocando o dónde era el concierto, ni siquiera tenía claro quién diablos era yo, sin embargo estaba allí, subido a un escenario gigantesco, vestido de rojo y negro, parado delante de un micrófono -leí Shure SM58- y con la mente en blanco. Estaba jugado, así que apenas escuché que la batería marcaba la entrada a la estrofa, solté la voz libremente. Salió límpida, profunda, potente, de tenore leggero -supuse-, pero sobre ella iba lo primero que pasaba por mi cabeza: palabras o frases en inglés, porque me pareció que ése era el idioma apropiado. Intentaba que la melodía se adecuara lo mejor posible a los matices armónicos, lo cual era bastante difícil, ya que no conocía el tema. Jamás me había dado por vencido frente a una contingencia, no iba a ser esta noche la primera vez:

I know something about opening windows and doors.I know how to move quietly to creep across creaky wooden floors.
No quería ni pensar en mis compañeros de grupo, temí lo peor, el escarnio, que me bajasen a las patadas, no sé, sentía que las miradas de todos me seguían como láseres y que estaban atravesándome, así que di media vuelta para quedar de espaldas a la platea, pero me encontré con el bajista que justo venía hacia mí, era calvo, tenía una expresión de fascinación y alegría, asentía, eso me animó, seguí adelante:
Slipping the clippers through the telephone wires.The sense of isolation inspires.Inspires me.
Las personas del público se me antojaron extranjeras, muy extranjeras quiero decir, pongamos por caso que fueran japoneses o vietnamitas, lo cierto es que se veían como una masa compacta de infinitos ojos rasgados y bocas ansiosas que querían absorberme, devorarme. No hablaban, pero juro que pedían más, mucho más, todo, y yo se lo iba a dar:
Intruder comes and leave his mark.
Leave his mark.
Cuando terminó la canción, el estadio -literalmente- estalló en gritos y aplausos, entendí que se trataba del final del concierto, así que saludé agitando las manos por encima de mi cabeza y salí por el costado izquierdo del escenario. Estaba oscuro. Bajé una escalera corta y empinada, al pie me esperaban varios periodistas que se acercaron a mí con aire solemne, uno de ellos me preguntó si con Intruder sentía que por fin había llegado a la cumbre de mi carrera como músico. Ofendido, le dije que no, que jamás se me ocurriría pensar en semejante estupidez, que para protegerme de mis propios juicios jactanciosos siempre cantaba cada canción como si fuera la primera vez que lo hacía, entonces -apurado y pidiendo disculpas- me alejé hacia el camerino, sin tener la menor idea de dónde quedaba.
Basado en la canción Intruder de Peter Gabriel, músico que en mi adolescencia me marcó el camino del arte.

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