En una escena de Joy (David O. Russell, 2015), el personaje de Jennifer Lawrence, una humilde trabajadora al borde de la bancarrota que se convierte en la reina de la teletienda americana, dice: “He inventado esta fregona porque sé que es mejor que ninguna otra”. Y, de pronto, lo que parece una frase más del guión, se convierte en el lema estrella de la película o, por lo menos, el que mejor resume el espíritu de la misma. Cuando alguien, impertérrito, es capaz de armarse de la convicción necesaria para pronunciar dicha frase, fruto de haber agudizado su mente para sobreponerse a la adversidad, lo mínimo que merece es una ovación. No ya por hacerlo, sino por servir de ejemplo a los demás, por convertirse en un icono. En un mundo cada vez más exento de héroes, en el que el conformismo se expande como una plaga imparable y la (sana) ambición muchas veces brilla por su ausencia, llega Joy Mangano (Lawrence) y nos recuerda que hay esperanza. Celebración de la gente que no se rinde y auténtica oda a los que se resisten a creer en el mito de que ya está todo inventado, Joy es una película menos modesta -e intrascendente- de lo parece, por lo menos en el plano argumental.
Cuando Joy Mangano, una mujer divorciada y con 3 hijos, se ve al borde de la desesperación, empieza a dar forma a un invento doméstico capaz de facilitar la vida a muchas personas: la Miracle Mop, una fregona que se escurre sola y que se puede lavar en la lavadora, la cual puede ser la solución a sus problemas económicos y el comienzo de su triunfo en el mundo tan dominado por los hombres como el de las finanzas. Más allá de la importancia del film por su demoledor y nada panfletario mensaje feminista -ojo a la escena del probador, donde Mangano no se deja arrastrar por los convencionalismos a la hora de vestir-, por lo que es conveniente ver esta historia “inspirada en hechos reales de audaces mujeres” -frase con la que Rossell introduce la película- es por dar protagonismo absoluto a alguien que cree firmemente en lo que es capaz de dar de sí mismo para salir adelante. Era importante dar con una actriz capaz de salir satisfactoriamente de la multitud de registros y tonos diferentes por los que atraviesa este personaje. Y llegó Jennifer Lawrence. Actriz fetiche del director –El lado bueno de las cosas (2012) y La gran estafa americana (2013), películas por la que el director logró la increíble hazaña de colocar durante dos años seguidos a sus actores en las 4 categorías interpretativas de los Oscar- Lawrence se enfrenta aquí al personaje más difícil y complejo de su carrera, y aquel que le ha dado su tercer Globo de Oro consecutivo, una hazaña de la que muy pocas actrices pueden presumir.
A lo largo de las dos horas, en las que ella misma interpreta a su personaje a lo largo de cuatro décadas, vemos a Lawrence en multitud de facetas y eventualidades: sin dejar de lado ese coraje que la convierte en una madre de familia luchadora, también la vemos convertida en una empresaria de éxito, ocupando los más altos estratos sociales. Camaleónica donde las haya, vemos a la actriz hundirse, levantarse, reinventarse, vengándose, disparando si hace falta, pero siempre con el fin de sacar adelante a los suyos, a su familia. La actriz ensombrece a otros miembros del reparto como a Bradley Cooper, a Robert de Niro -haciendo, una vez más, de Robert de Niro- o a los enriquecedores fichajes de Isabella Rossellini y Virginia Madsen-. Cualquier problema que pudiera tener la película -que los tiene-, queda compensado por esta actriz descomunal que, pese a su juventud, demuestra en cada plano que es una de las mejores de su generación. Las debilidades del film, como digo, existen, y son evidentes: a pesar de que Rossell preña al film de un frenetismo y un ritmo que impiden cualquier atisbo de aburrimiento, se hubiera agradecido personajes mejor perfilados, veinte minutos menos de metraje -todo el tramo final, con cierto sabor a epílogo, chirría bastante-, y más cohesión en la trama, ya que algunas veces la película parece un conjunto de escenas mal montadas.
Joy se podría incluir en ese genealogía de películas que, sin ser nada del otro mundo, son importantes por los mensajes que lanzan y, aunque suene rimbombante, por invitar a tener fe en la Humanidad. Con un toque de fábula que hace que se disfrute con cierto encanto y un extraño pero hábil mejunje entre comedia, drama, irrealidad, realidad, biopic, fantasía, teatralidad… Joy es, sin duda, una película recomendable, y se delata como un manifiesto impecable de que las mujeres, cuando les dejan, pueden ser tan o más capaces que los hombres. Falta que les dejen.