Revista Vino
Imaginemos que una persona siente tal pasión por su tierra que decide concretarla en uno de sus frutos, un fruto que antaño era uno de sus rasgos distintivos. Imaginemos que esta persona dedica las horas de su tiempo libre a estudiar cómo esta uva llegó a su tierra, cómo se implantó y cómo fue desapareciendo. Imaginemos que esta persona, no contenta con la parte teórica de su saber, decide buscar las cepas de esta uva que quedan en los valles de su tierra, en Cangas y en Candamo. Imaginemos que encuentra esas cepas, que tiene la fortuna de que la persona que dirige la estación biológica del CSIC que se dedica a estudiar (entre otras cosas) la ampelografía es, vaya, de esa misma tierra. Imaginemos que consiguen aislar y reproducir las mejores cepas de verdejo negro, que es trousseau, que es maturana tinta, que es merenzao, que es bastardo, que es tintilla. Imaginemos que un vivero en La Rioja (de esto sabrán un rato...) reproduce estas plantas. Imaginemos que esta persona planta unas pocas, no para producir a nivel comercial sino para hacer unos pocos litros de vino por el placer convivial y, por eso, homérico de poder regalarse a sí mismo y a los amigos con unas gotas de ese sabor peregrino y auténtico.
Imaginemos que esta persona existe, que se llama Fran Xixón, que tiene esos centenares de plantas de verdejo negro en el Valle de Candamo (Asturias) y que los cuida de una forma absolutamente artesanal. De la misma forma hizo este vino en 2014, la añada que he tenido la inmensa fortuna de poder beber. Tiene tan poco vino que lo embotella en 37,5 L. Tiene tan poco vino que sólo lo bebe con amigos o lo regala por el placer de conocer una opinión. Y yo he sido uno de esos afortunados...Hoy rompo una norma no escrita de este blog. Hablo de un vino que, por ahora, es imposible comprar. Pero esta historia y el vino que salió de la botella merecen toda la atención y todos los elogios. Y además, ofrecen el placer de una pasión embotellada y la alegría de una historia de peregrinos revivida a través de sus cepas y su vino. Emoción, pues. Y deseo de compartir con vosotros este placer. 12,5%, uvas despalilladas a mano, uvas fermentadas de forma espontánea con las levaduras del viñedo. Vino con maloláctica parcial, creo. Vino sin ningún tratamiento en la bodega.
Me metí dentro del vino y entendí que los cardenales podrían entrar en la Capilla Sixtina para elegir papa con unas pocas botellas de él. Comprendí por qué a De Gaulle le encantaban los vinos de Chauvet. Percibí la esencia de la fruta en la frescura y concentración de este vino. Vi cómo Miguel Ángel preparaba sus frescos, olí esa humedad de caliza sobre la pared. Entendí la ligereza en el trazo y la expresión rotunda en la forma. Flechas de zarzamora salían de las paredes. Cohetes de acidez explotaban en el cielo. Las copas de los árboles eran frondosas. Y el suelo estaba lleno de vida. Pieles azules, almas verdes. Pimienta negra y roja en el talego. Laurel en la puerta de la casa de labranza. Fresas salvajes al borde del camino. Vino joven, vino arrollador, vino que habla de profundidades desde un lecho de verdor. Vino de hadas y elfos. A ratos casi te engaña y te habla de un encuentro de monjes: entre la trousseau y la pinot noir. ¿De qué hablarían? De hollejos y pepitas, de acidez y de raspón, del momento mejor para la vendimia. Vino artesano, vino fino, vino para pensar y entender hacia dónde nos lleva una pasión como la de Fran. Manojo de violetas silvestres con un color y una tensión de aromas casi olvidados. Un punto salvaje y algo rústico del barrantes: algo de verdejo negro tiene ese híbrido... Agua del manantial del que beben las violetas. Con botellas como ésta uno elige a un papa como Francisco: bueno, sencillo, alegre, dicharachero pero profundo, amable pero contundente, comprensivo y clarividente, cómplice. Qué noche la de aquella votación... Gracias, Fran, de veras. Gracias.