Revista Cine

Invisible, España 2012

Publicado el 27 abril 2013 por Cineinvisible @cineinvisib

Atención lo que sigue está plagado de spoilers, detalles importantes descubiertos, secretos desvelados sin ningún tipo de remordimiento y hasta el final, descrito con todo detalle. Eso sí, pertenecen a la versión de la película de Víctor Iriarte y del que escribe, por tanto puede que no coincida en absoluto con tu película en la versión de Víctor Iriarte.

Del lugar del espectador en las películas del siglo XXI  

El ser humano tiende a la vagancia por naturaleza. El león, al utilizar sólo tres horas para buscar su alimento, es el animal más envidiado por el hombre, dado que él, como mínimo, tiene que emplear 8 al día. Al ojo humano (todos no podemos tener el ojo-cámara ruso de principios del siglo pasado) le ocurre lo que al león, se ha vuelto cada vez más vago a fuerza de saturación y proliferación de imágenes que invaden, aturden y molestan su visión. El cine, invento mágico, prometía el paraíso porque alguien se encargaba por nosotros de elegir y encuadrar las imágenes, a salvo de otras interferencias visuales. Pero también el cine cayó en la verborrea fílmica y cada vez costaba más cautivar y sorprender al espectador.

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Víctor Iriarte propone al público un papel más creativo, si bien guiado por el cineasta con mano firme, que el típico rol receptivo habitual. En Invisible sólo se muestra la grabación de la música de Mursego y su único integrante, Maite Arroitajauregi, que acompaña como banda sonora al resto del dispositivo, consistente en fotogramas negros (excepto unos cuantos rojos, uno azul –maravilloso- y blancos), voces en off, frases de un diálogo entre la pareja protagonista de la película que, a retazos, va reviviendo los momentos más intensos de una antigua relación amorosa. A partir de esta estructura minimalista y sobre la cuadrícula argumental del director, el espectador se crea sus propias imágenes durante un poco más de una hora.
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Algunos encontrarán la propuesta absurda o aburrida. A mí personalmente me ha encantado. Mi versión de Invisible es una mezcla de El resplandor y Crepúsculo. Me he paseado por la versión heterosexual de los barrios bajos y los bares, sudados de nicotina, borrachos de Fernet y ardientes de deseo, de Querelle. Diez años de amor: 7 años antes en el Berlín de Cabaret y casi 3 después en la casa de campo de Cuento de primavera. He pasado mucho miedo en el interior de un coche, viendo como el protagonista intentaba besar a la chica, mientras que en el exterior, tras un árbol y empapado por la lluvia, acechaba el asesino de Zodiac. Observando como los caballos salvajes seguían hacia el oeste de Río Bravo pero… ellos no tenían miedo. Este es un breve resumen de mi versión de Invisible. La tuya será, seguro, muy diferente.

De cómo las posibilidades del cine depende de las capacidades de sus público

Desde el primerísimo primer cine de las cavernas, de animación, narrado y en la semioscuridad (sublimemente recreado en varias escenas de Los Croods), hasta la sutil manipulación de las más bellas imágenes, en 70 milímetros, de Samsara (2011), pasando por la utilización situacionista del fotograma en negro de Guy Debord en Hurlements en faveur de Sade (1952), la historia del cine se ha narrado desde el lado de sus creadores (que en su inmensa mayoría repetían un modelo que funcionaba y se autofinanciaba, como mínimo) pero su evolución se ha obtenido gracias a sus receptores, el público, que ha acompañado y apoyado los proyectos arriesgados desde Vida de un bombero americano (1903) hasta Nana (2012).

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El cineasta, apoyado por el equipo de Márgenes (y ya sabéis el exquisito gusto que se gasta este fantástico “Equipo A”), concentra en su trabajo dos de las  líneas de la CIA española: la apropiación de imágenes (en esta ocasión sublimada dado que sólo es sugerida) y el autorretrato cinematográfico, para crear un tercer OCNI (objeto cinematográfico no identificado) narrativo y visual. Víctor Iriarte, en medio de la distancia y el tiempo, se arriesga mucho y, sinceramente, gana.
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Algunos puede que se acuerden del árbol genealógico del cineasta cuando vean su primer largometraje, anteriormente ha trabajado con Isaki Lacuesta y Raya Martin, y puede que hasta del mío, y otros pasarán un momento diferente en el cine, una experiencia que intriga e invita a crear y soñar. Lo seguro es que ante esta historia de amor y de vampiros (¿no es lo mismo?) no saldremos del cine con la impresión de que ya hemos visto la película mil veces. Espero impaciente el segundo largo de Víctor Iriarte, el primero se me ha hecho corto.


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