Revista Vino
Cuando bebí este vino pensé en dos personas a las que no he conocido personalmente pero a las que debo cosas importantes por motivos distintos.
La botella, monovarietal de Gewurztraminer hoy seco (13%) pero que en algún momento tuvo un punto de azúcar residual, es de la cosecha de 1986. Muy bien conservada, sin apenas merma de vino, corcho casi intacto, sin precipitaciones. Desde hace tiempo abro los vinos que me apetecen en el momento que me parece mejor. Con éste hice lo mismo: evolución en el color y ligera oxidación. No lo dudé: decanté y dejé reposar unas horas.
Olí, bebí, dejé que el vino penetrara en mí y vino la primera persona. Una persona a quien los que la conocieron han definido como "uno de los mejores catadores de la historia de Francia", "metódico", "científico", "concienzudo", "frío", "sacerdote del vino". Jules Chauvet. A mí, tanto como ésa parte de su personalidad, me atrae otra, la que le hizo escribir: "algunos vinos no solo tienen caracteres precisos, tienen también siluetas ideales. Pueden evocar las mañanas fragantes de primavera y los emotivos atardeceres de septiembre".
El vino olía a melancolía, a flores marchitas en la mesa de madera junto a la ventana (camomila, lavanda), al humus que el hayedo, sus hojas y las brumas de otoño cubren con delicada atención, a musgo fresco, todavía fresco a pesar de sus casi 30 años en la botella.
Con las horas y los días seguí bebiendo y pensé en la segunda persona. En 1986 llevaba ya 20 años en la bodega familiar y todas las decisiones importantes eran suyas. Quienes le conocieron, le definen como "poeta del vino" y "vinificador extraordinario". Jean Meyer. Tuvo dos visiones trascendentes que siempre me han admirado y que sigo disfrutando: sus botellas contenían obras de arte en su interior y también en su exterior (en las etiquetas desde 1987). Además, y en una tierra compleja para ello (aunque con su buena tradición ya), en Wintzenheim (Colmar, Alsacia), decidió hace más de 15 años conducir toda su propiedad a la biodinámica.
El vino es (con la sencillez y viveza de quien lo hizo lo escribo) un vino extraordinario, que mantiene intacta su columna vertebral de acidez y se muestra como una infusión de naturaleza verde y uva madura, envuelta en nube de algodón de azúcar. Jengibre y canela. Membrillo maduro y espliego. Miel de azahar y brezo. Es un vino evocador, que combina todavía los aires nostálgicos del primer otoño con la sonrisa provocadora de una primavera alsaciana. Un vino de Jean Meyer que intento describir con el espíritu de Jules Chauvet. Ellos me sabrán perdonar.