La primera vez que fui a Fotoplastikon recuerdo que, antes de entrar, llegamos a un punto de la calle Jerusalén, en el centro de Varsovia y me dijeron. “Es aquí”.
Delante de mí había un edificio viejo, gris, de cinco o seis plantas, que se extedía a ambos lados como cien metros hacia la derecha y otros cincuenta a la izquierda. No veía portal alguno, sólo escaparates de tiendecillas y alguna oficina que otra.
- Pero, ¡si aquí no hay nada!, ¿cómo puede ser aquí?
- Que sí, que ya estamos, ¿es que no ves las gafas?
Efectivamente, había en la pared una especie de visor parecido a unos prismáticos incrustados. Acerqué mis ojos y vi un viejo estereograma.
- Y, ¿ahora qué?
- El resto está yendo por ahí
Parecía mentira pero, hasta entonces no lo había visto, la larga pared del edificio se interrumpía dejando una angosta abertura.
Entramos por aquel sucio corredor que, al cabo de unos metros, se abría en un amplio patio. Allí era donde se encontraban los portales del edificio. Uno de ellos, a la izquierda, estaba abierto.
Sentado tras una mesa de madera había un señor de unos sesenta años que parecía tan desvencijado como el mueble tras del que se sentaba. Nos cobró una entrada de precio irrisorio y nos encontramos en un lugar que jamás hubiese imaginado que podía existir en el siglo XXI.
En medio de una gran sala se encontraba un aparato cilíndrico con unos quince o veinte taburetes alrededor y visores en todo su perímetro.
Me habían dicho que era una exposición de fotografías estereoscópicas pero no me imaginaba que usarían una istalación de principios de siglo. El conjunto me causaba la impresión de haber viajado hacia atrás en el tiempo, además la exposición era de fotografías de la Varsovia de antes, durante la II Guerra Mundial y de su reconstrucción.
Sali de allí aturdido por una especie de “jet lag” temporal. No podía comprender como un sitio tan increible como aquel estaba tan escondido, era absurdo, aunque no les interesara a los varsovianos era una atracción turística increible.
Al comentar mis impresiones nadie comprendía que era lo que me parecía tan extraño. Como si tener escondido un lugar como aquel fuese lo más normal del mundo.
Aún tuve que sufrir varios choques culturales más antes de comenzar a descubrir la lógica que se escondía bajo la aparente locura. Describiré varios.
Cuando uno vive aquí varios años se acostumbra a que el aspecto externo de un edificio puede ser pobre, feo y aburrido mientras en el interior, los pisos que lo forman están decorados con un exquisito buen gusto y presentan un excelente estado de conservación.
La primera vez que vine a Varsovia visité la casa del director general en Polonia de una gran empresa de venta de bicicletas. Lo primero que vi al acercarme a su portal fue esto.
Y pensé, “Que pobres que son en este país, con un cargo tan alto y vivir en un lugar tan horrible”.
Al entrar me encontré, en cambio con que el piso era agradable, moderno y acogedor.
De nuevo, no sólo no parecía tener ninguna importancia para los habitantes de aquella casa que su edificio fuera tan feo por fuera, de hecho ni siquiera podían comprender porqué eso podía importarle a alguien si, “lo que es de todos”, decían, “no es de nadie”. Comprendí entonces que el comunismo había dejado tras de si una herencia moral bastante contraria a lo que se suponía que quería impartir.
Cuando uno empieza a salir de marcha por la ciudad, también se da cuenta de que los lugares donde más y mejor se puede uno divertir jamás los encontraría de no ir de manos de un buen conocedor de la ciudad.
Pondré dos ejemplos.
El club Index. Un lugar estupendo para tomar copas con los colegas, escuchar buena música, ver conciertos de grupos de todo tipo y, si no está demasiado abarrotado, hasta bailar.
Se encuentra en una de las calles más céntricas y turísticas de la ciudad, en Krakowskie Przedmieście, pero, se da el caso de que es subterráneo y de que la entrada es una angosta escalerilla que casi ni se ve.
O como la discoteca Enklawa. Un lugar que está abarrotado de lunes a sábado y que cierra a las 4, hora a la que casi hay que echar a la gente para que se vaya.
Pues bien, a la entrada se accede tras atravesar un minúsculo portal al lado de otro famoso pub y recorrer un oscuro pasillo de unos quince metros.
Y si uno pregunta porqué no hicieron la discoteca en un lugar más visible al público la respuesta que obtiene es el cásico encogimiento de hombros. Para los habitantes de esta ciudad no solo es normal, sino que es casi una tradición esconder los lugares interesantes o bellos tras una fachada de fealdad y mediocridad.
Quizás sea por los casi doscientos años de ocupación y pillaje que los polacos han sufrido a manos de los imperios ruso, autstrohúngaro, III Reich y de la Unión Soviética, que les ha enseñado a esconder todo lo que tienen de valor hasta tal punto que la costumbre ya es parte de su mentalidad.
En cualquier caso, de lo que si estoy seguro es de que en la cabeza de cada varsoviano existe un mapa que subyace al de la ciudad en el que están marcados e interconectados una infinidad de lugares que ha conocido llevado de la mano de amigos y familiares a los que ningún extraño podría tener acceso a menos que dejara de serlo.
Como punto final, y para ilustrar lo que acabo de escribir, existe una empresa llamada Przewodnik po Warszawie (Guía para ir por Varsovia) que se dedica a hacer paseos guiados por la ciudad. Funciona también como un foro donde intercambiar información sobre lugares bonitos o interesantes que vale la pena visitar pero que pocos conocen. Obviamente la página está solo en polaco y no me extraña, al fin y al cabo se trata de intercambiar información confidencial: http://www.przewodnikwarszawa.com.pl/
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