Revista Vino
Escribo este texto el domingo 12 de mayo de 2019. No sé cuándo lo publicaré pero quiero destacar la fecha. Entre hoy y el próximo día en que suceda la luna llena de mayo (18), se celebra en el mundo el nacimiento de Buda y su iluminación. Dicen que sucedió en el año 623 a.C. pero mi deformación profesional me hace ser prudente ante una fecha tan lejana como precisa.
En cualquier caso, una parte del mundo, la que es budista, celebra durante estos días la luz, la exterior y la interior. La idea es, hoy, Buda para quien crea en él. Para mí, la idea es la vida y la luz, la energía que nunca nace ni muere sino que se transforma. El pretexto son unas horas de descanso: tenía que haberlas pasado en Tarragona (perdóname, Santi, estaba demasiado cansado como para ir de bacanal...), pero me he quedado en casa. He pensado que esta misma semana dos amigos queridos habían renovado su alianza con la vida a través de Rita. Y he abierto una botella de Kenjiro Kagami pensando en ellos tres, en Maggie, en Eloi y en Rita.
He pensado en el nombre de Rita. Me gusta mucho por su pasado reciente en mi vida (mi abuela materna se llamaba Rita y hacía honor al nombre) y por su pasado remoto, al que también hace honor la Rita recién llegada. En la antigüedad griega y romana, Margarita (y de aquí Rita), margarités/margarita, es nombre de preciosidad. Empieza aplicándose a algo duro pero enseguida significa "perla". Y de "perla" pasa a usarse para hablar de "algo precioso". Margaritarius es quien recoge ese tipo de preciosidades. Cuando Eloi me mandó la foto de Rita me sentí así, margaritarius, una persona afortunada porque la vida le ha regalado muchos momentos en que ha podido recoger cosas preciosas.
Y en el día de Buda, en que la fruta y el primer calor conviven con el cuarto creciente de la luna en un cielo limpio y azul como pocas veces he visto en Barcelona, abro una botella de Kagami, uno de los espejos de mi vida. Domaine des Miroirs, Sonorité du Vent 2014 (Les Saugettes de Grusse, Jura), 12,5%. La abro porque ha nacido Rita, porque Eloi y Maggie me han regalado su momento y su foto y porque Julien me regaló también este sonido del viento de chardonnay de Kagami. La abro también porque la puedo beber con los que más quiero. Y de amigos a amigos, a este recolector de momentos felices y preciosos le apetece compartir con todos ustedes la felicidad y la luz que me producen la vida nueva de Rita y el vino de Kagami.
Cuando he abierto la botella, se ha derramado un poco de vino sobre la mesa. Accidente, sí, pero de golpe el campo de las cepas de Kenjiro ha invadido el espacio de mi comedor. Con el vino ya en la copa, con los aromas, la nariz y el primer trago, el tiempo deja de existir. Flores de camomila frescas y con las horas, las mismas flores guardadas en un cajón de madera. Manojos de hinojo silvestre. Hatillos de cola de caballo. Mucha primavera y deshielo, mucha frescura sin matices. Prados con perlas amarillas.
La superioridad está en la humildad. La inteligencia en la intensidad. La brillantez en el tesón. Kenjiro, Maggie y Eloy son así. El dominio nace de la observación. Si el vino es el espejo del alma de quien lo hace, la de Kenjiro está llena de esa luz que siempre buscamos y él ya ha encontrado. Está llena de sinceridad, de ecos de sabiduría y de silencios. Oír al vino después de tantos años de experiencias únicas: el viento fresco se divierte entre los pámpanos. La lluvia cae, goterones resbalan hacia el suelo. Los abejarucos suenan a silbatos llenos de arco iris. Las águilas penetran con sus chillidos y su frío observar. Pasos quedos y atentos entre cepas. mochila a cuestas.
El silencio del crecimiento. Rita. Las plantas de Kenjiro y tú empezáis a buscar el sol que os dará la vida rodeadas de canastos de mimosa y de hierbaluisa. Flores del limonero en el patio. Abrid los ojos que son la luz para regalarnos la vida nueva que fluye ya en vosotras.
El texto y la foto se publican con el permiso de los padres de Rita. Me ha llegado hoy mismo, así que, finalmente, la fecha de escritura y la de publicación coinciden.