Colaboración de José Marcano
"Ando buscando un pedazo de suelo con hierba donde poner
los pies y tener mi sueño. Pero todo arde en cualquier parte
del mundo y hay que seguir andando"
(Gabriela Mistral).
Al invitarles a transitar por el sendero a la excelencia, lo hago porque la convicción orienta mi pensamiento a creer firmemente que ese y solo ese, es el sendero para el que hemos sido llamados a la vida. A vivir en plenitud, a vivir la felicidad de una vida plena y abundante en todos los sentidos y dimensiones. A vivir nuestra realidad desde la esencia del Ser, desde ese "Yo esencia", que permanece en cada uno y cada una, habitando en ese corazón de niño o niña que sigue existiendo allí dentro.
María Eugenia Hasann, comunicadora y asesora, nos dice: "La excelencia es saber amar, saber ser amado y ver siempre las cualidades de las otras personas, buscando constantemente su bienestar. La excelencia es saber servir y apoyar con placer a los demás, porque entre todos se puede encontrar una mejor forma de hacer las cosas." Dicho así, y a cuyo pensamiento me adhiero, es la más significativa definición de la excelencia humana, pero lamentablemente también la menos creída, aceptada y vivida. Antes parece que nos perdemos en un exacerbado consumismo marcado por el hacer y tener, en detrimento del SER.
Y en medio de los procesos educativos y formativos, la orientación fundamental ha estado en una educación instrumental, que solo busca delinear conductas y aprendizajes para ese desempeño que tan solo mueve precisamente para el "hacer" y el "tener". Una educación promovida solo para generar competencias hacia el desempeño laboral y la búsqueda de estatus social en el marco de las profesiones liberales. Una educación centrada en el paradigma mecanicista, como la más viva expresión del enciclopedismo positivista.
Los resultados han sido más que evidentes tal como lo afirma Edwar Pinilla (Bucaramanga, 2013) "La delicada situación social en la que vivimos actualmente en el mundo, es un síntoma que manifiesta la crisis emocional de la humanidad. Ahora somos menos tolerantes, más agresivos, poco sociables. La cultura de lo rápido e inmediato es la que impera, la gente es menos paciente, la desesperación reina por todas partes, hay más separaciones y divorcios que uniones de pareja, es común ver hoy a personas solitarias, justificando su soledad en excusas sin fundamento emocional. Las estadísticas de suicidios son alarmantes. En síntesis, a los seres humanos se nos olvidó amar. A eso se le llama "analfabetismo emocional".
Poco a poco, con sutiles mensajes consumistas y pretendidamente globalizadores, han convertido a nuestros niños y niñas, a nuestros jóvenes, a muchos de los adultos de nuevas generaciones, y casi que a todos, en unos analfabetas emocionales. El afán tecnológico, el acceso a la educación y la velocidad de la información, no necesariamente nos ha hecho personas más felices, de mayor espiritualidad o equilibradas psicológicamente, pues se nos ha quedado un aprendizaje pendiente: el aprendizaje emocional.
De algún modo o de otro, todos hemos sido contaminados por el "analfabetismo emocional", expresión con la cual hago referencia a esa incapacidad para manejar nuestras emociones, conectar nuestras emociones, y en consecuencia incapacidad para comprender y aceptar las emociones de los otros por cuanto no sabemos comprender, aceptar, explicar o cambiar nuestras propias emociones. Se nos han enseñado muchas competencias, menos las competencias emocionales, dejando de lado y fuera de todo interés, la necesaria educación que promueve y facilite aprendizajes para el manejo global y específico de las emociones, desde la niñez, desde la educación maternal y preescolar en la familia y en la escuela.
Al parecer la academia ha desterrado las emociones y la afectividad, del mundo de los saberes, y los lineamientos curriculares que buscan adaptarse a nuevos paradigmas y enfoques, quedan convertidos en acciones declarativas y solo de buenas intenciones. La educación en valores ha terminado secuestrada por la teoría axiológica que tan solo vuela hacia recónditas alturas intelectuales sin aterrizar de manera práctica y tangible al lado de niñas, niños y adolescentes. Tan solo vivimos hoy en perspectivas de corto plazo, sin amigos en la autenticidad, solo desde el interés y la oportunidad para someter desde la hegemonía personal y los afanes del mercadeo.
Todos nos quejamos del mundo, todos queremos cambiar al mundo, todos queremos cambiar la sociedad, pero ninguno quiere cambiarse a sí mismo. Mas este miedo o temor si tiene hoy la posibilidad de ser transformado en el "aprender y enseñar la alegría de vivir". Podemos empezar por conocer nuestras propias capacidades emocionales.