Revista Cultura y Ocio

Ius variandi

Por Humbertodib
Ius variandiAna tenía virtudes y defectos, como todo el mundo, pero lo que hacía que se diferenciara del resto de los funcionarios del Juzgado número 12 en lo Penal era algo que no entraba tan fácilmente en alguna de estas dos categorías, o, mejor dicho, el carácter de sus conductas dependía del sexo de la persona que realizara la apreciación. Para los hombres era una virtuosa, para las mujeres, una reventada. En fin, dejémonos de tantos eufemismos: la doctora Ana Luisa Gutiérrez, Prosecretaria, se había acostado con todos los hombres del Juzgado, desde el recién incorporado escribiente auxiliar hasta Su Señoría, el Juez. Incluso se corría el rumor de que ya había incursionado en los Juzgados lindantes. Conmigo el encuentro fue breve, tal vez demasiado breve, pero estuvo precedido por una rutina bastante larga y tediosa, porque yo no quería dejar de ser el único que le faltara en su lista, era como una pequeña hazaña que me reservaba sólo para mí. Lo cierto es que estuvo más de un mes viniendo a mi oficina, sentándose sobre el escritorio para hablarme de cualquier pavada, siempre dejando bien a la vista sus piernas largas y torneadas. La doctora Gutiérrez -Ana, Anita, Ani- tenía cuarenta y cinco años, aunque parecía que su cuerpo todavía no se había enterado de ese detalle. De cara no, de cara era otra cosa, no puedo dibujar ningún oxímoron o metáfora para atenuar el efecto, era -simple y claramente- fea. De todas formas, qué me importaba la cara, yo tampoco soy lo que se dice un galán de cine. A ver si un día nos encontramos fuera de este antro para tomar un café, me decía; cuando quieras, le respondía yo; pero nunca agregaba nada más, pues, repito, me gustaba tener el honor de ser el único hombre del Juzgado que no se había acostado con ella. Abreviando, el jueguito de seducción duró poco más de un mes, hasta que al final acepté la invitación. Creo que fue el café más corto de mi vida, más corto que un ristretto, pues ni bien nos sentamos, ya estaba ella apurándome para que fuésemos al hotel más cercano para hacer aquello que se escondía detrás del engañoso “ir a tomar un café”. Ana estuvo muy bien, no puedo agregar nada que me parezca excepcional, fue lo que fue: sexo pasajero. Después de aquel polvo express, nunca más lo hicimos, sin embargo, se generó entre nosotros una complicidad digna de destacar, al punto de que ella siempre venía a contarme sus nuevas aventuras. Ahora estaba para otras cosas más osadas, me decía, más audaces que acostarse con la caterva del Poder Judicial. Desde hacía un tiempo había comenzado a enrollarse con hombres a través de diferentes sitios o redes sociales, porque a ella le faltaba hacer algo en verdad diferente, tenía derecho a cambiar, aseguraba. Después de una serie de imbéciles, la oportunidad -por fin- le llegó, me la contó así:El tipo, que ni siquiera le había mandado una foto, la citó en su casa a las 11 de la noche. Le dijo la puerta de entrada del edificio a esa hora todavía estaría abierta, que sólo tocase el timbre del portero eléctrico para saber que había llegado, entonces él le dejaría la puerta del apartamento entornada y las luces apagadas, porque eso sí, la condición sine qua non era que ella, en ningún momento, lo viera. Lejos de preocuparse, Ana se excitó mucho más con este condimento venéreo. Entró, llegó a tientas hasta el dormitorio, siguiendo la música del... Perdón, vuelvo a abreviar, es que los abogados tendemos a hablar demasiado. Me dijo que el sexo fue desenfrenado, que lo habían hecho en todas las posiciones, en diferentes cuartos, y que no se habían ahorrado formas extremas. Según entendí, él le había dado unas cuantas nalgadas. La preocupación de Ana comenzó al llegar a su casa, cuando se desvistió para ducharse, pues le pareció que algo no era normal. Quieres ver de qué se trata, me preguntó al otro día; por supuesto, le dije ansioso y cerré la puerta de la oficina con llave, entonces Ana puso la pierna derecha sobre una silla, se levantó la falda y me mostró que tanto el muslo como los glúteos estaban llenos de marcas muy claras de manos... pero todas de diferente tamaño.
Gracias Santiago.

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