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Quien a hierro mata

Publicado el 11 septiembre 2019 por Pablito

Reconozco que durante sus veinte primeros minutos, permanecí más bien impasible ante Quien a hierro mata, el quinto largometraje en solitario de Paco Plaza. No me aburrí, pero confieso que durante esos minutos no tenía muy claro lo que estaba sucediendo en pantalla. No imaginaba por esos instantes que me encontraba ante una película que va de menos a más. Porque, transcurridos esos 20 minutos iniciales que funcionan a modo de carta de presentación, el progreso narrativo del nuevo trabajo del cocreador de la saga REC es bestial. Paradigma de película que va atrapando al espectador de forma magistral y sibilina, la curva ascendente de tensión de Quien a hierro mata es implacable, hasta desembocar en uno de los planos finales más impactantes e icónicos que ha dado el cine español en los últimos años. Este último fotograma, de una crudeza extraordinaria, supone el remate de una película que nos va envolviendo en su tela de araña casi sin que nos demos cuenta, regalándonos por el camino escenas en las que la tensión se hace casi inaguantable. Y lo más importante: tratando al espectador siempre como un ser inteligente. 

Quien a hierro mata

Con el primer plano de un mejillón a punto de ser destruido -toda una declaración de intenciones- arranca la que es la película más gallega del director valenciano. Con el telón de fondo del narcotráfico -aunque este no sea el tema central del film-, se construye una historia protagonizada por Mario (Luis Tosar), que vive junto a su mujer embarazada en un pueblo de la costa gallega. Su plácido trabajo en una residencia de ancianos se verá ensombrecido cuando en dicho lugar ingrese el narcotraficante Antonio Padín (Xoán Cejudo), que acaba de salir de la cárcel. A partir de aquí se desarrolla una trama en la que queda patente que los demonios del pasado siempre vuelven. No conviene contar mucho más del argumento de una película empecinada en sorprender a través de múltiples giros de guión, algunos más creíbles que otros. Lo curioso es que ni las situaciones más inverosímiles del film ni sus trampas de guión consiguen sacarnos de la historia. Es una película que vivimos en primera persona de una manera muy especial porque en el fondo, y aunque no lo queramos reconocer, todos conectamos con el personaje que encarna de forma prodigiosa Luis Tosar. Todos somos capaces de lo peor y también de lo mejor, depende de las circunstancias que nos hayan tocado vivir. Detectamos los actos inmorables que se cometen en la película pero, al mismo tiempo, los entendemos. Y explorar ese lado oscuro del ser humano ha sido siempre una de las constantes del cine de Plaza, que precisamente por todo esto logra con Quien a hierro mata su película más terrorífica, aunque no se adscriba directamente al género de terror.

En efecto, uno de los puntos fuertes de este turbia historia de venganza es su protagonista, un Luis Tosar que vuelve a demostrar que es un actor de otro planeta. Muy pocos actores en el mundo son capaces de hacer lo que el protagonista de Celda 211 hace aquí: representar lo mejor y lo peor de forma prodigiosa. Y lo que es aún más difícil: consiguiendo que te creas al ángel y al demonio por igual. No es el único que brilla en la película. El reputado autor escénico coruñés Xoán Cejudo -que falleció en septiembre de 2008, sin ver terminado el montaje final-, también destaca en un papel extremadamente difícil de interpretar al tener que comunicarse prácticamente solo con gestos. El duelo actoral entre Cejudo y Tosar es tan brillante como el trabajo del joven actor Enric Auquer, que supone el gran descubrimiento del film. Actores aparte, en esta producción vuelve a ponerse de manifiesto que Paco Plaza es un director superdotado a la hora de crear climas de tensión, manejando los códigos del thriller con una precisión absoluta. Su capacidad para lograr atmósferas opresivas incluso en los espacios abiertos es algo al alcance de pocos cineastas; ya ocurría en la magistral Verónica, donde uno no podía evitar sentir cierto desasosiego y angustia solo con la escena de la protagonista caminando al ritmo de Héroes de silencio por la calle. Y aquí ocurre lo mismo; es como si los personajes estuviesen atrapados en una espiral, física y emocional, de la que es imposible salir, para disfrute y regocijo del espectador ávido de este tipo de trabajos.

Quien a hierro mata

Apoyada en un perfecto trabajo de sonido y montaje, y fortalecida por los poderosísimos primeros planos de sus actores, Quien a hierro mata deja patente que las decisiones que tomamos serán determinantes en nuestro futuro. Para bien o para mal. Repleta de escenas prodigiosas -la persecución por carretera, el entierro, el parto-, el director se sirve de este trabajo para reflexionar sobre cómo los actos tienen consecuencias. Contundente y visceral, con personajes cuidados hasta el extremo, ni algún que otro desajuste de ritmo inicial ni ciertas licencias narrativas empañan una película que contiene el material con mayor calado de toda la filmografía de su director: todos somos monstruos en potencia. ¿Hay algo más terrorífico que eso? 


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