Revista Cultura y Ocio

Jugar al doctor

Por Humbertodib
Jugar al doctor
Cuando alguno de nosotros le proponía a una niña que jugase al doctor, ninguna creía que en verdad fuese a jugar al doctor, porque las manos auscultadoras se detenían muy poco en codos o antebrazos, enseguida pasaban del hombro al pecho, de la rodilla al muslo y luego seguían camino hacia comarcas incógnitas de la floreciente anatomía femenina. Qué lindos eran aquellos descubrimientos de calores y humedades, aquellas fragancias que quedaban impresas por horas en nuestros dedos y que nos transportaban al paraíso más voluptuoso y sacrílego de la infancia. Después de la dulce invasión, ellas siempre se enojaban un poco, pero al final nos dejaban hacer, porque sólo a las niñas les estaba reservado el lugar de pacientes. A ninguna se le ocurría decir “bueno, ahora la doctora soy yo”, entonces teníamos la (tonta) creencia de que todas se sentían muy cómodas en el papel de dolientes. Todas menos Laurinha. Ella sí quería ser la médica, tanto es así que varios chicos se lo habían permitido y muy pronto contaron la experiencia. Entre miradas pícaras y risas cómplices, explicaban que Laurinha los hacía acostar, cerrar los ojos y entonces sus manos hacían milagros.Después de enterarme de sus habilidades, la invité muchas veces a jugar al doctor, le aseguraba que no tenía ningún problema en ser el enfermo si ella lo deseaba, pero siempre se negaba aduciendo que me veía muy sano, que mejor fuéramos a arrojarnos desde la piedra grande de la Praia do lagarto. No sólo me ponía mustio por el rechazo, sino que me atormentaba verla enfundada en aquel traje de baño verde que le destacaba tan bien sus nuevos atributos de adolescente. La tenía a mi lado y me hacía hervir la sangre, me llevaba al borde del desmayo, más de una vez tuve que quedarme dentro del agua para que esa alteración de mi cuerpo no le alcahueteara lo que me estaba pasando. Era justo en esos momentos en los que ella más me insistía en que volviera a subirme a la piedra e intentase otro salto. “Vamos, Thiago, no seas aburrido, ahora nos arrojamos agarrados de la mano, para qué vinimos”, me instigaba. “Es que acabo de ver un pez muy extraño, ya voy”, le decía yo con fingido entusiasmo, como si después de 12 años de jugar en la misma playa no conociéramos de memoria toda la fauna ictícola de Angra dos Reis.Pasaron los años y con ellos pasó la niñez, pero Laurinha nunca quiso jugar al doctor conmigo.

-¿Cómo te sientes, Thiago? -me preguntó.-Un poco nervioso, Laura, ¿crees que todo va a salir bien?

-Claro que sí, no te preocupes, ya te expliqué que es un..., que es benigno, muy pronto voy a quitártelo, estás en buenas manos. -me aseguró, escondiendo la misma sonrisa encantadora de su niñez debajo del barbijo, mientras la anestesia ya comenzaba a hacer su trabajo.
Dedicado a Ishtar y a mi amada ciudad: Angra dos Reis.

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